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Libros

Buenas lecturas para un público (muy) joven

Buenas lecturas para un público (muy) joven

Todos conocemos la trascendencia de las primeras veces y podríamos poner buenos ejemplos, pero el que a mí me interesa hoy aquí se refiere a las primeras lecturas. Aquella primera sensación que experimentaron tantos niños y niñas de disfrutar decodificando por sus propios medios los mensajes impresos en hojas encuadernadas, con letra tan clara, muchas veces entre dibujos y colores sugerentes, tal vez fuera consecuencia de las muchas otras veces en que esos mismos niños y niñas habían visto a sus padres o hermanos mayores leyendo en la casa, a sus maestros y maestras trabajando para acercarles las sorpresas de las primeras letras, a sus familiares – abuelos incluidos – acompañándolos hasta el sueño mientras les contaban cuentos o les leían fábulas, historias legendarias, tradiciones o romances juglarescos, aventureros o sentimentales.

De esos momentos iniciáticos depende la relación posterior que cada uno tenga con los libros, su trayectoria individual de amistad o indiferencia, de acercamiento cálido o de frío distanciamiento. Por eso es esencial, a lo largo de las primeras etapas educativas, acertar con las recomendaciones de lectura, tener la habilidad de proponer textos adecuados y de hacerlo en el momento justo.

Yo tuve la fortuna de encontrar en mi círculo familiar un ambiente proclive a las artes, y entre ellas, la literatura. Desde joven sentí la ambición de poder llegar a escribir bien, y desde siempre, también como lector, la narrativa y la poesía estuvieron presentes en mi práctica literaria. Después, la concienciación con movimientos ciudadanos y la creciente implicación en fenómenos sociales me acercó al articulismo periodístico, y, finalmente, mi dedicación profesional en el mundo de la enseñanza despertó mi interés por la literatura infantil y juvenil, que no es, desde luego, un género menor. Por mucho que algunos piensen que escribir para niños no es difícil, el público infantil es agradecido, pero exigente, y no es nada fácil que un adulto sepa colocar la lupa de su perspectiva a la altura de la mirada de un niño, y acierte con una manera de contar las cosas que se identifique con sus gustos, su filosofía y su corazoncito.

No sería la primera vez que a un autor o autora se le recuerda globalmente por un personaje redondo del mundo infantil, antes que por cualquiera de sus otras creaciones dirigida al catálogo de un público adulto. Que le pregunten, si no, a la suiza Johanna Spyri por su Heidi, al escocés J. M. Barrie por su Peter Pan, o a la española Elvira Lindo por su Manolito Gafotas.

Me parece oportuno subrayar la idea de que en este género el peso que tienen las ilustraciones es fundamental. Un adulto disfruta de mayores márgenes de libertad para hacerse composiciones de lugar o para completar la caracterización de los personajes, pero aunque la imaginación del público infantil también es un terreno muy fértil, los niños agradecen poder asociar a una fisonomía concreta los diálogos y las acciones de los personajes con los que empatizan, y toda la riqueza dibujística debe completar a su alrededor un contexto en el que puedan desarrollarse tramas sencillas de aventuras, humor, ternura, fantasía y cotidianidad. Por eso, en mis incursiones por la literatura infantil siempre he buscado asociarme con ilustradores profesionales (Manuel Mota, Cristina Peláez, Svetlana Kalachnik), que han hecho en todos los casos un trabajo maravilloso.

Utilizo hoy mi tribuna de los viernes para hablar de estos temas por el doble motivo de anunciar que, por una parte, este próximo martes, 2 de abril, se celebra como cada año el Día Internacional de la Literatura Infantil y Juvenil, y que, por otra, coincidiendo precisamente con esa efeméride para intentar contribuir a prestigiar el género, mi editor ha programado para ese día la presentación oficial de mi último libro, una novela infantil pensada para lectores de entre 10 – 12 años preferentemente. Se trata de “Siempre alerta”, una nueva entrega que refleja las vicisitudes de una familia cualquiera en un lugar indeterminado del sur de España, y el día a día en la casa, en la calle y en la escuela. Héctor, un niño que cursa 4º de Primaria, comparte sus andanzas, ilusiones y preocupaciones con su inseparable amigo Nacho, y en la familia tiene sus más y sus menos con sus dos hermanas.

Estos personajes ya me dieron muchas alegrías cuando fueron creados, y en 2019 me permitieron conocer las interioridades de un mercado literario tan grande como el de la Feria del Libro en el Parque del Retiro de Madrid, además de representar el pabellón de autores españoles con “Un curso para recordar”, uno de los libros seleccionados en el programa del Junior Spanish Book Club, en Dublín, Irlanda. Ahora vuelven con renovados bríos, y me invitan a apostar fuerte con una historia que puede gustar por igual a pequeños y mayores. Les invito a asistir a la sala de Ámbito Cultural de El Corte Inglés el martes 2 de abril para conocerlos de primera mano con la proyección de imágenes y las palabras mías como autor y de la ilustradora, la también malagueña Cristina Peláez.

Ojalá pudiera yo aspirar algún día a que vosotros, queridos lectores, pudierais alcanzar inadvertidamente, en el transcurso de alguno de mis artículos en Malagaldía, el mismo nivel de frescura e inocencia con que puede afrontarse la lectura de cualquier capítulo de las aventuras de Héctor y Nacho.

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Carlos Pérez Torres (Málaga, 1958) es escritor y educador. Licenciado en Filología inglesa, ha trabajado muchos años dando clases de Literatura en institutos de Málaga y su provincia. Entre sus obras narrativas destacan títulos como «Nico y Aurora» (2008), «Relatos del impostor» (2016), “Círculos concéntricos” (2018), «Notas al margen» (2022) y «Mala conciencia» (2023). En poesía, entre otros libros, ha publicado «Temblor» (2000), «Razón de convivencia» (2006), o «Antología privada» (2019), y prepara actualmente «Horas de insomnio». También es articulista y autor de novelas de infantil/juvenil.

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