Eterna espera aquella en que mi mente aullaba, no sé, si aún sumergida en el obscuro mundo de la locura que este naufragio ha condicionado o liberada por fin, de aquel que yo no era (ese lobo a veces solitario a veces engreído). No paraba de intentar averiguar quién podía ser ese “Abuelo” que estaba por llegar.
Reminiscencias de aquel pasado glorioso impregnado en aquellas pinturas rupestres, relataban restos de una vida, tal vez, ¿La mía?
Doce, a mi lado, no paraba de trastear, hubo un momento en que desapareció nuevamente de mi vista, tal vez en busca, de algo de comida. El día había sido largo, difícil.
Recordé que mi amada aún no había ingerido ningún alimento, aquella nueva vida que latía no podía dejar de recibirlo.
Busque algún ser, de aquellos que nos habían abierto las puertas a tan extraño, mágico lugar, mi reino, a quien poder trasladar nuestras necesidades, pero nadie habitaba en ese momento, en ese lugar.
Sin darme cuenta apenas, mi mente dibujo aquello que deseaba y en una milésima de segundo nuestros deseos fueron atendidos.
No solo podía entender a aquellos seres, si no que alcanzaba a comunicarme con ellos a través de mi mente.
Tras saciar nuestro apetito, agarre con fuerza la mano de Tahohae y un placentero sopor comenzó a embargarme.
Me sentí perdido en un extraño laberinto navegando de nuevo hacia el infinito, extraños horizontes inalcanzables, aquel mar inescrutable.
Desplegué las alas como halcón buscando mi alimento y sin hallarlo, brinque ligero y grácilmente como una gacela en busca de aquella voz que desde algún recóndito lugar me guiaba.
Dibujan mis pensamientos aristas en el aire formando triángulos misteriosos. Vibraban espacios, se difuminaban las formas. Círculos concéntricos que enlazan y atraen, repelen sin sentido, cadenas rotas que enlazan existencias de un pasado que acecha, de ese ser imperial que no recuerdo.
¿Eva? ¡Estás aquí! De nuevo te encuentro.
Me agarro fuertemente a su mástil, No quisiera volver a caer en ese frio mar lleno de miedos, de peces que de repente se cuelan en mi mente y me llevan de nuevo a tierra firme, donde las estancias están vacías, aunque, según esas pinturas, esos peces, no serían fuente de mi locura.
Me enredó en esa madeja de sentimientos. Me agarro a Doce, él es mi nexo de unión entre el presente, este mundo mitológico que me ocupa, en mi reino, el reino de Lo, y este otro que estoy viviendo ahora, sé que fruto de mi locura.
Distante, lejana, está ella, sin el fruto de nuestro amor, ¿Por qué, osas arrebatar aquello que nuestro amor dentro del caos fue capaz de crear? ¿Quién eres?
Espero, perplejo, pero no obtengo respuesta alguna, siento en mi interior ahogo, veo como se derrumban mis planes de futuro, mi hijo, esa liana que se rompe…
Camino rápido, sin mirar atrás, alejándome de ese huracán de tempestades que no cesa en su empeño de atraparme y lanzarme de nuevo al vacío de mi existencia.
Ya hace tiempo que no gira aquella rueda del tiempo. No sé cuántos días, meses, tal vez años, trascurrieron desde que llegue a la isla.
Sólo sé, que por un extraño capricho del más allá, sigo aquí. Entre dos mundos, buscando mi pasado, mi presente, tal vez mi futuro.
Dormito ahora en este mundo extraño en que el sol camina y envuelve magistral, serenamente mi camino.
Reptando ahora me encuentro, como una serpiente entre las hojas y el barro, sólo entonces alcance a verle,
¡Abuelo!
Jefardreé, se había hecho presente.
@María José Luque Fernández.