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Sociedad

Resaca verdiblanca

Resaca verdiblanca

Hace dos días, el miércoles 28 de febrero, tuvimos la celebración por antonomasia de nuestra Comunidad Autónoma: el Día de Andalucía. Las instituciones oficiales se pusieron de largo para ofrecer discursos, imponer medallas y dar una imagen de cohesión social y de orgullo compartido por una tierra y una historia común, con un patrimonio muy rico y una idiosincrasia muy particular.

El ciudadano medio no notó gran cosa en el ambiente, pero dispuso de un día festivo con buen solecito y no tuvo que ir a trabajar, y además pudo leer y rebotar varios mensajes por wasap bien bonitos, con la felicitación correspondiente. Los escolares, en cambio, disfrutan desde el viernes anterior de una semana de vacaciones que ellos, por la cuenta que les trae, podrían conocer perfectamente como “la Semana Blanca y Verde”, porque siempre gravita en torno a esta celebración.

Mi larga trayectoria de trabajo como educador en colegios e institutos ha dejado en mi retina y en mi memoria imágenes muy consolidadas de cómo los estudiantes viven su peculiar Día de Andalucía de forma anticipada: bullicio y risas; fajines, volantes, peinetas, abanicos y castañuelas; bailes, guitarras, flamenco y copla; desayuno andaluz a base de batidos lácteos o zumos y molletes con aceite de oliva; momentos solemnes con el himno por megafonía; y chistes repetidos sobre el tópico de nuestra consustancial vagancia y la ambivalencia del verso que dice “andaluces, levantaos”.

Los profesores nos ponemos intensos hablando de grandes escritores como Lorca, Machado o Juan Ramón y de grandes pintores como Velázquez o Picasso, y sin embargo, en cuanto abordamos la música con compositores como Falla o intérpretes como Camarón de la Isla o Paco de Lucía, no sé cómo se las ingenian los alumnos, pero siempre acabamos mencionando a jóvenes valores de la canción, y si nosotros les sacamos nombres de artistas míticas como Lola Flores o Rocío Jurado, ellos contraatacan nombrando a David Bisbal, Manuel Carrasco o India Martínez; y cuando queremos limitarnos a un reducto estrictamente boquerón y mencionamos a Pepa Flores, ellos ponen los ojos en blanco tarareando temas de Pablo Alborán, Vanesa Martín o Pablo López.

Me gusta comprobar que en Andalucía no se hace un uso sectario del símbolo de la bandera. El nacionalismo andaluz tiene más que ver con identidades culturales que con partidos políticos, y por eso nadie tiene el monopolio del verde, blanco y verde, a diferencia de lo que ocurre en otras comunidades históricas, donde la senyera se confunde con la estelada catalana y a veces da la impresión de encontrarse poco menos que secuestrada por los sectores más intolerantes del independentismo, o la ikurriña vasca parece resentirse de sus conexiones con el mundo abertzale más radical. También, a nivel nacional, la bandera española ha sido cazada a lazo por grupos excluyentes, de pensamiento conservador y reaccionario, aunque esto a ellos no les gusta que se les diga de forma tan clara.

En mis propios recuerdos de muchacho en los comienzos de la etapa democrática en España, la incipiente concienciación política nos llevó a muchos a un territorio en el que la consolidación de los símbolos andaluces como el himno y la bandera se enredó en un proceso que tuvo mucho más de aventura y conquista que de celebración complaciente. Yo también me manifesté por el Parque de Málaga aquel 4 de diciembre, corrí por las calles del centro de la ciudad huyendo de la represión policial, y sentí aquel disparo sobre Manuel José García Caparrós como una estocada hasta la empuñadura que hería mortalmente nuestra sensibilidad y nuestra dignidad como pueblo, y nuestra decidida voluntad de vivir en libertad.

Después, la casilla institucional se desplazó un poco más allá en el calendario invernal, y del 4 de diciembre se pasó al 28 de febrero, esa misma fecha luminosa que hace un par de días me permitió a mí divagar de esta manera, y nos hizo a todos participar de un día festivo con vocación de prisma octogonal, tapiz, zócalo o mosaico: el Día de Andalucía.

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Carlos Pérez Torres (Málaga, 1958) es escritor y educador. Licenciado en Filología inglesa, ha trabajado muchos años dando clases de Literatura en institutos de Málaga y su provincia. Entre sus obras narrativas destacan títulos como «Nico y Aurora» (2008), «Relatos del impostor» (2016), “Círculos concéntricos” (2018), «Notas al margen» (2022) y «Mala conciencia» (2023). En poesía, entre otros libros, ha publicado «Temblor» (2000), «Razón de convivencia» (2006), o «Antología privada» (2019), y prepara actualmente «Horas de insomnio». También es articulista y autor de novelas de infantil/juvenil.

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