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martes, diciembre 3, 2024

El derecho a opinar

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Por: Antonio Porras Cabrera

Cuando tu pensamiento no lo gestionas tú porque crees más en el de otro, eres esclavo del otro. (Cita del autor)

Entiendo, y quiero entender, que todo el mundo puede opinar de cualquier cosa. Otra cuestión es que esa opinión tenga consistencia, esté bien argumentada, incluso, documentada y, consecuentemente, sea objetiva. Por tanto: 1º La opinión es un derecho, 2º la opinión no es una verdad objetiva, 3º la opinión debe fraguarse mediante el procesamiento cognitivo del sujeto expresado en el pensar, 4º la inteligencia y el razonamiento de los seres humanos les lleva a todos a la facultad de pensar y el pensamiento ya es, de por sí, la forma más razonable de fraguar opinión.

En todo caso, en función del conocimiento sobre la materia objeto del razonamiento, ese pensamiento y opinión tendrá mayor autoridad o no, lo que no quiere decir que tengamos que rechazar la opinión de una persona sin grandes conocimientos sobre contenidos que envuelven a una realidad de corte social o popular, puesto que la propia experiencia vital otorga conocimientos y vivencias dignas de ser valoradas por las personas con mayor o menor autoridad en la materia. Si negamos el derecho a opinar a alguien por no entender de cuestiones que afectan a la sociedad, estaremos, tal vez, cuestionando el derecho al propio voto democrático: “usted no entiende de política, por tanto no debe votar”.

Por otro lado, en la ciencia del conocimiento hay taxonomías que requieren niveles de ilustración en esa materia específica para emitir una opinión sólida. Para hablar de física cuántica y debatir se requiere conocimiento de la materia, para un debate sobre cuestiones más mundanas, de dominio general y que afectan a la gente, se sobreentiende que esta puede y debe tener su opinión al respecto.

Es decir, negarle el derecho a opinar a un sujeto por entender que no está capacitado para ello, en lugar de demostrar su error con la argumentación que permite rebatirlo, es un error en sí mismo, ya que nos priva de la posibilidad de conocer otras opiniones, aunque fueren desacertadas, para consolidar las nuestras y buscar la verdad que se persigue. Otra cuestión es que obviemos su opinión por estar en total desacuerdo con ella y saber que el debate, que siempre ha de pretender confluencias, no nos llevara a ningún sitio de provecho. Hay un viejo dicho muy ilustrativo: «Nunca discutas con un idiota, pues bajaras a su terreno y allí te ganará por experiencia».

Claro que si cerramos nuestra mente a cualquier aporte y descalificamos sin rebatir los argumentos ajenos, siempre que sean argumentos y no ocurrencias, flaco favor nos estaremos haciendo, a nosotros y a la sociedad. Es más, hay quien sostiene que “cuando no se entiende, lo ético es no opinar”, habría que identificar cuáles son los parámetros que determinan quien entiende y quién otorga la calificación o cualificación para opinar. Si el que la otorga es el debatiente contrincante, mal va la cosa, pues eso sería una descalificación y no un rebatimiento de la opinión contraria.

En definitiva, opinen sabiendo que las opiniones van retratando al sujeto que las emite, y, si ello es posible, háganlo con la mente abierta para confrontar si están o no en poder de la verdad, admitiendo el pensamiento de los otros como un alimento que nutre al conocimiento, pero no se olvide que el alimento se ha de digerir y de él saldrán, por un lado, nutrientes y, por otro, residuos o detritus a eliminar por su toxicidad. O sea, que las opiniones de los demás siempre han de ser sometidos al cedazo que conforma su propio criterio…

Pero en estos días, con el asunto de la política, la cuestión tiene un trastoque, el pensamiento no está enfocado a entenderse y compartir análisis clarificadores, sino que aflora un sesgo. Por este sesgo, llamado confirmatorio, el sujeto tiende a creer y aceptar las ideas, con o sin argumento, que son afines a su pensamiento político; busca, pues, aquello que le reafirma en su ideario preconcebido; o sea, lo que no le crea disonancia cognitiva, o conflicto interno, que le obligue a cuestionarse sus propios planteamientos. Es propenso, por tanto, a creer en los bulos que potencian su ideario y denuestan el ajeno sin preguntarse, siquiera, cuánto de verdad hay en la notica que transmite el bulo, al que le da crédito y además suele propagar.

Esta situación hace que, en la escala de interés que debemos aplicar sobre los temas, aparezcan como principales nimiedades o asuntos de segundo orden, dejando en el alero lo importante, porque de lo importante no se saca rédito político que lleve al voto y sí de lo secundario al amparo de los bulos. Cuando el bulo es un dardo envenenado de odio, la cosa se complica y se tambalea la estructura democrática, que procura la concordia. En esta civilización nuestra, tan adelantada en algunos asuntos, se sigue observando un déficit democrático, una falta de educación ciudadana para practicarla con el espíritu crítico constructivo que requiere su ejercicio. Echo de menos una asignatura en la escuela con ese contenido…

Entiendo que una idea expresada con exceso de vehemencia, donde aflora la intención impositiva de la misma, la descalificación, el insulto, la falta de respeto y su dogmatismo e intento de colonizar el pensamiento ajeno, te ha de poner en guardia. Lo digo porque lleva implícita la intencionalidad de descalificar tu propio pensamiento, con un mensaje de radicalidad donde, subliminalmente, se te está diciendo: «Estás conmigo o estás contra mí». 

Concluyo en la importancia de velar por la libertad de pensamiento para no dejarse manipular por argumentos livianos y poco constructivos, por la responsabilidad de discernir razonadamente para extraer inferencias sensatas para el interés general, porque el voto debe llevar incorporada una buena dosis de solidaridad social; es decir, tu decisión no te afecta solo a ti, sino al conjunto de la ciudadanía… si te equivocas y no lo tomas con el sentido común adecuado, arrastras a los demás al fango de donde sale la indolente aceptación de discursos tóxicos o inadecuados. Toda libertad conlleva una alta dosis de responsabilidad social con la toma de decisiones…

Enviado por José Antonio Sierra

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