Por Julio Collado Nieto
Sostiene Pereira que, hace unos días, mientras paseaba por las calles casi desiertas, le sorprendió la cola que había en un Despacho de loterías. Siguió caminando mientras recordaba los nombres de los juegos de azar que había oído repetidamente en los anuncios radiofónicos. Como es lego en estas lides porque nunca jugó a estos azares, se propuso investigar en la “nube”. Quedó sorprendido por la cantidad: Euromillones, El Millón, Eurojackpot, Bonoloto, La Primitiva, El gordo de la Primitiva, Lotería Nacional, Lotería de Navidad, Lotería del Niño, La Quiniela, El Cupón de la Once, El Rasca de la Once… A estos, hay que añadir otros internacionales, las máquinas tragaperras, las Casas de Apuestas, los Casinos y, para rematar la faena, las apuestas deportivas online. Estas últimas causan furor. Son el último grito y el penúltimo peligro.
Hubo un tiempo en el que lo más llamativo por estas fechas era comprar un poco de lotería y esperar la monótona cantinela de los niños de San Ildefonso el 22 de Diciembre. Entonces, se paraba España esperando al Gordo. Eran tiempos de escasez, no abundaban los “gordos” y el personal soñaba, como ahora pero a lo pobre, con hacerse rico en un periquete. Ahora, las loterías de Navidad se anuncian todo el año y, por estas fiestas, se multiplican los carteles de “HAY LOTERÍA DE NAVIDAD” y las gentes pican, compran y consumen. Nada escapa a la voracidad lotera y su engaño (se compra un deseo, no una realidad; sabedores de ello, los vendedores, para lavar su mala conciencia, añaden la coletilla, “lo importante es compartir y juegue con criterio”). Mentira. El juego es un negocio pensado para que gane la “casa” y no los jugadores. Por eso, sus anuncios son una maravilla convenciendo. Invierten en ellos, una pasta gansa, porque están seguros de recuperar “el ciento por uno”.
Por eso, entre el puro lucro económico y la solidaridad de andar por casa, no hay club, cofradía, peña, sindicato, ong, partido político, bar, empresa, colegio (para la excursión de final de curso) o asociación de toda índole, que no tenga sus loterías o rifas y contribuya así a potenciar el negocio y la adicción al juego. Porque, ¿quién se atreve a no jugar si España toda es una timba y es costumbre muy bien vista como sucede con el beber alcohol a la mínima celebración? El gancho está bien engrasado por los empresarios del sector, por los famosos que anuncian y cobran, por el Gobierno que recauda impuestos, los únicos que el respetable paga con gusto, y por las muchísimas Asociaciones que venden su caridad a cuenta de la ilusión de hacerse rico en un pispás. “Compra, no sea que toque y hagas el ridículo entre los agraciados compañeros de trabajo, del club o de lo que sea”, se repiten unos a otros y a sí mismos. Y en las vacaciones del verano, se escucha: “No vuelva a su ciudad sin llevar lotería del lugar; no sea que toque y quede como un pardillo”.
Este es el clima tóxico que respiran pequeños y mayores. No es extraño que, con las modernas tecnologías que permiten apostar desde el sofá y al instante, la fiebre se haya disparado. A las clásicas loterías, se ha añadido el juego online, más accesible aún y más atractivo. Y la alarma social ha saltado. Muchos adultos y, especialmente, muchos adolescentes y jóvenes se están enganchando y las adicciones están creciendo. ¿Será cierto, como afirman los psicólogos y los trabajadores sociales, que las Casas de apuestas y el juego online son la nueva heroína de los jóvenes? Los empresarios del juego vieron una mina y corrieron a explotarla. España era ya aficionada al juego, ahora se ha hecho mucho más; y con ello, ha aumentado la ludopatía, una adicción que produce absentismo escolar y laboral, sufrimiento y ruina. En CyL, 4.600 personas tienen prohibido entrar en locales de juego y apostar online. “A buenas horas, mangas verdes”. Vaya sociedad esta, que primero crea la enfermedad y luego intenta curarla. Se cayó por el camino la palabra PREVENCIÓN.
Enviado por José Antonio Sierra