Por Aram Aharonian
Augusto Monterroso fue un excelente escritor hondureño-guatemalteco-mexicano, autor de Viaje al centro de la fábula. Pero su mejor novela, fue la más corta del mundo… de apenas siete palabras: Cuando despertó, el dinosaurio aun estaba ahí.
Eso es lo que nos pasa: cada vez que logramos despertar, el dinosaurio sigue ahí y desde el sur del sur seguimos tratando de matarlo… o al menos ahuyentarlo al grito de «no pasarán». El problema no es que estamos perdiendo en la batalla política, sino también en la batalla cultural.
Sí, claro: El mundo cambia, la tecnología avanza: hoy hablamos de metaverso, de un nuevo capitalismo de plataforma y de vigilancia, y nos vemos arrinconados para pelear en campos de batalla equivocados y muchas veces perimidos, mientras las corporaciones hegemónicas desarrollan impunemente sus tácticas de poder.
Quizá ningún término usado recurrentemente en el espacio público fue tan ultrajado y vaciado de contenidos, hasta perder todo sentido, como la voz democracia. Hoy se exalta un concepto reduccionista de la democracia que encierra y congela la soberanía y la participación popular en un palacio presidencial y un hemiciclo parlamentario, mientras los bots y trolls son usados para difundir mentiras (fakes news, shit news) y campañas que atentan contra los ciudadanos y aquello que alguna vez idolatramos, que se llamaba democracia.
Hace más de 2500 años que Esquilo se dio cuenta que la primera víctima de la guerra es la verdad. Y vivimos en un mundo en guerra. Es que la democracia fue asesinada en nombre de la democracia para emplearla como instrumento de legitimización de las estructura de poder, dominación y riqueza. Antes, esos mismos criminales habían asesinado la verdad.
Hemos puesto demasiadas fichas al Estado, muy pocas a la inteligencia colectiva y a las tramas comunitarias ante la instauración de un fundamentalismo cristiano (católico o protestante) y el incremento intencional del crimen organizado, como un modo paramilitar del control de la vida. Fundamentalismo y paramilitarismo son operaciones de guerra contra las aspiraciones populares, basadas en el reforzamiento del desprecio de los cuerpos feminizados y de los territorios comunalizados. La vida, como dice Rita Segato, no se cambia desde el Estado sino desde la sociedad.
A mí me pasa lo mismo que a ustedes. Creemos que cargamos un teléfono personal, inteligente, que nos pertenece, pero no hay nada menos personal: el algoritmo está allí y, de a poco, el celular se va apropiando de nosotros: nos pide la huella digital mientras realiza nuestro reconocimiento facial. Entonces recordamos, añoramos, algo llamado intimidad, que fuimos perdiendo, mientras vigilan cada paso que damos.
Desde hace ya muchos años, nuestra región debate sobre democratización de la información y del espectro radioeléctrico y sobre la necesidad de poner fin a los latifundios mediáticos. Este debate desató una virulenta respuesta de los grandes grupos mediáticos, que tratando de vincular este tema al de la libertad de expresión y a las supuestas intenciones totalitarias, arremetieron y arremeten contra los gobiernos y procesos que, con sus peculiaridades y diferentes condiciones, reflejan expectativas y objetivos populares opuestos por las elites económicas y sociales y a los mandatos del norte.
Para nosotros, otro mundo no es posible sino urgente, y ese es el que intentamos construir desde algunos gobiernos y movimiento sociales que entendieron la necesidad de poner a la pobreza como sujeto de políticas y no como objeto de las mismas, que priorizan la inclusión social y la deuda interna. Pero lo más importante es entender la necesidad de vernos con ojos propios, latinoamericanos, integrantes de aquel tercer mundo y hoy del llamado sur global, tras más de cinco siglos de vernos con miradas foráneas, colonizadoras, impuestas (hasta hoy) por los vendedores de espejitos europeos y estadounidenses. Y los cipayos vernáculos, claro.
Nos veíamos altos, rubios y de ojos celestes, cuando realmente somos también indios, negros, un arcoiris de razas y culturas. Era necesario comprender que estábamos en una guerra cultural, ideológica, en la que no hay neutralidad posible, porque ser neutral significa favorecer el statu quo. Hoy, por delante del poder económico y financiero, está el poder mediático, que es el aparato ideológico de la globalización, que fabrica una opinión pública favorable al sistema y de resistencia a los cambios estructurales de la sociedad en estas nuevas guerras de cuarta y quinta generación.
En la primera década del siglo se recuperó la idea de Patria Grande en lo político y avanzó desde la política en la conformación de la Celac y la Unasur (sin mencionar el No al ALCA y las relaciones abiertas con China y Rusia; que muy bien no les cayó a los cipayos y a sus patrones. Vivimos el ataque permanente de los medios hegemónicos, la posverdad, las fake news y las shit news; y los cantos de sirena de los vendedores de espejitos, que vienen asesinando la verdad para poder asesinar también nuestras incipientes democracias. Mientras, desde el campo popular seguimos insistiendo en combatir los satélites con pomposos y combativos discursos. O con arcos y flechas.
Hoy nos toca, también, navegar comprendiendo los cambios tecnológicos y la inteligencia artificial, los cambios en la geopolítica mundial, el desplazamiento hegemónico en la dirección del continente asiático, con China como el gran protagonista, las tensiones en un mundo cada vez más militarizado y los desafíos de la comunicación que pretende contribuir a la paz, la defensa de los derechos humanos y la igualdad y la justicia social como referencias en la construcción de otro mundo posible.
¿Dónde estamos parados? La variante reaccionaria comandó tiranías, la burguesa industrializó con hostilidad a la lucha social, la revolucionaria empalmó con luchas nacionales y sociales. Hoy el progresismo recrea el antecedente convencional con retórica socialdemócrata, constitucionalismo y regionalismo y es la modalidad contemporánea del nacionalismo conservador y de la vertiente democrático-burguesa. La ultraderecha es autoritaria, confronta con el ciclo progresista, abandonó el desarrollismo y está sometida a Washington. Sabemos que debemos retomar, juntos, el camino del Sur.
Hoy nos toca pagar nuestra deuda y darle voz no solo a dirigentes sino a los pueblos, a los que aún no tienen voz ni imagen. Y volviendo a Monterroso, podríamos decir que «cuando despertó, el algoritmo seguía ahí».
Seguimos insistiendo en la necesaria unidad desde abajo. En estos años de transitar nuestra América Lapobre, aprendimos muchas cosas. Una, que lo único que se construye desde arriba es un pozo. La construcción es siempre desde abajo.
La palabra es el arma
-Son tiempos de construir comunidad, conciencia y una cultura de hermandades, semillas que nos ayuden a transitar el camino hacia una sociedad más justa e igualitaria. Con palabras puentes, y no muros. Corren tiempos en los que se nos manipula para el desencuentro, la división, el odio y la xenofobia; para ensanchar y profundizar grietas, como señuelos consumistas que enmudecen el daño a nuestra casa común. Si la verdad nos hará libres, el engaño premeditado persigue esclavizarnos, colonizarnos. Pero nosotros somos los que le gritan al rey desnudo.
-Tenemos posgrados en denunciología y lloriqueo… que en definitiva son contraproducentes e inconducentes. La culpa no es solo de ellos: es también nuestra, que no logramos diseñar y poner en práctica una comunicación contrahegemónica y a la vez popular.
-Hoy no basta con haber leído algo de Marx o saberse de memoria dos o tres frases de Gramsci. La teoría no es sólo para la academia, sino que debe servir de base a la guerra mediática, a la guerrilla mediática, con la mente puesta, siempre, en nuestros trabajadores, estudiantes, profesionales, campesinos… para poder salir juntos de la triste realidad de pobreza, desempleo y hambre. Seguimos en plena guerra cultural y pareciera que no tenemos herramientas, armas, para pelear en ella.
-Hoy no basta reproducir textos pensados y realizados en el norte, repetidos, levantados por medios latinoamericanos como las verdades progresistas, lejos de nuestras realidades, demasiado cerca de sus necesidades. egos y negocios.
-En estos años de transitar nuestra América Lapobre, aprendimos muchos cosas. Una, que la construcción es siempre desde abajo. Hoy la izquierda no está en los partidos políticos sino en las calles.
-En general carecemos de agenda propia, somos reactivos y no sabemos vender la esperanza ni el futuro… solemos vender pasado. Creemos que recuperar la memoria significa volver 30 o 500 años atrás… y no ir para adelante
-Debemos saber de donde venimos para saber hacia dónde vamos
-Pensamiento crítico no significa comunicación de plaza sitiada. Nos atacan y no solo debemos saber cómo defendernos, sino también contraatacar… Eso nos convierte en reactivos y no propositivos. Quizá no tenemos capacidad de aceptar un pensamiento crítico y por eso nos quedamos en consignas.
-Tenemos que aggiornar nuestras cajas de herramientas, estar al tanto de las nuevas tecnologías, de las nuevas formas de llegar a los imaginarios colectivos. No basta con tener lindas cajas de herramientas si no se sabe usarlas, explotarlas al máximo para facilitar la llegada a nuestros objetivos.
-El periodismo es cosa seria. Sí, todos queremos ser cabeza de león y no cola de ratón, pretendemos ser los mejores, los dueños de la razón… y así se hace muy difícil conformar redes horizontales.
-Hay que inventar, proponer formatos nuevos y dejar de subestimar al pueblo. Hablar, discutir, debatir y aprender codo a codo con la gente, con las bases. Tengamos conciencia de que vamos perdiendo por goleada. El problema no debiera ser una derrota electoral sino la derrota cultural: nos quedamos, como los curas, hablando sólo con los convencidos.
* Ponencia presentada en el Foro Periodismo y Democracia, Historia y legado de la Revista Cuadernos del Tercer Mundo, en la Universidad Federal de Río de Janeiro, el 1 de noviembre de 2024
Aram Aharonian Magister en Integración, periodista y docente uruguayo, fundador de Telesur, director del Observatorio en Comunicación y Democracia, presidente de la Fundación para la Integración Latinoamericana.