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Desde Alfonsín hasta Milei: 40 años de democracia argentina

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Aram Aharonian

A principios de 1982, cuando fungía como corresponsal de la Agencia Inter Press Service en Argentina, desde la oficina central me propusieron entrevistar al dirigente de la Unión Cívica Radical, Raúl Alfonsín, a quien no conocía personalmente. Contesté, vía télex, que me parecía más atinado entrevistar al también radical Luis León, senador del Movimiento de Afirmación Yrigoyenista, un dirigente más combativo.

Obviamente no aceptaron mi sugerencia y la nueva respuesta llegó por teléfono: “Entreviste a Raúl Alfonsín que va a ser el próximo presidente: lo aseguran desde la Internacional Socialista”.

La entrevista fue muy cordial, en su estudio de abogado de la Avenida de Mayo. Y me encontré con un hombre que vendía humildad y convicciones firmes. Corolario, ganó las elecciones presidenciales de 1983 con un mensaje de esperanza democrática que caló en los argentinos tras siete años de calamitosa y genocida dictadura militar, con su saldo de miles de víctimas de la represión, una economía a la deriva y la  aventura bélica de las islas Malvinas, que dejó mayor desazón en el pueblo argentino.

Nada tuvo que ver su triunfo con mi entrevista (destinada a que su nombre comenzara a ser considerado por el mundillo mediático y político más allá de la Argentina), donde hacía su balance de las miles de víctimas de la represión, una economía a la deriva y la malhadada aventura bélica de las islas Malvinas.

Alfonsín restableció las libertades, brindó diálogo político, pero sus seis años de Gobierno se tradujeron en una erosión constante de su liderazgo por el doloroso ajuste económico, el fracaso en la lucha contra la hiperinflación y la recesión, la presión del sindicalismo peronista y la imagen de debilidad en el manejo de la cuestión militar.

Lo que la gente recuerda hoy es que la cultura volvió a las plazas, donde nuevamente se juntaban viejos, jóvenes y niños. En las relaciones exteriores, Alfonsín impulsó el eje de integración Argentina-Brasil-Uruguay, génesis de lo que luego fue el Mercado Común del Sur (Mercosur)

La limitación de los juicios a la genocida cúpula castrense  mediante las leyes de Punto Final y de Obediencia Debida sirvió para alentar una serie de sediciones que pusieron -nuevamente- en peligro la recuperada democracia.

Estados Unidos, consideraba débiles a los sistemas democráticos y en el marco de la Doctrina de Seguridad Nacional, más allá del Plan Cóndor de los años anteriores, propició el respaldo a golpes militares que endurecieran la postura ante el surgimiento de partidos y movimientos contrarios a los intereses estadounidenses.

La Agencia Central de Inteligencia (CIA) de  Estados Unidos monitoreó de cerca la política que Raúl Alfonsín adoptó frente a las Fuerzas Armadas, acusadas de violaciones sistemáticas a los derechos humanos. Desde antes de asumir, fue un foco de atención para los espías estadounidenses, que se interesaron por su política de juzgamiento de los militares.

La información surge de los archivos que desclasificó la Casa Blanca a pedido de organismos de derechos humanos, y que el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) y Abuelas de Plaza de Mayo pusieron accesibles para la consulta on line al cumplirse 40 años del triunfo de Alfonsín .

En diciembre de 1983, la CIA publicó un informe que llevaba por título “Indicaciones de inestabilidad política en países clave”. Uno de esos países era la Argentina,  poco antes de que Alfonsín asumiera la presidencia. Los analistas estadounidenses evaluaban que la victoria de Alfonsín  frente al peronista Partido Justicialista  y el desorden que reinaba dentro de las Fuerzas Armadas le daría un período de gracia de seis meses para impulsar reformas.

“No prevemos ninguna amenaza seria de intervención militar durante el primer año de Alfonsín en el gobierno, pero la reaparición de importantes tensiones sociales podría tentar a los líderes militares”, señalaba la CIA.

En enero de 1984, la CIA produjo un nuevo reporte en el que advertía que el gobierno radical quería proceder con cautela en la investigación del personal militar acusado de haber estado involucrado en las desapariciones. Hablaba de las tensiones entre el ministro de Defensa Raúl Borrás, el de Educación y Justicia Carlos Alconada Aramburú y los sectores más progresistas en torno al alcance del juzgamiento.

Según el organismo de inteligencia de Estados Unidos, la idea de Alfonsín era una investigación amplia pero que únicamente un número bajo de casos llegaran a los tribunales. En ese momento, no solo se sustanciaban procesos ante la justicia militar sino que también los tribunales civiles habían empezado a investigar lo sucedido en los centros clandestinos de detención.

Esto iba más allá de la política de juzgar únicamente a los integrantes de las tres primeras Juntas Militares. En el informe de enero de 1984, la CIA sostenía que Alfonsín estaba decidido a mantener el tema fuera de la órbita del Congreso, en el que el gobierno de EEUU consideraba más difícil de presionar y/o manipular.

En una entrevista que volvió a circular recientemente, Alfonsín insistió en la recuperación de la democracia, en alusión a su forma elemental, es decir, a la vigencia del derecho a sufragar periódicamente, una libertad primaria, un comienzo.  Añadió que ese peldaño era la base para el florecimiento de las “libertades positivas”, para que las personas pudieran vivir dignamente.

De allí aquello de que “con la democracia se come, se cura y se educa”, su célebre frase, que en 1992 corrigió: «Con la democracia, se come, se cura y se educa, pero no se hacen milagros». Alfonsín comprendió que la época le exigía a la democracia una legitimación conceptual, dado que los resultados iban a demorarse. “Tenemos un método: la democracia para la Argentina. Tenemos un combate: vencer a quienes desde adentro o desde afuera quieren impedir esa democracia”, señaló.

Argentina era un país que se relacionaba con el mundo siguiendo las coordenadas del conflicto Este-Oeste. Las decisiones de Estado estaban estrictamente vinculadas con el delineamiento de políticas auditadas por Estados Unidos en lo que fue la era de la lucha contra el comunismo.

Durante los meses de campaña electoral Alfonsín había dejado en claro cuáles iban a ser los pasos a seguir en materia de política exterior. Dante Caputo, su Ministro de Relaciones Exteriores y lazo directo con la socialdemocracia francesa, dijo en 1989 que una de las prioridades de la política exterior fue desconectar a la Argentina de las consecuencias del conflicto Este-Oeste. “Esta es probablemente la historia menos pública de nuestra política exterior, pero es la que más valoro personalmente: una historia que corresponde a la parte defensiva de nuestra política…”, dijo.

En un escenario internacional complicado, transitando el comienzo de la Segunda Guerra Fría, Argentina planteó la integración latinoamericana como carta fundamental para salir del parámetro de la lógica Este-Oeste con la que se había manejado el gobierno anterior.

Durante el período alfonsinista hubo avances hacia la integración regional tanto en lo político como en lo económico. Políticamente Argentina respaldó a naciones latinoamericanas en distintas ocasiones, como fue la promoción para la creación del Grupo de Apoyo a Contadora en rechazo al bloqueo que Estados Unidos ejecutó sobre Nicaragua.

Esta relación integracionista era correspondida, ya que, por ejemplo, (casi) el resto de la región votó a favor del reclamo de soberanía Argentina sobre las islas Malvinas en los diferentes ámbitos multilaterales como en la ONU. Desde el aspecto económico se avanzó en bloque a través de la firma de tratados y  acuerdos para incrementar el comercio regional.

En noviembre de 1984, el diálogo público entre el entonces canciller y el senador catamarqueño Vicente Saadi para mostrar sus posturas sobre la firma de un tratado de paz entre Argentina y Chile para dar fin al conflicto del Canal de Beagle convocó a miles de espectadores. Fue el primer debate televisivo de la historia argentina. Parecía, entonces, que otra democracia iba a ser posible.

El tema presentaba demasiados obstáculos, ya que el conflicto era casi centenario, del otro lado estaba el dictador Augusto Pinochet, la Guerra de Malvinas todavía estaba caliente, el tema de la soberanía era sensible y a todo eso había que sumarle errores diplomáticos de consecutivos gobiernos argentinos y laudos arbitrales negativos para el país.

Asesorado por la Internacional Socialista, Caputo sabía que debía resignar mucho porque había situaciones que no tenían punto atrás. Con el decreto 2.272 de julio de 1984, Alfonsín determinó que hubiera una consulta popular para la aprobación de tratado de límites con Chile en la zona del Canal de Beagle de acuerdo al resultado de la propuesta de la mediación papal.

Caputo confesó que “Luego de la primera semana de gobierno, Alfonsín me llamó a la Casa Rosada y me dijo: ‘Esto hay que resolverlo en el más corto plazo. Así que métale con esta cuestión’”. La Internacional Socialista también prefería apoyar a Chile y al Papa,

El peronismo no veía con buenos ojos este acuerdo y denunciaban la entrega de soberanía y hasta de traición a la patria. Afirmó que se trataba de la peor derrota diplomática argentina en lo que iba del siglo, que el Tratado era una verdadera acta de rendición.

En el plebiscito, el gobierno se adjudicó un gran triunfo. Sin embargo, todavía faltaba un paso más, la aprobación por el Congreso porque la consulta popular era no vinculante. Nadie tenía en cuenta al Senado, en el que la mayoría peronista pretendía hacer valer su poder.

Cuando ya en marzo de 1985 se procedió a la votación, los senadores de la oposición impugnaron cláusulas y acusaron al gobierno de presentar mapas adulterados y apócrifos. Finalmente, el Senado aprobó el Tratado de Paz y Amistad con Chile que zanjaba una discusión centenaria. La votación se definió sólo por un voto de diferencia. La entrega del canal de Beagle se consumaba.

¿Relanzar la economía argentina?

Luego de la firma de los Tratados de Cooperación que Argentina ejecutó con Italia (1987) y con España (1988), Alemania Federal manifestó su interés de promover la cooperación industrial. Con la empresa alemana Siemens se firmó en Munich un acuerdo para continuar con las obras en la central nuclear Atucha II.

A su vez entre 1986 y 1987 Argentina recibió créditos de ayuda del gobierno italiano. Los contactos ser fortalecieron y a fines de 1987, con la presencia de Alfonsín en Roma, se firmó un Tratado de Cooperación , con 150 proyectos que involucraban a empresas de ambos países correspondientes a emprendimientos vinculados al área petroquímica y de la construcción.

Siguiendo con el Tratado firmado con Italia en 1987, al año siguiente se firmó otro con España. Las negociaciones habían comenzado con la visita del presidente español, Felipe González a Buenos Aires en octubre de 1987. El Tratado tiene como objetivo el impulso de la cooperación bilateral en los aspectos político, económico, científico-tecnológico y cultural. Los jefes europeos de la Internacional Socialista hacían sus negocios con el verso de “relanzar la economía argentina”.

Las elecciones

Los comicios se realizaron bajo la Constitución de 1957, impuesta durante la dictadura militar, que establecía el sufragio indirecto y un mandato presidencial de seis años sin posibilidad de reelección inmediata.

La elección se polarizó entre los dos partidos políticos tradicionales de la democracia argentina, la Unión Cívica Radical (UCR) y el Partido Justicialista (PJ, peronista), los que sumados obtuvieron casi el 92% de los votos. Fue la primera derrota del Partido Justicialista (peronista). Alfonsín no pudo finalizar su mandato debido a que «resignó» su cargo cinco meses antes, el 8 de julio de 1989, en medio de una grave crisis.

Alfonsín ganó las elecciones de 1983 con un mensaje de esperanza democrática que caló en los argentinos tras siete años de calamitosa dictadura militar, con su balance de miles de víctimas de la represión, una economía a la deriva y la aventura bélica de las islas Malvinas.

Restableció las libertades, brindó diálogo político, pero sus seis años de gobierno significaron una erosión constante de su liderazgo por el doloroso ajuste económico, que fracasó en la lucha contra la hiperinflación y la recesión, y la imagen de debilidad en el manejo de la cuestión militar, donde la limitación de los juicios a la antigua cúpula castrense mediante las leyes de Punto Final y de Obediencia Debida no le bastaron para impedir una serie de sediciones que pusieron en serio peligro la recién recuperada democracia.

Pero héte aquí que Alfonsín no fue sucedido por el vicepresidente Víctor Martínez,  sino por el presidente sucesor ya electo, el peronista Carlos Saúl Menem.

Durante el primer año del gobierno de Alfonsín, los disensos fueron dando paso a los acuerdos que se materializaron con la visita del presidente argentino a EEUU en septiembre de 1984, cuando se produjo el “giro realista”, estableciendo una relación bilateral donde Argentina reconocía el poderío de EEUU pero no por ello se alineaba a su política.

Desde ese momento y como parte del afianzamiento de la relación bilateral Argentina buscó la asistencia de Estados Unidos, entre otros aspectos con la finalidad de consolidar el sistema democrático y para solucionar el problema de la deuda externa

En enero de 2001, en pleno tembladeral económico, con el riesgo país por las nubes y la Bolsa en picada, Raúl Alfonsín pidió un cambio de modelo económico. Desde París, adonde viajó a participar del congreso de la Internacional Socialista, habló también de la urgente necesidad de reprogramar la deuda externa y anticipó que “no se va a tolerar” un nuevo ajuste, sobre todo si vuelve a tocar sueldos y jubilaciones”.

“El modelo está muy jaqueado”, concluyó, quien alguna vez se erigió en el principal opositor a la avanzada dolarizadora: en el discurso que pronuncio el 9 de noviembre de 1999 en la Internacional Socialista pidió la condonación de la deuda externa para los países pobres y de una reprogramación para los emergentes, como es el caso de la Argentina. Consideró que ese sería, sin dudas, el primer paso “indispensable” para sacar al país de la recesión.

Los genios de la socialdemocracia europea lo convencieron de que ese sería, sin dudas, el primer paso “indispensable” para sacar al país de la recesión. En abril de 1989 la inflación fue del 489% y en mayo de ese año, de 764%. El año terminó en 3.079%.

Los disensos se manifestaron con la posición frente a la crisis centroamericana y su defensa del principio de “no intervención” ante el avance estadounidense en la región, a través de la creación del Grupo de Apoyo a Contadora del que hablará más adelante.

Cuarenta años después llega el ultraderechista Javier Milei a la presidencia argentina, poniendo en riesgo la democracia, con un libreto totalmente opuesto a lo que pretendía Raúl Alfonsín, en aquella apertura de la nueva era democrática tras la barbarie, la entrega y el genocidio de un gobierno cívico-militar, cuyas acciones hoy tratan de negar aquellos que ocupan desde el 10 de diciembre la Casa Rosada.

Durante la campaña, Milei apuntó sus cañones (también) contra Raúl Alfonsin, al que solía llamar como «el fracasado hiperinflacionario de Chascomús».  Recientemente  se reflotó un viejo video del ultraderechista donde cuenta que su mejor terapia fue comprar un muñeco, al que le pegó la cara de Alfonsín, y así, golpeándolo, descargarse emocionalmente.

Aram Aharonian
Magister en Integración, periodista y docente uruguayo, fundador de Telesur, director del Observatorio en Comunicación y Democracia, presidente de la Fundación para la Integración Latinoamericana.

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