Según datos estadísticos recientes, 7 de cada 10 trabajadores afirman padecer del Sindrome del Burnout. La Organización Mundial de la Salud (OMS) incluyó el síndrome del burnout como una enfermedad relacionada con el trabajo desde el pasado 1 de enero de 2022. El primer caso fue reseñado por Graham Greens en 1961, en su artículo “a burnout case”. En 1974 el psiquiatra Herbert J. Freudenberger realizó la primera conceptualización de esta patología, a partir de sus observaciones mientras trabajaba en una clínica, donde dio cuenta de que profesionales de su equipo de trabajo, tras 10 años en el desempeño de su labor, comenzaron a manifestar pérdida de energía, ilusión, desmotivación por el trabajo, falta de empatía con los pacientes, agotamiento, ansiedad y depresión.
Hay una serie de síntomas que pueden llegar a indicarnos que se está padeciendo del síndrome de “estar quemado”, aunque va a depender de la particularidad de cada persona, de su estructura psíquica, de su manera de afrontar la realidad, su capacidad de sustitución y gestión y su resiliencia. Hay ciertos elementos base para hablar de este síndrome: agotamiento mental, sentirse emocional, física o mentalmente exhausto o “quemado”, despersonalización, pérdida de motivación, irritabilidad e insatisfacción profesional, donde la persona no se siente capaz de cumplir con las exigencias que se le establecen.
Puede acontecer en la persona tras un cambio laboral, o en la escala de la organización laboral (ejemplo un puesto de mayor responsabilidad), imposición de tareas con las que no se está de acuerdo, conflictos y contradicciones con respecto al puesto, la organización, compañeros o jefes directos, por circunstancias vitales familiares u otras relacionadas con el aspecto personal… Aunque es necesario poner más el foco no en las circunstancias externas, que al fin y al cabo, son “las detonantes en la ecuación”, aunque también hay muchas situaciones injustas en el ámbito laboral, pero no a todas las personas les hacen enfermar, sino que la clave está en la respuesta ante ello, relacionada con el cuidado de la salud mental de la persona, su capacidad de gestión.
La salud mental es un trabajo constante, y el ser humano tiene capacidad para poder reaccionar de manera adecuada a cualquier situación. Por eso es vital cuidar de la salud mental. Esto quiere decir trabajar esos aspectos psíquicos inconscientes, una puesta a punto de los mismos, una transformación en la persona a través del trabajo que se realiza en su relación terapéutica, que ayude a reaccionar de manera madura a la persona ante cualquier situación adversa. En muchas ocasiones, se mantienen situaciones adversas porque de fondo encubren otras. Gracias al psicoanálisis, es posible detectarlas y establecer un proceso madurativo de gestión. Se ha avanzado mucho a nivel tecnológico y que cada vez muchas más personas acuden al psicoanalista porque saben de la importancia de estar bien, de responder de manera adecuada y desarrollar un valor humano, desde la subjetividad de cada persona, con el método de autoconocimiento y autotransformación.
Hay que diferenciar entre la prisa o exigencia de una actividad, el ritmo propio de la realidad, que requiere de una respuesta adaptativa o de afrontamiento, que es normal, y que implica un cierto nivel de tensión, de implicación, a una respuesta de estrés. Esta respuesta de estrés acontece ante una sobrecarga de actividad y dificultad de adaptación a ello, en muchas ocasiones por no haber desarrollado las habilidades suficientes o la destreza profesional a la altura de la exigencia y otras por una incapacidad de gestión de la persona.
El cuerpo, en una situación de estrés, reacciona con los mismos mecanismos fisiológicos que ante un peligro inminente real, los del miedo, donde es necesario estar preparado, alerta, para emitir la respuesta más adecuada: huida, afrontamiento… Las personas pueden llegar a generar peligros irreales en la mente, desproporcionados a la situación real, desencadenar miedos y tensiones innecesarios, relacionados con esa angustia vital, con la raíz inconsciente de ciertos deseos reprimidos, posicionamientos en sus procesos vitales, de los que se quiere huir, sin saber de ellos, pudiendo desarrollar una serie de síntomas con base de angustia, como por ejemplo taquicardia, vértigos, diarrea, dolores osteomusculares, hiperventilación…
Hay síntomas que son a nivel de la función, donde no hay lesión de órgano como en la angustia, pero que ya de por sí es incapacitante y muy sufriente para la vida de las personas. Los llamados trastornos psicosomáticos, donde ya sí hay una lesión en el órgano, tienen como antecedentes la ansiedad y el estrés. Aunque no todas las personas los desarrollan, es muy importante tratar el estrés, la ansiedad, que en su persistencia puede derivar al síndrome del burnout y también en depresión por esa pérdida de la ilusión, visión negativa de futuro y en trastornos psicosomáticos.
Síndrome del Burnout
El síndrome del burnout es la punta del iceberg, la máscara, de otros padecimientos como la neurosis, donde hay una incapacidad de transformarse, de tomar las riendas de la vida, relacionado con dificultades de gestión psíquicas, contradicciones y conflictos que le impiden un desarrollo pleno no sólo es la actividad laboral, sino seguramente también en otros ámbitos de su vida, en la toma de ciertas decisiones vitales y afrontamientos.
En todas las enfermedades hay una cuestión psíquica en juego y lo psíquico puede producir efectos en el cuerpo y en él ámbito personal y social. Es el pilar de toda vida. “Cuidar la salud mental es fundamental”. Somos sensibles, hay contradicciones, contratiempos y trabajar nuestros aspectos psíquicos es muy importante para estar en las mejores condiciones de afrontamiento o toma de decisiones en la vida.
Laura López
Psicóloga colegiada- Psicoanalista – Perito judicial