Después de seis meses de una guerra que comenzó el siete de octubre del año pasado, dejando hasta el momento de escribir estas líneas más de cien mil víctimas muertas y heridas, la mayoría mujeres y niños, sin contar con las personas que fueron desplazadas de la Franja de Gaza debido a que sus hogares fueron destruidos, nos encontramos con un escenario desolador en medio de una posición global débil o quizás cómplice.
La oscuridad de este escenario puede llegar al punto que nos haga perder la esperanza en la humanidad, y los valores que siempre se repiten, creemos que se han consolidado, valores que elevan el valor del hombre y santifican su vida, Luego la escena nos recuerda a otras similares que sucedieron en el pasado antiguo y pensamos que ya las habíamos superado.
Y aquí no hablo de que yo sea árabe. Más bien, la oscuridad de la escena superó incluso mi afiliación nacional, que fue superada por la tragedia. Cualquiera que sea el grado del conflicto, no sé cómo nos permitimos llegar a este punto en el que olvidamos que tanto el asesino como la víctima al final son humanos.
La oscuridad de la escena volvió a sacar a relucir preguntas como: ¿Son realmente los humanos iguales? ¿Occidente habría permitido que sucediera lo mismo si las víctimas hubieran sido de Europa? ¿Y qué pasa con Ucrania? ¿Dónde está la justicia? ¿Hay un lugar para ella en este mundo? ¿Occidente está aplicando un doble rasero? ¿O Occidente sólo ve en el árabe a esta persona que aparece en el cine americano repitiendo algunas palabras árabes y al final se hace estallar? ¿El mundo nunca ha superado esa imagen ingenua?
Pero a pesar de la oscuridad del escenario, no hemos perdido ni perderemos la esperanza. No nos queda más remedio que curar nuestras heridas para demostrar una vez más que seguimos siendo humanos y que nuestra humanidad es lo más preciado que poseemos. y que a pesar de nuestros conflictos, somos hermanos, y que los valores prevalecerán al final, aunque esperemos demasiado. .
