Avanzando por la historia, dando pasos atrás y hacia adelante, en el libro de lo escrito o lo contado, descubrimos casos similares, paralelos acontecimientos. Tal como si el tiempo fuera solo un anacronismo, una cuenta permanente en el Rosario del orador, que acaba y comienza, comienza y acaba…
En el transcurrir de las edades encontramos que apenas existe distancia (salvando las novedades), entre el ayer y el hoy, hay reflexiones profundas que encajan a la perfección tanto en el presente como lo fueron en su origen.
Existen nexos, vasos comunicadores, que nos traen la frecuencia de los mismos sentimientos, las mismas reacciones y el mismo proceder ante acontecimientos que podríamos denominar prácticamente idénticos, si no fuera por la distancia que intermedia entre ellos.
Se diría que atravesamos tantas etapas importantes como de escasa relevancia, tan vigentes ahora como otrora lo fueron.
Una y otra vez, tienen lugar las interminables repeticiones, los ciclos manifiestos, cual si se tratara de un eco prolongado e insistente.
Para los hindúes, es la Rueda de Samsara, la rueda que avanza y avanza, con apariencia renovada y que, sin embargo, es tan vieja que se pierde en el remoto recuerdo. ¿Cuántas batallas iguales y por lo mismo, ha librado la humanidad en su recorrido ¿Cuántos días han sucedido a las noches y casi con sorpresa nos hemos despertado encontrándonos en el mismo sitio?
Parece que hiciéramos círculos en lugar de avanzar, tratando desesperadamente de salir del laberinto, ya sea de pasiones, de ambiciones, de posesiones…en todo caso de disparates continuos.
Podríamos preguntarnos cómo es que ha sucedido todo ello, de qué modo hemos incidido reiterativamente sin apenas darnos cuenta o tomar clara conciencia de lo que estaba aconteciendo.
No sé si es posible acumular más ignorancia, si todavía necesitamos seguir aletargados o dormidos, como si nada fuera con nosotros, cuando las evidencias nos golpean con fuerza en la cara. En algún recodo o pormenor, hemos olvidado la importancia de mirarnos por dentro, de reconocer lo que somos y asumirlo con todas sus consecuencias. Ponernos al frente de lo que parece que es una línea continua y trazar nosotros el recorrido.
Pero más bien parece que gustáramos de ir tras fuegos fatuos, siguiendo un hilo de luz de la insignificante linterna, que manos ávidas mueven en nuestro entorno, intentando no solo confundir sino también desviarnos de nuestro verdadero propósito. En ocasiones, abrimos los ojos justo cuando estamos ya a un paso del precipicio.
Sí que nos cuesta tomar tierra, asentar los pies firmemente en el suelo y tomar impulso para renegar ya de tanta dejadez y torpeza, alejarla lo suficiente como para comprender la enorme capacidad que tenemos de redimirnos y prosperar por nosotros mismos.
No hemos entendido aún que todo son pruebas, simulacros y con cada nueva engañiza, con cada espejismo, nos alejan más y más de nuestra esencia verdadera, de lo que como humanidad acierta a definirnos.
Solamente tomando contacto con la realidad, no la aparente, sino la genuina, comprobamos que ese delirio que nos difumina, no es dueño ni de nuestra vida, ni de nuestra situación, ni de nuestro necesario equilibrio. Lo que precisamos, lo que nos asiste, habita dentro de nuestro corazón y es todo aquello que forma nuestra alma. Está en nosotros no fuera lo que nos hace grandes.
Quizás lo veamos en un simple gesto, quizás en una leve caricia, pero es hora de advertir que nada puede robarnos nuestra paz, nuestra verdad, nuestra conciencia, nada salvo nuestro propio egoísmo.
Podemos detener el dolor, el hambre, la angustia, el desespero, el abandono, tan solo con tomar la determinación de hacerlo, primero con nosotros y luego con nuestro prójimo, a modo de dimensionarnos tan proporcional como gradilocuentemente.
Se puede abrir una rendija en el mundo, volverlo del revés y cambiar definitivamente de piel y de conceptos, dejar atrás aquello que arrastramos como si fuera nuestro, y son solo bolsas que nos han ido colgando para retenernos. Se puede renacer de nuevo, sin ningún atisbo de maldad, sin mezquindades ni resentimientos. Se puede, si lo quieres llevar a cabo como propósito.
Únicamente así dejaremos de crear círculos y podremos percibir el amanecer que se siluetea en el horizonte.
Yo te diría, trae tu lámpara, suma tu propia luz a este desprendimiento, cuantos más seamos, más lejos llegará el día, menos gente se quedará atrás y ya no habrá más rezagados, ni más olvidados, ni más perdidos en el camino. Estaremos fuera de la Rueda de Samsara.
Antonio Quero