Con la fecha de hoy, 8 de marzo, una cita esperada cada año, llega un compromiso importante para la sociedad, un tema suculento para los programas informativos, y un contenido cuidadosamente planificado en todos los centros educativos: la celebración del Día de la Mujer, una invitación al ejercicio de situar los derechos de las mujeres – trabajadoras o no – en un plano de igualdad respecto a los que se les reconocen a los hombres.
Estos días, además, coincide que en Málaga se está desarrollando la 27ª edición del Festival de Cine Español, con el palmarés a punto ya, mañana mismo, y a lo largo de la semana se ha hecho hincapié en el porcentaje de películas dirigidas por mujeres y, en general, en la creciente representación femenina en los equipos técnicos y creativos de una industria tan floreciente como la cinematográfica, como dato ilustrativo de que los temas de equiparación en los campos sociales y profesionales continúan su avance por la senda correcta.
En mi biografía personal, dicho sea de paso, hay otro hito clave para celebrar cada 8 de marzo: el de mi aniversario de boda. Alfombra roja, pues, en la calle Larios y en el acceso al Teatro Cervantes; pegatina morada para las manifestaciones feministas; y recordatorio rosa para nuestros planes estrictamente privados y familiares: todo un completo menú de motivaciones y colores. El tema para mi artículo de hoy estaba cantado desde que miré el calendario y vi que este año el 8 de marzo caía en viernes.
En los institutos, los contenidos transversales siempre me permitieron colaborar con los compañeros de Coeducación, y en clases de Educación para la Ciudadanía los alumnos y las alumnas disfrutaban coordinando las actividades y buscando canciones que se ajustaran al tema. En el ciclo de Bachillerato, los debates cobraban mucho vigor porque la concienciación del alumnado es mayor en temas delicados como esos, ya que inciden de lleno en las expectativas de su futuro inmediato, la inminencia del desembarco en la Universidad, la capacitación profesional, la inserción laboral, las aspiraciones de paridad, la brecha salarial, los techos de cristal, etc.
Eso, si analizamos la situación actual en el siglo XXI, pero si hacemos un recorrido retrospectivo a lo largo de muchas décadas, vemos que es enorme la variedad de situaciones en las que mujeres de muchas edades, condiciones, razas, continentes, nacionalidades y culturas tuvieron que soportar ofensas y agravios. Ese precisamente fue el objetivo principal de uno de mis trabajos literarios más recientes. El subtítulo de mi libro “Notas al margen” es muy clarificador en este sentido: relatos para reflexionar sobre el papel de la mujer a través de la pintura. Quise que una serie de pintores y pintoras hicieran, con sus obras, de notarios de excepción, y por eso seleccioné cuadros en los que fueran protagonistas mujeres, niñas jóvenes, ancianas… que son víctimas de situaciones de injusticia, opresión o desigualdad, e imaginé historias de ficción alrededor de esas imágenes.
La verdad, ha sido un placer ver en las pequeñas pantallas tantos escenarios e iconos de Málaga como fondo cada vez que un reportero informaba sobre el Festival de Cine o un crítico reseñaba alguna de las películas proyectadas. Mi mujer y yo pisaremos esos mismos escenarios esta tarde, y la ruta peatonal de Alcazabilla nos llevará hasta una de las salas del Albéniz, donde el programa de cierre ha previsto la proyección de “Un nuevo amanecer”. Por lo pronto, esta noche toca cine y cena, que 33 años es una buena marca, y mañana ya veremos cómo amanece el día.