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Apariciones primaverales

Apariciones primaverales

Hoy, viernes 26 de abril, comienza en Málaga la Feria del Libro, y las casetas reconquistan el espacio del Parque con ganas de seguir creciendo. Un buen número de librerías y de editoriales malagueñas, felices con sus autores y sus nuevos títulos, se engalanan y se ponen a punto para afrontar con ilusión renovada el encuentro con los lectores y programar las sesiones de firmas. A las casetas institucionales y a las clásicas actividades del pregón inicial, las presentaciones de libros y los talleres de cuentacuentos en la Pequeteca que organiza la red de bibliotecas públicas, se les suma este año la Sala Unia, un espacio para conferencias, clubes de lecturas y mesas redondas que pone en pie la Universidad Internacional de Andalucía.

Por todas partes, con la eclosión de tantas ferias del libro y con la repercusión y el eco mediático reciente de la fecha nuclear del Día del Libro, estos días los libros cobran presencia en los telediarios, se amontonan en escaparates invitadores y se empeñan en demostrar que, en cuanto a creatividad, no existe precisamente un problema de sequía: en abril, libros mil; se les aparecen a los paseantes inadvertidos, lucen sus etiquetas de descuento en los tenderetes improvisados en colegios e institutos, recuperan opciones como posible regalo. Los escritores y escritoras firman algunos ejemplares, charlan con los libreros y los editores, intentan estimular a las generaciones jóvenes de la mano de maestros y profesores, acompañan a las autoridades para inaugurar bibliotecas, y en las fotografías les durará un tiempo esa cara de asombro satisfecho que pondrán al ver a esos fantasmas que siempre son los lectores, y tener que escribirles una dedicatoria repetida.

En efecto, si antes dije que algunos libros se les aparecen a los transeúntes, a algunos escritores se les aparecen los lectores. Todas esas apariciones son necesarias para redondear el negocio: dar en primer lugar notoriedad al libro en todas las tribunas culturales (aunque sea por costumbre primaveral y sólo por unos días), atraer luego a autores de renombre con ferias atractivas y bien organizadas, e intentar seducir finalmente al público esmerándose en la programación de los actos, los anuncios de firmas y todo tipo de presentaciones y promociones en el mercado editorial. Todo valga y esté bien empleado si se propicia la epifanía de un primer encuentro entre una buena obra y un lector predispuesto. Valga toda la parafernalia, que de buen grado admito yo también en mi artículo, pese a haber escrito hace un momento las palabras negocio, feria y mercado en el mismo párrafo.

Fuera de nuestros límites inmediatos también se dan situaciones altamente reconfortantes y se organizan eventos con muy meritorias intenciones. Por poner sólo un ejemplo europeo y otro americano, los casos del pueblecito galés de Hay-on-Wye y de la ciudad colombiana de Cartagena de Indias levantarían la moral del más insistente pregonero de la pretendida futura defunción del libro como objeto físico, herido de gravedad – según decían – a manos de los soportes electrónicos.

En la minúscula y adorable villa de Hay-on-Wye, contrarrestando el conocido anatema del pasado malagueño como espacio urbano de una única librería en medio de numerosas tabernas con un esplendoroso presente en el que el número de florecientes establecimientos en torno al interés por los libros y la literatura hace palidecer el ridículo número de pubs disponibles, hace ya más de tres décadas que se congregan allí, cerca de la frontera norte con Inglaterra, millares de personas para asistir a conferencias de escritores, académicos y ganadores del Premio Nóbel, cuyas intervenciones se anuncian en pequeñas pizarras con rótulos de tiza y se celebran con asombrosa puntualidad en modestas carpas, unidas unas a otras por senderos embarrados y señalizados manualmente.

En Cartagena de Indias es destacable el fervor de un público que no se arremolina en torno a héroes del cine o a cantantes o grupos musicales, sino que pagaría por poder escuchar a sus escritores preferidos recitando sus poemas, hablando de sus novelas o debatiendo sobre la creación literaria, y que exhibe su inquebrantable fe en la cultura a través del fortalecimiento de las bibliotecas y el fomento de los clubes de lectura, luchando en demasiadas ocasiones con el exceso de protocolo, la escasez de fondos y recursos, y el alto índice de modificaciones y cancelaciones.

En Málaga podríamos sacar enseñanzas y explorar las líneas de trabajo que surgen en lugares donde se apuntan ideas válidas en tardes de efervescencia y en noches en blanco, coordinar tal vez actividades paralelas entre la sede principal del Parque y subsedes emblemáticas como las Plazas de La Merced o La Marina, que recientemente también fueron enclaves designados para albergar a la Feria del Libro, y combinar la modestia con el entusiasmo para aspirar a la eficacia y no descuidar el loable objetivo de seguir creciendo. Sólo es cuestión de replantearse las prioridades, y esperar a ver qué se nos aparece el año que viene.

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Carlos Pérez Torres (Málaga, 1958) es escritor y educador. Licenciado en Filología inglesa, ha trabajado muchos años dando clases de Literatura en institutos de Málaga y su provincia. Entre sus obras narrativas destacan títulos como «Nico y Aurora» (2008), «Relatos del impostor» (2016), “Círculos concéntricos” (2018), «Notas al margen» (2022) y «Mala conciencia» (2023). En poesía, entre otros libros, ha publicado «Temblor» (2000), «Razón de convivencia» (2006), o «Antología privada» (2019), y prepara actualmente «Horas de insomnio». También es articulista y autor de novelas de infantil/juvenil.

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