Me llaman principio femenino, pero vivo en cada persona… aunque históricamente se me haya asociado a la mujer.

Soy la que se expande y pone la condición para que la energía masculina se muestre en su mayor esplendor.

La que cabalga sobre ella y la doma para, juntas y siendo una, arribar al mejor de los destinos.

Un destino que espera sin ansias de  tiempo para convertirnos en andróginos, seres plenos viviendo en unidad interna.

Han ido cambiando mi nombre y condición, a veces traicionándome y traicionándose, pero siempre, siempre he estado.

No han podido hacerme desaparecer, no podrían haberlo hecho sino matando la vida.

Soy Luna, consorte del Sol, y de nuestra danza nace la vida.

Me han llamado Diosa, Gran Madre, me han convertido en consorte, en hija…

He sido ménade, bacante y bruja…

Me han montado sobre felinos para domar y conducir a esa energía que lo mueve todo, y así vencer a los sufrimientos del mundo y a la muerte misma.

Me han representado como Virgen, o como Bodhissatva de la Compasión… Me han venerado o me han negado… pero siempre he estado ahí, presente en cada ser humano.

Y en momentos de crisis, como el que hoy vivimos, muchas voces me invocan con nombres distintos, pero todas desde la misma necesidad.

Soy llave de morada segura para quienes están en peligro.

La que cuida la casa común, hogar de puertas abiertas, un refugio para perdidos en la noche cuando la tormenta arrecia. Soy fuego protector, la que acoge, abriga, escucha y protege a los desesperados y desahuciados.

Soy cuenco preñado donde no falta comida… Madre que alimenta a todas sus criaturas.

Soy la leona que pone el cuerpo para proteger y salvar a sus hijos.

Soy junco, enraizado fuertemente en la tierra mientras suavemente se cimbrea.

Soy mano firme de algodón.

Soy la que redime a quienes persigue la culpa.

La que no enjuicia ni condena… la que ayuda a reparar errores.

Soy quien que cose las heridas haciendo cuerpos y almas más fuertes.

Soy la voz de los fracasados que aspiran a abrirse y abrir el futuro.

Soy la atenta copresencia, que siempre está cuando es llamada.

Y como en tantos momentos de crisis, hoy muchas voces me invocan de maneras distintas… pero desde la misma necesidad.

Soy la mirada envolvente, la sororidad, la empatía, la bondad y la compasión.

Soy la caricia que calma, alienta, atiende e incluye… La que extiende sus brazos sin límites ni medida.

Soy la que acerca y complementa, la que busca consensos para construir una realidad nueva, superadora de enfrentamientos y bandos.

Estoy presente en cada intención individual que se pone al servicio de la construcción del nosotras.

Soy la energía que hoy necesita el mundo para superar esta etapa de violencia y destrucción; la que puede ayudar a retomar el propósito  primigenio de hacer crecer la vida, de ir avanzando hacia la  liberación del ser humano.

Soy la que pone condiciones para el acercamiento, el encuentro, el diálogo y la reconciliación entre personas y pueblos.

Soy, en definitiva, la condición, el movimiento y la expansión que la energía masculina necesita para –unidas– transformarnos en paridoras de una cultura noviolenta.

Una cultura que retome la dirección que siempre guió a la humanidad por los caminos del amor y la compasión.