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lunes, diciembre 23, 2024

Èsta es la mujer que amé y sigo amando

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Estamos cambiando a lo largo de la historia, culturas y civilizaciones –así lo vamos viendo, nuestros roles (por comportamientos), tocante a la sexualidad–. Ésta sufre un cambio tocante a las costumbres y a la forma de manifestarse. Las mujeres, y a Dios gracias, han aprendido a ser independientes y, desde luego, están demostrando, por activa y pasiva que son mucho más inteligentes que el varón, estudiando, trabajando, siendo militares (recuerdo el fallecimiento de la soldado Idoia-rodrguez-buja en tierras de Afganistán, defendiendo a España en una guerra tan difícil y controvertida como la de Irak), policías y…lo que deseen conseguir siempre lo conseguirán: tienen una enorme fuerza de voluntad, que desarrollan a las mil maravillas, como si…sobre aquélla cayesen gotas conteniendo tónicos eficaces y conductores de sabía que, a modo de río desbordado, las condujesen durante toda su vida.

 

Es decir, del rosa al amarillo, de la juventud a la vejez, de la vitalidad y pasión amorosa juvenil a un “status” de personas maduras…donde se va apagando poco a poco la pasión carnal ardiente, y, de esta forma, dar paso a ese amor tranquilo y agradecido que disfrutan las personas, que peinan pocos pelos color de nieve.

Pues ha llegado el tiempo de comprender que la mujer está dotada de memoria, entendimiento y voluntad, y corazón para sentir y amar al mundo entero: aman lo bueno y lo malo también, con ese motor que impulsa la sangre llamado corazón. Y es que cuando besan las mujeres…embelesan, y nos cautivan nuestros sentidos, y todo lo hacen sus manos: ¡Qué hablan de amor cuando cogen!, de besos son todo halagos. Y cuando besan sus labios…yo digo: ¡Fueron sus manos! Manos femeninas, belleza de mujer. Ésta es la mujer que amé y sigo amando, y amaré siempre mientras viva, pero mi memoria me habla y me dice: “La recuerdo sola…”.


Había casi nadie. Corrían las siete de la tarde –fui testigo de excepción de lo que os cuento–, cuando me encontraba tomando un cafetín, y ojeando revistas “matacorazones”. Entró en el establecimiento la hija de un buen amigo mío -por el que siento gran afecto-, que me dijo: “¿Dispones de cinco minutos?”. “Y de cinco mil”, le contesté. Clavó su mirada sobre mis ojos, y exclamó: “¡Deseo ser madre, lo necesito…!”. En mi sesera pululaban mil y una preguntas, y le inquirí -tratándole de ayudar-: “¿Estás embarazada, quizá?”. (El miedo a quedarse embarazada es innato en la mujer, y uno lo entiende, porque cuando ellas paren sufren dolor, angustia, y, no pocas veces, debido al posparto desarrollan una depresión que, en muchos casos, no parece tener explicación alguna.)

Pasado algún tiempo, al pronto, respondió: “¡Ni mucho menos!”. Me comentó que salía con chicos, tipos –casados y solteros, solteros y casados–, y que “más valía no hablar de sus…”. También me explicó que su vida pasional –ley del deseo sexual– así la resolvía, más su corazón amarecía frío, con color de muerto. Esta semejante nuestra ha sido y es una competente mujer siglo XXI: tiene talento, escribe libros, es maestra del Estado… formando parte del organigrama social por méritos propios. Mi buena amiga –salvando edades– es atea, no cree en los hombres y menos aún en el amor. Así me lo confesó, y anuencia me dio para comentarlo.

En cualquier caso, mi contertulia es una criatura valiente –hermosa, guapa e inteligente-, que escogió su voluntaria soltería. Es decir, el afrontar la vida lejos de sus progenitores, siendo responsable de sus propias decisiones. Esta solitaria y amorosa mujer–sabe que “el amor es una flor demasiado preciosa para cortarla” (proverbio chino) –, prosiguió con sus confesiones amigables. Así, desalojó de su interior miedos y temores con soledad. Y me dijo más: “Necesito dar (entregar) cariño a alguien, necesito un ‘hombre’ para fabricar un bebé –el de mis sueños–, pero ¡maldito sida!: tropiezo con él a la vuelta de cualquier esquina”. Es evidente, hoy por hoy, que existen niños/as educados, y bien, por sus madres solteras. Porque el principio fundamental de la vida de cualquier ser humano, según mi opinión, es –sin duda–: nacer, vivir y morir. Porque vivir quiere decir soñar. Porque vivir quiere decir amar. Safo (lesbiana), gran poetisa griega, escribió: “Estos labios blancos, pálidos y cuarteados que apenas cubren mis dientes, que no se sostienen en las encías; (…) porque sigo deseando el sol, sigo deseando los campos…”.

 

Ante sus temores-que son los nuestros- aconsejé: “Busca un hombre – ¡qué los hay! -, que respete tu cuerpo y temple tu alma”. Explícale tu proyecto amoroso –le dije–, pues hallarás ese hombre x. Él te transmitirá sus sentimientos de admiración, aprecio y agradecimiento…, que dejarán huellas perpetuas en el interior de tu vientre. Ésta es nuestra soledad de amor que estamos creando. Paradojas de las postrimerías de nuestro siglo XX, y hechos reales de los comienzos de nuestro siglo XXI: un solo niño, una sola madre también. Erik_Erikson mantuvo que “las mujeres están destinadas a tener hijos”. Se equivocó, como seres humanos que somos. En verdad esta muchacha estaba mendigando maternidad. Si mi hija, de su edad, me hubiese pedido consejo, quizás, mi corazón lloraría lágrimas de invierno, y mi laringe articularía palabra alguna.

 

Quien ama y respeta a una mujer está amando y respetando al mundo entero. No olvidemos que, si nosotros estamos pernoctando en este valle de lágrimas, se lo debemos a ellas. Detrás de un hombre hecho siempre se encuentra una mujer hecha. “La mujer quiere ser amada sin razón, sin motivo; no porque sea hermosa o buena o bien educada o graciosa o espiritual, sino porque es” (Amiel, diario íntimo II).

 

En las empresas, públicas y privadas, se hallan ya muchas mujeres desempeñando labores propias de hombres, pero sin perder un ápice su identidad femenina. He de reconocer que las últimas no son remuneradas en la misma moneda con que se paga a los hombres, pero en las primeras han alcanzado el grado “súum cuique” (a cada cual lo suyo). Muchas veces, y por desgracia, sufren el consabido acoso sexual por parte de sus jefes y compañeros, teniendo que abandonar sus puestos de trabajo antes que someterse a satisfacer deseos sexuales –contra su voluntad– de desaprensivos y aprovechados. Denunciad estas conductas para salvaguardar vuestra libertad sexual.

 

La Coruña, 10 de enero de 2024

Mariano Cabrero Bárcena es escritor

 

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