“¡A vivir, que son dos días!”, dice la frasecita tan repetida. Pues esta vez sí es cierto, porque después de hoy, para vivir lo que resta de año sólo quedarán dos días, el margen ideal para hacer balance de todo lo realizado a lo largo de 2023. Los programas informativos lo ven claro y nos bombardearán hasta el final con sus revisiones de agendas, acontecimientos, discursos, elecciones, catástrofes y guerras, y, aunque nosotros no lo veamos tan claro, no es mal ejercicio replantearse esquemas según las experiencias recientes para así aspirar a formatear mejor empresas nuevas y andanzas futuras. No es fácil, sin embargo, clasificar tales o cuales acciones en el cajón de lo oportuno o en el de lo indeseable, y el color de los cristales con que miremos cada episodio concreto determinará en gran medida si cada personalidad es más exigente o más indulgente consigo misma.
Otra práctica que se va consolidando entre los programas informativos de la televisión pública es la de personificar el año que agoniza en la figura de algún actor o actriz que vaya -con mejor o peor estilo retórico- rememorando su limitada biografía como paso previo para dar el relevo al año que está a punto de nacer. Asuntos trascendentales si bien se mira (pongámonos dramáticos, y no lo digo sólo por la cuestión interpretativa), porque quitarle drama a este tránsito entre la muerte y la vida equivale a normalizar el clásico lema de “renovarse o morir”.
Reaparecerán los bienintencionados propósitos de año nuevo, las tablas de gimnasia, las caminatas mañaneras, las campañas antitabaco y la vida saludable, las clases de inglés, las visitas aplazadas, los proyectos artísticos…, aunque también, inevitablemente -pongámonos románticos ahora- volverán los oscuros calendarios de sus planes los plazos a incumplir, y la etiqueta de 2024 se parecerá cada vez más a la que coronó nuestros estantes o nuestras mesas de trabajo mientras duró 2023, y comprenderemos que la vida es un flujo continuo de sensaciones y emociones que no se puede compartimentar, una fuga de instantes para los existencialistas, una colección de experiencias para los vitalistas, una cadena de decisiones para los racionalistas…, algo, en definitiva, que nos empuja y nos arrastra sin caja de herramientas con que acotar o medir, una especie de friso con luces y sombras que no muere ni renace, que nunca termina ni empieza.
Las tradiciones, pues, nos invitan a ahondar en la costumbre de lo inesperado, a quedarnos con la esencia y no con el símbolo, a asumir que este límite que nos llegará en dos días no tiene vocación de frontera separadora, sino de puente facilitador, y por eso lo importante no son las uvas, sino el hambre de ilusión por abrazarnos y mantenernos unidos en este zócalo de presencias y de ausencias que nos define y nos conforma.
¿Cómo saber si esas doce campanadas nos servirán para cerrar una etapa antigua o para abrir una nueva? ¿Cómo tragar, en tan escaso margen, con tantos impulsos, con tantas ganas…, y al mismo tiempo con tantas dudas y contradicciones? En uno de mis poemas termino diciendo:
“corazón dubitativo,
contradicción permanente.
Soy, en fin, perfil de frente:
un proyecto y un archivo.”
Pues eso, un archivo con la mirada hacia atrás y un proyecto con la vista al frente. La vida continúa. ¡Feliz 2024 para todos!