A menudo he negado el machísimo y la sumisión de las mujeres en la sociedad oriental, cuando los occidentales han estigmatizado al pueblo árabe como machistas. Esto es simplemente porque cada uno habla, según su experiencia personal, según lo que ha visto o ha vivido.
Yo estuve rodeado por un tipo especial de mujeres, empezando por mi madre, mis tías y hasta mis abuelas, todas eran geniales, ciertamente extraordinarias. Sus historias fueron verdaderamente inspiradoras, eran mujeres fuertes, nada vanidosas.
Por ejemplo, mi madre, además de su éxito a nivel profesional, que requirió mucho esfuerzo y sudor, incluso recibió el reconocimiento de dos ministros diferentes del gobierno egipcio a lo largo de su carrera profesional, se ocupaba al mismo tiempo, de nuestra educación, preparación e incluso nuestra excelencia académica como una de sus prioridades más importantes.
Francamente me sorprendía la fuerza que tenía para poder realizar estas difíciles tareas, todas al mismo tiempo, lo extraño es que siempre lo hacía como si fuera algo normal, sin quejarse ni siquiera alegando heroísmo, porque en realidad, lo que estaba haciendo, era normal para ella. La mañana que murió mi madre, tras una larga enfermedad que a lo largo de los años la agotó y la marchitó lentamente, se levantó como acostumbraba a orar, pero su cuerpo no le respondió y, aunque lo intentó, finalmente se rindió.
Otro ejemplo, sería el de mi tía, la hermana mayor de mi madre. Mi tía era como mi madre, tal vez más sólida. Mi tía fue quien abrió el camino para que sus hermanos, hombres o mujeres, estudiaran en la universidad. Ella vino sola desde su pequeña ciudad a El Cairo para estudiar ingeniería en la Universidad de El Cairo. Se graduó rápidamente y logró un gran éxito a nivel profesional; se casó, dio a luz y no abandonó a su familia, de la que asumió casi toda la responsabilidad porque su marido no era lo suficientemente serio para asumir sus responsabilidades. En los últimos años, este marido enfermó gravemente y, a pesar de todo, fue ella quien lo cuidó como si fuera su madre, no le guardó ningún rencor y aunque ella también enfermó, le seguía cuidando como si fuera su enfermera.
No puedo dejar de recordar a mi abuela paterna quien en su juventud perdió un dedo al córtaselo con una hoz mientras trabajaba en el campo. Esta mujer siempre fue respetada por todos y se la consideraba la cabeza de la familia.
Las mujeres de mi familia eran como árboles, morían de pie. Siempre me pareció como si la muerte se hubiera cansado de oprimirlas. Mujeres de gran fortaleza que han dado lecciones en cada momento a quienes los rodean, sin soberbia ni pretensiones.
Yo solo conocía a las mujeres de mi familia, por eso era reticente a pensar que las mujeres eran sumisas, hasta que crecí y crecieron mis experiencias, entonces me di cuenta de que a diferencia de ellas había otras mujeres que, si eran sumisas, quizás por carácter, por eso ya no niego lo que antes solía negar. Además, confirmo que, en nuestra sociedad oriental, aparte de las mujeres de mi familia, también hay otras muchas mujeres, tal vez más grandes, lo cual es evidente y tampoco se puede negar.