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lunes, noviembre 25, 2024

Mentiras verdaderas

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Carlos Pérez Torres
Carlos Pérez Torres
Carlos Pérez Torres (Málaga, 1958) es escritor y educador. Licenciado en Filología inglesa, ha trabajado muchos años dando clases de Literatura en institutos de Málaga y su provincia. Entre sus obras narrativas destacan títulos como «Nico y Aurora» (2008), «Relatos del impostor» (2016), “Círculos concéntricos” (2018), «Notas al margen» (2022) y «Mala conciencia» (2023). En poesía, entre otros libros, ha publicado «Temblor» (2000), «Razón de convivencia» (2006), o «Antología privada» (2019), y prepara actualmente «Horas de insomnio». También es articulista y autor de novelas de infantil/juvenil.

La costumbre de contar historias responde a la persistente necesidad de oírlas que tienen todos, a todas las edades, siempre, en todas las épocas. Desde Aristóteles, los tratadistas han venido hablando de la verosimilitud como un requerimiento básico para aspirar a que quienes oyen los detalles o ven las escenas de una narración puedan identificarse con los avatares de sus protagonistas, y de esta manera pretenda hacerse factible lo que es ficticio, y pueda conseguirse que lo irreal parezca real.

A través de la literatura, el cine, el teatro…, incluso de la música o la pintura, las historias se cuentan por muy diversos procedimientos y con diferentes técnicas. Empezando por un minimalismo imaginativo, un fraseo musical de flauta puede evocar el viento que sopla entre las hojas de la arboleda, al igual que un susto o un peligro puede representarse con un sonido súbito de percusión, por ejemplo, y en un cuadro costumbrista la escena también presentará indudables valores narrativos. Siguiendo por el cine, un arte joven y multidisciplinar que hace mucho más evidente el tejido de cualquier relato al servicio de un guion, en la interpretación del receptor empieza a tener significación tanto lo que se cuenta explícitamente como lo que no se muestra porque se sobreentiende o voluntariamente se omite.

Pero a lo largo de los siglos, la preceptiva literaria ha contado con una especie de monopolio con la épica, la lírica y la dramática clásicas. Los lectores aceptamos la convención de que los animales puedan hablar en las fábulas porque esta incompatibilidad con la realidad más primariamente empírica no se opone al objetivo final de extraer una enseñanza moral, que es lo que puede servirnos. Los espectadores de cualquier tragedia se encogen hasta el punto de las lágrimas pese a la convicción de que el actor que acaba de expirar ante sus ojos se levantará a continuación, sonriente y satisfecho, para agradecer los aplausos. En un poema de Ángel González, ante la pregunta que una voz adulta le hace a un niño interesándose por los motivos por los cuales llora al leer un libro si sabe que todo lo que está escrito en él es mentira, el niño le responde con candidez y clarividencia que, aun así, lo que él siente lo siente de verdad.

El modo en que los lectores de García Márquez o Laura Esquivel aceptan con la máxima naturalidad el hecho de que nazcan niños con cola de cerdo en el seno de una determinada familia, o una nube de mariposas acompañe siempre a un determinado personaje, o un acercamiento íntimo entre un hombre y una mujer derive en un incendio acompañado de pirotecnias a lo largo de varios días, no desmerece la credibilidad de los autores ni minimiza el interés con que se va siguiendo la lectura de sus obras porque todo el mundo es capaz de reconocer los símbolos que añaden sus ingredientes inesperados para transmitir las ideas de una maldición para una estirpe, la existencia de un mundo propio, o la intensidad extrema de un encuentro carnal y un amor arrebatador.

He puesto ejemplos del llamado realismo mágico para terminar con la idea de que una suerte de magia de ida y vuelta también interviene en el proceso de contar una historia con una técnica y un estilo determinados, y el modo y la predisposición con la que se percibe, porque, cuando conectan de verdad, la complicidad entre el escritor y el lector ni siquiera se resiente con la introducción de elementos que no son verosímiles. Un guante puede convertirse en mano, las letras pueden convertirse en notas, y así las fibras de un sueño pueden convertirse en materia de creación. Como en una parábola milagrosa – realidad y ficción como cara y cruz de una misma moneda –, en la buena literatura todas las mentiras acaban siendo verdaderas.

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