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miércoles, noviembre 20, 2024

(Des)ventajas de la tecnología

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Carlos Pérez Torres
Carlos Pérez Torres
Carlos Pérez Torres (Málaga, 1958) es escritor y educador. Licenciado en Filología inglesa, ha trabajado muchos años dando clases de Literatura en institutos de Málaga y su provincia. Entre sus obras narrativas destacan títulos como «Nico y Aurora» (2008), «Relatos del impostor» (2016), “Círculos concéntricos” (2018), «Notas al margen» (2022) y «Mala conciencia» (2023). En poesía, entre otros libros, ha publicado «Temblor» (2000), «Razón de convivencia» (2006), o «Antología privada» (2019), y prepara actualmente «Horas de insomnio». También es articulista y autor de novelas de infantil/juvenil.

Desde sus propias páginas de banca online, las diferentes entidades financieras vuelven a encubrirse con la piel de cordero para prevenirnos sobre la estafa del phishing. “Ojo -nos advierten-, no vayan ustedes a pecar de incautos, imprudentes o excesivamente confiados o crédulos”. Vienen a decirnos que con nuestros datos personales y bancarios solo pueden hacer negocio ellos, claro. ¿Phising, fishing? ¡Qué mas da! A fin de cuentas (nunca mejor traído lo de las cuentas), solo son nuevas formas de pescar.

Precisamente con el fin de buscar herramientas para hacer de internet un lugar más seguro, la avanzadilla cibernética de Málaga, afianzada ya con el Parque Tecnológico de Campanillas, se refuerza en gran medida con la inauguración el miércoles de la semana pasada de unas instalaciones, en pleno Paseo de la Farola, a cargo de uno de los mayores gigantes tecnológicos a nivel mundial. Seguramente alguien en la ciudad habrá pensado que, si pudiera pasársele a todos nuestros regidores y representantes una especie de antivirus moral, la mayor parte de la feligresía ciudadana quedaría al borde del agnosticismo, y que tal vez por eso no era mala esa idea de plantar un edificio a modo de altar dedicado a San Google, que bien podría hacerle compañía en el santoral de la informática a esa tal Santa Tecla que hasta ahora estaba tan sola.

El edificio remodelado y adaptado a sus nuevas e importantes misiones es el del antiguo gobierno militar, casi una alegoría que sirve para dejarnos claro que es precisamente en el imperio digital de la modernidad donde se imparten las órdenes que luego todos, con un mayor o menor nivel de conciencia, iremos cumpliendo inexorablemente. Me gusta glosar el otro aspecto reseñable porque es de justicia poética remarcar que el emprendimiento y el esfuerzo inicial del ingeniero malagueño Bernardo Quintero, creador de la empresa VirusTotal, haya desembocado finalmente en un paso decisivo para la implantación de Google en su ciudad de origen. El “fishing” esta vez ha pescado un boquerón, miren ustedes por dónde, y ha traído a Málaga etiquetas de atractivo inversor en el ámbito digital y tecnológico.

Es conocido el dato de que, a raíz de la pandemia global y la consiguiente obsesión por combatir de algún modo la sensación angustiosa de cerrazón que trajo consigo el confinamiento obligado, junto a las crecientes facilidades para el desarrollo del teletrabajo en muchas ramas profesionales y tipos de empresas, el censo de los llamados nómadas digitales ha crecido mucho en Málaga, un enclave predilecto para muchos por tantas razones, y una oportunidad para soñar con nuevas construcciones de terrazas amplias donde disfrutar de un aire limpio y de buenas vistas.

Las consecuencias derivadas de este fenómeno no han sido siempre favorables, y últimamente da la impresión de que el nivel de vida en Málaga -los precios de la vivienda en propiedad o alquiler son un ejemplo paradigmático- no puede ser asumido por los habitantes locales con la misma naturalidad con la que pueden hacerlo los migrantes extranjeros que se asientan entre nosotros gracias a su gran capacidad económica. En muchos aspectos (la proliferación de apartamentos turísticos, el proceso de gentrificación urbana, incluso la distribución de las sillas y los espacios para presenciar los desfiles procesionales de Semana Santa…), podría parecer que las ordenanzas y normas se dictan pensando más en los visitantes foráneos que en los habitantes autóctonos.

Habría que encontrar soluciones equilibradas para todos estos temas. Y para hacerlo, antes habría que buscarlas con decisión y con fe, aunque fuera con la ayuda piadosa de San Google. Amén.

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