A través el ojo de buey podemos observar la vida en su pleno apogeo sin discriminar ni juzgar. Mirar y expectantes observar como el cotidiano devenir nos envuelve y nos conduce hacia el caos o la calma.
Nuestras neuronas comienzan en ese primer segundo a clasificar cada pieza de ese jeroglífico que es nuestra existencia marcando cuidadosamente las características que las agrupan y que nos aportaron los datos necesarios para solidificar una base lo suficientemente consistente para permitirnos saber cómo desenvolvernos en el entorno en que nos ubicamos.
Entre los pilares básicos de la existencia humana, se encuentran aquellos “valores” que se conocen como “respeto” y “educación”; algoritmos primarios de los arcaicos tiempos que hoy día se han llevado hasta el más profundo desarraigo, magnificando el poder del ser a cualquier precio, sin importar el cómo ni el por qué, infringiendo daños a nuestros semejantes; mitificando hasta la inexistencia un concepto tan importante para la humanidad como es “libertad” que no “libertinaje”.
Este nuevo y actual relevo generacional en decadencia, reflejo inadecuado del proceder de la conducta del ser humano.
A cada paso que damos desde que aprendemos a caminar, prendemos huella entre aquellos que nos rodean, personas, que cohabitan con nosotros en este universo en que vivimos.
Cada uno de nosotros con su identidad y características propias somos únicos e irrepetibles, tanto genéticamente hablando como por sus características físicas y mentales.
A veces nos encontramos individuos que se asemejan a nosotros por su apariencia física, pero si profundizamos en conocerla, podemos certificar que no es igual a nosotros, sobre todo en el plano mental siendo posiblemente tan dispares como lo son dos polos opuestos o sea contrarios. Hecho constatado científicamente en hermanos gemelos e incluso mellizos.
Es en esas personas que nombramos como “almas gemelas” en las que, si encontramos una similitud en facetas que nos acercan a caminar juntos por la vida, “pensamientos, formas de ver y actuar en nuestro cotidiano devenir”.
Esta similitud no implica la existencia de puntos de vista distintos sobre determinadas cuestiones que no necesariamente tienen que ser motivo de desacuerdos, si no que nos ayudan a implementarnos.
Obtenemos una visión más amplia y distinta que nos permita definir o asimilar algunas cuestiones de una manera más neutral; aquello que conocemos como “prejuzgar” pasa a ser un concepto replegado que no tiene sentido en una sociedad como la actual en la que existen diversidad de razas religiones ideologías que coexisten en una “armonía” que debería ser plena.
Un concepto que hace muchos años está vigente entre nosotros “un mundo sin fronteras” engloba mucho más que el simple hecho de que desaparezcan las fronteras físicas entre los países y continentes que hoy día conforman ese planeta que conocemos como “Tierra”.
@María José Luque Fernández.