Ha sido una DANA asociada a un Mediterráneo recalentado en los últimos veranos, con una gran energía, descargando mucha precipitación en busca del reequilibrio atmosférico. Nos ha recordado a los episodios de octubre de 1957 en Valencia, de septiembre de 1962 en el Vallés, de octubre de 1973 en el Sureste, de octubre de 1982 en el Bajo Júcar, de noviembre de 1987 en el Sur de Valencia y Alicante o de septiembre de 2019 en la Vega Baja del Segura. Es, por tanto, frecuente y previsible en esa área peninsular y en otoño.
Quizás ya no haya que hablar de cambio climático, pues el cambio ya se ha producido y tenemos ya una nueva realidad climática, un nuevo clima. El aumento de temperatura de atmósfera y mares ha modificado los mecanismos de precipitación y está consolidando episodios más prolongados de sequía y eventos más intensos de lluvia. En el ámbito mediterráneo es muy evidente y está avalado por datos y numerosos estudios científicos. Hay un nuevo clima mediterráneo que se caracteriza por temperaturas más altas y por eventos extremos como el que hemos vivido estos días, tan extremo o más que los que ya tuvieron lugar en el pasado. Los hubo, los hay y los habrá, y parece que los futuros pueden ser más intensos. Ante esta situación solo podemos responder con prudencia y adaptación. La prudencia nos lleva a mejorar la previsión, la alerta y la prevención. La adaptación implica a la ordenación del territorio y obliga a buscar soluciones inteligentes basadas en la naturaleza.
La terrible catástrofe vivida estos días es consecuencia de escasa prudencia (alertas tardías y poco contundentes pese a las previsiones muy claras y certeras de la AEMET) y mala adaptación (urbanística y de las vías de comunicación). El fenómeno natural no puede evitarse, pero es insoportable que haya víctimas y daños, y la responsabilidad de ello es exclusivamente humana. Debemos repensar el futuro, ser cada vez más firmes y gritarlo alto: hay que cambiar radicalmente la ingeniería y el urbanismo, hay que devolver a los ríos su espacio y hay que desocupar zonas inundables, cueste lo que cueste, porque muchas vidas humanas están en juego.
Ha llovido mucho y los ríos y ramblas han hecho bien su trabajo de evacuación del agua y el sedimento hacia el mar. Pero es una zona muy urbanizada y no adaptada a los procesos naturales extremos. La propia urbanización impermeabiliza sumando lo que llueve in situ a los caudales, y los cimientos y garajes subterráneos que ocupan el aluvial empujan más agua a superficie, convirtiéndose así en sinérgicas las inundaciones pluviales, fluviales y freáticas, un cóctel completo. Los puentes mal dimensionados y las vías de comunicación instaladas en las llanuras inundables han alterado los flujos y han conducido y agravado el problema hacia zonas concretas. Esta vez ha sido allí, pero tenemos por todas partes territorios no adaptados. Y mira que es fácil saber qué zonas son inundables. Pero claro, se ha crecido sin planificación y sin prudencia en los últimos 70 años, solo siguiendo la dictadura del capital y los mercados, sin pensar en los riesgos que íbamos generando, ni la naturaleza ni en la salud.
Las ciudades valencianas afectadas, desarrolladas sobre áreas inundables, no cuentan con ninguna construcción adaptada a la inundación. Hay numerosas residencias de ancianos, centros educativos (no nos olvidemos tampoco del barranco de la Muerte en Zaragoza) y servicios públicos básicos en zonas de elevada inundabilidad. La solución no es poner más muros, el agua los esquivará o los reventará, la solución es trasladarlos a emplazamientos seguros.
Y ya lo que nos faltaba es volver a escuchar las tonterías de que los ríos están sucios y que la ultraderecha asocie lo que ha ocurrido a la falta de presas y a diferentes bulos y delirios conspiranoicos. Frente a tantas inercias y errores trabajemos con seriedad, prudencia y adaptación, devolviendo espacio lateral a los ríos para que evacúen aún mejor y con menos daños estos fenómenos pluviométricos. Nunca más planes de defensa y soluciones de hormigón. La ingeniería, la ordenación del territorio y el urbanismo deben adaptarse a la naturaleza, no hay otra, y es muy urgente.
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