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sábado, noviembre 30, 2024

El arte de la traducción

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Carlos Pérez Torres
Carlos Pérez Torres
Carlos Pérez Torres (Málaga, 1958) es escritor y educador. Licenciado en Filología inglesa, ha trabajado muchos años dando clases de Literatura en institutos de Málaga y su provincia. Entre sus obras narrativas destacan títulos como «Nico y Aurora» (2008), «Relatos del impostor» (2016), “Círculos concéntricos” (2018), «Notas al margen» (2022) y «Mala conciencia» (2023). En poesía, entre otros libros, ha publicado «Temblor» (2000), «Razón de convivencia» (2006), o «Antología privada» (2019), y prepara actualmente «Horas de insomnio». También es articulista y autor de novelas de infantil/juvenil.

El episodio bíblico de la torre de Babel (ilustrado aquí con la pintura de Pieter Brueghel el Viejo) está contado como una maldición, un castigo divino para la humanidad, que quedaría condenada para siempre a la confusión entre múltiples lenguas y barreras para la comunicación ideal entre todos. Sin embargo, en la diversidad no sólo está el gusto, sino el germen de una riqueza multicultural que hace posible interesantísimos contactos y trasvases.

Yo les hablaba a mis alumnos de Inglés con frecuencia del “arte de la traducción” porque estoy convencido de que capturar la intencionalidad comunicativa de cualquier mensaje en una lengua determinada para trasladarla lo más fielmente posible según los usos y fórmulas lingüísticas de otro idioma es una operación que, además de conocimiento y rigor, exige altas dosis de sensibilidad.

La traducción literaria tiene parámetros propios y exige por tanto especialización. Cualquier transformación de textos narrativos, dramáticos, ensayísticos… supone un desafío intelectual porque obliga al traductor a solucionar problemas de la mejor manera posible, tomando decisiones creativas que deben satisfacer a los insospechados dobleces del lenguaje figurado, tan recurrente en literatura, con segundos significados, matices o insinuaciones, referencias ocultas o juegos de palabras.

Pero es el lenguaje poético el que presenta un camino más espinoso desde su forma en el idioma de origen hasta la forma traducida en el idioma de destino: inevitablemente, las sutilezas expresivas se unen a los factores de ritmo y musicalidad, junto con otros recursos fónicos como la rima, para abrir un abismo de complicaciones que en ocasiones no puede salvarse de un modo absolutamente satisfactorio. En muchos casos los traductores de poetas son también poetas, y la sintonía entre ellos puede no ser la más conveniente, y entonces es frecuente rastrear un porcentaje de creación literaria sorprendentemente alto en la labor del traductor. Me parece que no es de recibo apoyarse en el texto original utilizándolo en realidad como pretexto para mostrar habilidades especiales o virtuosismo innecesario y, en todo caso, aducir que se ha buscado mantener “la filosofía del texto original” nos conduce a un territorio demasiado resbaladizo y subjetivo.

Si abandonamos por un momento el campo de la traducción y, en lugar de aspirar a trasladar un texto de una lengua a otra, nos conformamos con cambiar de registro manteniendo un mismo mensaje dentro de una misma lengua, haremos un ejercicio de versatilidad, cualidad también muy valiosa para un buen escritor. El ejemplo que nos brinda Antonio Machado en su “Juan de Mairena” pone de manifiesto la necesidad de entenderse poéticamente con la realidad: en una clase de Retórica y Poética el profesor escribe en la pizarra una serie de vocablos muy infrecuentes al referirse a “los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa”. Y el alumno traduce el mensaje como “lo que pasa en la calle”. Podrían enumerarse cientos de ejemplos similares que demostrarían igualmente que la simplificación y la naturalidad son buenos ingredientes para la literatura que mejor llega.

Una última vuelta de tuerca nos lleva hoy a apuntar otro cambio posible que abre una dimensión apasionante. No se trata ya de modificar el código para pasar de una lengua a otra; ni siquiera de cambiar de un registro de habla a otro distinto, sino de cambiar de un lenguaje a otro, según se quiera contar una historia con los medios de la literatura o con los del cine, siguiendo caminos discutiblemente paralelos, pero con procedimientos bien diferenciados. Considerando una novela y una película como productos artísticos independientes, el tema de las adaptaciones de obras literarias a la gran pantalla abre una gama de argumentos tan rica que un aficionado como yo, tanto a la literatura como al cine, no se resistirá comentar en mi artículo del próximo viernes.

Mientras tanto, los periódicos, como siempre – como este mismo que busca actualizar nuestra Málaga al día – nos acercarán los sucesos de actualidad que agitan las costuras del universo qua habitamos. O lo que es lo mismo, nos mantendrán informados de lo que pasa en el mundo.

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