A lo largo de los años, diversos grupos ecologistas han propuesto cientos de acciones para reducir el consumo de combustibles fósiles. Por ejemplo, con respecto a los vuelos en avión, algunas de estas ideas han sido la eliminación de vuelos cortos con alternativas ferroviarias, o bien, una tasa para los vuelos frecuentes. Se estima que una subida de los precios en Europa solo para los viajeros habituales reduciría un 21% las emisiones del transporte aéreo y generaría unos ingresos a las arcas públicas de miles de millones de euros.
¿Son efectivas estas medidas? La respuesta es compleja de calcular. En síntesis, podríamos decir que son decisiones tan necesarias como superficiales. Veamos por qué.
Son necesarias porque son medidas fáciles de tomar: no requieren de acuerdos internacionales y son un primer paso hacia otras más ambiciosas, que son las que realmente necesitamos. No nos engañemos, la crisis climática es tan grave que ahorrarnos un puñado de vuelos en avión no va a mejorar mucho nuestro tenebroso futuro, aunque siempre será peor no hacer ni eso. La acción global efectiva siempre será la suma de miles de acciones por pequeñas que sean.
Por otra parte, este tipo de acciones son superficiales por, al menos, cinco motivos:
- El ahorro en los vuelos de un país apenas reduce las emisiones globales.
- La reducción en el uso de aviones de un país podría hacer que los aviones se trasladasen a otro, con lo que el global de emisiones podría mantenerse (o incluso aumentar, al llevar aviones a donde antes no los había).
- Lo mismo puede aplicarse al consumo de combustible. Reducir el consumo (por ejemplo, por reducir vuelos o por mejorar la eficiencia), puede hacer bajar los precios; y esa bajada podría facilitar el consumo en otro punto (para otro propósito o para el mismo). Esto es conocido como efecto rebote o paradoja de Jevons.
- Aumentar tasas e impuestos —al consumo o al carbono— son medidas adecuadas e insuficientes. Son adecuadas porque se aplica el principio de «el que contamina paga»; y a la vez son insuficientes porque los ricos seguirán consumiendo de igual forma. Solo se pone límite a una parte poco significativa de la población. Para ser auténticamente efectivos no basta con subir moderadamente los precios, sino que hay que establecer mecanismos para limitar de forma drástica los consumos abusivos, con independencia de los precios o de quién los pague. Unas ideas serían estas (no decimos que sean fáciles):
- Contabilizar los kilómetros que vuela cada ciudadano —y cada aeronave comercial— y poner límites estrictos (e intransferibles).
- Los que viajen en avión podrían ser obligados a trabajar un tiempo gratis para la comunidad (al menos cuando vuelen por placer). Al fin y al cabo, el tiempo es más valioso que el dinero, está equitativamente repartido y, mientras se están haciendo tareas de voluntariado, se tienen los pies en el suelo de nuestro mundo real y no se está contaminando por las nubes.
- Cerrar aeropuertos o, al menos, que la ONU obligue a pagar a cada país por cada aeropuerto en activo.
- Eliminar todas las subvenciones a los combustibles fósiles, a las petroleras y a las compañías aéreas (incluyendo los vuelos que España subvenciona con millones para los isleños).
- Intentar resolverlo todo a base de medidas económicas puede tener efectos secundarios indeseados como, por ejemplo, procesos de gentrificación. Los problemas ambientales no se resolverán solo con dinero. Es necesario algo aún más valioso y más complicado: la conciencia.
Concluyendo
La llamada gentrificación verde es una evolución por la cual una ciudad (o un proceso) puede hacerse más ecológico en teoría, pero a costa de la justicia social. Por ejemplo: si en un barrio obrero se plantan más árboles y se mejoran los parques, subirán los precios de las viviendas y las familias más humildes se tendrán que ir a vivir a otros lugares. La ciudad sería más verde, pero más injusta. Estos procesos se pueden evitar. Ahora bien, para ello hay que poner empeño, porque de forma natural las injusticias no se paran. Son necesarias medidas de control y leyes que protejan la equidad.
Por todo lo visto, si realmente queremos reducir el número de vuelos, hay que poner límites claros, al menos a los viajes turísticos. También se deben facilitar mecanismos para ahorrar viajes por motivos laborales (videoconferencias…). Y por supuesto, tenemos que abordar los límites del crecimiento con criterios de justicia ecosocial. Es decir, nuestra tarea más esencial es emprender un proceso de decrecimiento, pero sin dejar a nadie atrás y educando con conciencia, para que se entienda bien a qué nos enfrentamos. En cambio, por ahora seguimos enfrascados en intentar crecer y crecer, y nadie se interesa en educar en el decrecimiento.
En definitiva, en el mundo actual, la sostenibilidad es tan compleja que no basta con machacar con que reciclemos, lo cual es insignificante. Todo cuenta, pero no debemos engañarnos. Vamos muy mal. Y aún hay cuestiones que dividen a los propios ecologistas. Por ejemplo: unos piensan que la ganadería extensiva es aceptable, mientras otros datos muestran que hoy en día, en la práctica, es imposible que la ganadería pueda ser sostenible. El desconcierto viene bien para que industrias ganaderas sigan beneficiándose de subvenciones, mientras manipulan informes, los ocultan, compran cátedras y engañan a la ciudadanía.
Estas discusiones —por necesarias que sean— no debieran usarse como excusa para retrasar la toma de decisiones. Pensemos que también hay colectivos ecologistas que piden medidas tan subversivas como poner fecha final al uso de los combustibles fósiles. Por ahora, eso es soñar. Ahora bien, si fuera posible solo sería efectivo si se hiciera a nivel global. Por tanto, mucho tenemos que cambiar para evitar un colapso dramático del sistema planetario económico, social y ecológico. Pido disculpas si esto suena a pesimismo, porque esa no ha sido la intención.