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viernes, noviembre 29, 2024

Amor a segunda vista

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Carlos Pérez Torres
Carlos Pérez Torres
Carlos Pérez Torres (Málaga, 1958) es escritor y educador. Licenciado en Filología inglesa, ha trabajado muchos años dando clases de Literatura en institutos de Málaga y su provincia. Entre sus obras narrativas destacan títulos como «Nico y Aurora» (2008), «Relatos del impostor» (2016), “Círculos concéntricos” (2018), «Notas al margen» (2022) y «Mala conciencia» (2023). En poesía, entre otros libros, ha publicado «Temblor» (2000), «Razón de convivencia» (2006), o «Antología privada» (2019), y prepara actualmente «Horas de insomnio». También es articulista y autor de novelas de infantil/juvenil.

Pocas veces los amores más profundos empezaron en un flechazo instantáneo. Antes de enamorarse, casi siempre es necesario impregnarse de una respiración, unos aromas, un magnetismo que no son evidentes. Para sintonizar en un mismo latido hay que convivir en las duras y en las maduras, acostumbrarse a un clima de mutua aceptación, saber acompasar el paso y alinear finalmente los afectos en una misma dirección.

Los autores de canciones que llevan nombres de ciudades, si buscan que permanezcan en el tiempo, saben que sembrando en sus letras sus bondades más ocultas, las más misteriosas, huyendo del relumbrón del one hit wonder, podrían aspirar a componer melodías más entrañables, que establezcan lazos más duraderos y sepan ahondar en la médula esencial alejándose de los tópicos de la superficie.

Antes de que le toque despedirse de su cargo, nuestro alcalde De la Torre, que lleva muchas legislaturas estableciendo con Málaga lazos duraderos, está empeñado en que los muchos encantos de nuestra ciudad se ofrezcan a los ojos de la comunidad internacional, aunque sea en trazos gruesos, a ritmo de titulares apresurados. Que si la gran feria del sur de Europa, que si el motor turístico y tecnológico de Andalucía…

No salieron bien los intentos anteriores de poner el nombre de Málaga en un cartel para el mundo del siglo XXI: en 2005 la ciudad de Cork se llevó a Irlanda la capitalidad cultural de Europa; en 2020 la irrupción de la pandemia global por coronavirus arruinó la concesión menor del título para Málaga de Capital Europea del Deporte, y la situación ni siquiera quedó paliada por la prórroga formal de unos meses a lo largo de 2021, compartiendo con Lisboa; la Copa América de Vela para 2024 también se le escapó a Málaga, yendo a parar a Barcelona; y este año la decepción fue incluso mayor cuando la candidatura de Málaga volvió a quedar segunda, tras la serbia Belgrado, y tuvieron que diluirse de pronto las ilusiones creadas ante la posibilidad de abanderar la Exposición Universal para 2027, un horizonte que incluso nos hizo renunciar a importantes cumbres y encuentros derivados de la Presidencia de turno del Consejo de la Unión Europea para España.

Ahora, con argumentos renovados de diseño de un entorno sostenible y ecológico, y puntos fuertes en temas de tecnología, voluntariado y tolerancia, la alcaldía quiere que a la cuarta vaya la vencida, y presenta la candidatura de Málaga a la Capitalidad Europea de la Juventud en 2026, prometiendo un fuerte desarrollo formativo en este sector de la población y esperando que de verdad esto pueda suponer finalmente un escaparate eficiente y rentable para nuestra imagen exterior, que en el interior el pabellón ya está muy alto.

Sabemos que Málaga no es ninguna segundona, y que cumple de sobra con los valores exigibles de patrimonio histórico, agenda cultural de peso, manifestaciones artísticas de prestigio y buenas conexiones e infraestructura. Pero el amor a los detalles, la querencia de las pequeñas cosas y la cercanía de lugares y tradiciones adornan el corolario malagueño de un modo tal que bien podría aconsejar no abrazar sólo la belleza y las cualidades de Málaga para lucirlas orgullosamente fuera, sino para sentirlas a fondo, bien dentro, y vivirlas con intensidad, aunque fuera secretamente. De Málaga no hay que quedarse prendado, porque eso podría desembocar en un sentimiento superficial y pasajero. De Málaga hay que enamorarse hasta los tuétanos, con la paciencia y el mérito de saber ganarse el acceso a su esencia verdadera.

Sin prisas ni agobios, y a la espera del nuevo fallo del jurado correspondiente (y no especulo con la polisemia de la palabra “fallo”), con este artículo sumo otra pieza a la crónica de mi tatuaje invisible de “amor de hijo”, una serie de muchos capítulos que irán desgranando, poco a poco, la exposición universal de mis afectos.

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