Recientemente escuchaba hablar a una persona muy conocida del ámbito de la cultura y de las artes internacional acerca de un antes y un después en su vida a raíz de sufrir una emergencia médica que casi le lleva a la muerte. Esta persona decía que “menos mal que me pasó, porque eso cambió mi vida”.
Es algo ideológicamente aceptado, que forma parte del entramado popular, donde se da gracias a una enfermedad, a un episodio fulminante en la vida, a un accidente, o incluso he escuchado a una depresión “para aprender”. Cuidado, porque si no ponemos límites , al final terminaremos limitando nuestra vida. Me parece éste un discurso peligroso, donde inconscientemente nos dirigimos a producir enfermedades, a hablar a través del cuerpo, o los síntomas en nuestra realidad, para marcar un antes y un después, para tomar decisiones, para dar un giro a nuestro suceder psíquico. Sabemos también que esto no es así, hay quien también cae al abismo hipnotizado por el espejismo de sus decepciones.
A mí me gustaría alertar acerca de la concepción ideológica que tenemos y que se transmite acerca de la enfermedad, de situaciones donde el cuerpo “habla” y pone en juego nuestra dificultad de gestionar ciertos aspectos de la relación con nosotros mismos y la realidad. Sumidos en la vorágine de ciertos acontecimientos, muchas veces no sabemos parar, redimensionar quiénes somos, producir esa parte inconsciente de nosotros que nos avisa, que nos dice de otras formas, nos da señales, de que hay un conflicto en nosotros, que es necesario abandonar ciertos pensamientos, sustituirlos por otros, redirigir de otra manera, reformular, transformar relaciones…
Es frecuente encontrarnos con que algo malo te tiene que pasar, encontrarte al borde de la muerte, para darte cuenta que somos finitos, que algo en ti hablaba, que no va bien, que hay que romper ciertas formas de relacionarse, de pensar, de concebir la vida, despertar, que no nos escuchamos, que a veces pareciera que nos tenemos que mutilar, provocar un estropicio en nuestro cuerpo, en nuestro cuerpo social, para tomar ciertas decisiones, para reorganizar ciertos aspectos en nosotros, transformar algunas formas de pensar, para no quedarnos en la desilusión y el vacío, donde atentamos contra lo nuevo, no lo permitimos porque no era como pensábamos, y nos sumimos en poder autodestructivo, sordo, que es agresión hacia lo externo, camuflada, que ni siquiera vemos, ni nos damos cuenta, porque no somos capaces de dar ese salto, a crear algo que no estaba, a dejar de mutilarnos para no cambiar…
Cuidado, no llegues a eso, no sigas transmitiendo ese mensaje donde parece que tenemos que enfermar para cambiar algo en nosotros. La depresión está de base en enfermedades como el cáncer y el infarto de miocardio. Hechos que nos perturban con síntomas psíquicos, angustia y síntomas corporales, donde, en su repetición, puede ocasionarnos un final anticipado, fulminante, un rayo que cesa.
El psicoanálisis cuida de ti para no tener que mutilarte, embrollarte en la pulsión muerte, donde a veces uno se pasa de la raya, y entonces se acabó, no hay vuelta atrás. Seguir adelante en las mejores condiciones, por el camino de la vida. Que no te pase a ti, salgámosnos de ese discurso enfermizo, donde la enfermedad parece que ya tiene premio y que nos lleva a enredarnos en la enfermedad para cambiar en algo. Que no, la salud se construye trabajándola, no enfermando para tomar una lección de ello. ¿También pondrás la otra mejilla? Elijo salud, psicoanalizarse. Se me vienen los versos del poeta Miguel Oscar Menassa:
¡Cuidado! ¡Cuidado! estamos a punto de naufragar. Os habéis creído, que en transatlántico poderoso navegábamos y sin embargo os digo: mi vida es una pequeña balsa enamorada.
Me enseñaron que una escritura cambia la ideología sobre algo. Que circule, basta de utilizar la enfermedad como aprendizaje.
Laura López Psicóloga colegiada y Psicoanalista
en formación con Grupo Cero
Perito judicial.