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jueves, noviembre 28, 2024

Libros y metamorfosis

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Carlos Pérez Torres
Carlos Pérez Torres
Carlos Pérez Torres (Málaga, 1958) es escritor y educador. Licenciado en Filología inglesa, ha trabajado muchos años dando clases de Literatura en institutos de Málaga y su provincia. Entre sus obras narrativas destacan títulos como «Nico y Aurora» (2008), «Relatos del impostor» (2016), “Círculos concéntricos” (2018), «Notas al margen» (2022) y «Mala conciencia» (2023). En poesía, entre otros libros, ha publicado «Temblor» (2000), «Razón de convivencia» (2006), o «Antología privada» (2019), y prepara actualmente «Horas de insomnio». También es articulista y autor de novelas de infantil/juvenil.

El ciclo de comunicación que propone la literatura se completa satisfactoriamente cuando el lector hace suyo el mensaje. Naturalmente, las cualidades del texto tienen mucho que ver con el grado de implicación que pueda alcanzar quien pretende apropiarse de una historia, comprender el sentido último de un poema, asentir o disentir en un ensayo, casi interactuar en un drama.

Hay muchas razones para encontrar recompensa en el acto de leer, entendiendo la lectura no como una mera operación de decodificación, sino como un proceso de complicidad que comienza en una libre elección, y no en una imposición. Unos libros nos pueden ayudar a indagar o averiguar cosas, y a cimentar el hábito de meditar, sopesar, calcular. Otros nos dotarán de autonomía de pensamiento favoreciendo la adopción de posturas críticas que contribuyan en la creación sólida de nuestra personalidad. Todos nos permitirán salir del reducto de nuestro mundo, y nos harán por ello más tolerantes y comprensivos, nos abrirán horizontes.

Mi trabajo como profesor de Secundaria me ha convertido en testigo del contacto, esporádico e irregular, que se produce entre los libros de ficción y el mundo adolescente. En esta fase de la educación resulta especialmente aconsejable intentar instaurar modos de trabajo en las aulas que inviten a los estudiantes a leer con los demás, compartir las obras objeto de lectura y hacerlas también objeto de comentario y análisis (es decir, establecer lo que podríamos llamar “redes horizontales”, a semejanza de lo que ocurre en los clubes de lectura para adultos), porque de este modo unos estudiantes pueden beneficiarse de la competencia de los otros para asimilar entre todos el sentido de los mensajes expresos o tácitos que contengan los libros y pueden experimentar la sensación de entenderlos mejor, y de un modo más placentero.

Para los jóvenes, la música y el deporte son claramente campos de socialización, y sin embargo con la lectura existe para ellos el riesgo de percibirla como un mecanismo de aislamiento, o marginación incluso. Esto se debilita o directamente desaparece cuando la literatura pone a disposición de sus usuarios todo un juego de referentes, y entre los jóvenes estas complicidades recíprocas permiten compartir sentimientos y emociones de un modo que les puede ayudar especialmente a encontrar equilibrio en su proceso de formación.

La lectura también nos acerca a lo mágico y lo simbólico, y nos lleva a la capacidad de crear y de fabular. Damos por sentado que la fantasía de una narración de literatura juvenil puede transmitirse de tal modo a través del entusiasmo lector que la imaginación del escritor se transforma en la de quien va configurando su personal creación fantástica, ahondando en ella más y más cada vez que pasa una página. Por ejemplo, en la escultura que ilustra este artículo (1), la dimensión fantástica ha traspasado la puramente física del libro incorporándose a la naturaleza misma del lector.

Por otra parte, si se pone uno a pensarlo, la actividad lectora es -o puede ser- una experiencia intensamente sensitiva. Los primerísimos juguetes y libros infantiles tienen una textura muy especial porque a menudo incluyen sensaciones táctiles, auditivas e incluso olfativas; el sistema Braille para la lectura de los invidentes apela a su sentido del tacto; la moda creciente de los audiolibros y los podcasts se apoyan en el sentido del oído; y por último la retórica se acuerda simbólicamente del gusto cuando refiere un final dulce o amargo, o se queja de algún personaje insípido, o acusa o añora algún ingrediente picante en la trama o el desenlace.

Sea como fuere, hay libros que pueden transformar a un lector para siempre, y cualquier persona que haya hecho, como yo, este descubrimiento feliz será capaz de rememorar momentos altamente gratificantes obtenidos gracias a la lectura. La sensación de vacío que en ocasiones uno siente cuando cierra un libro al acabar de leerlo nos habla con claridad de lo bien que lo pasaba mientras iba leyéndolo, adentrándose en su mundo, aprendiendo con él, identificándose con sentimientos y personajes, compartiendo sus hallazgos.

¿Qué nueva metamorfosis le sobrevendrá a la criatura de Stefan von Reiswitz cuando cierre, por fin, el libro que acaba de oír y leer? Yo, desde luego, amable lector, querido desconocido,  me conformo con que algún nuevo elemento, efímero, se instale en su interior para servir a su pensamiento como materia prima, o como argumento para alguna conversación, si es que ha conseguido llegar, sin esfuerzo, a este punto final.

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(1) “Lector de audiolibro”, escultura de Stefan von Reizwitz en el Parque del Oeste (Málaga)

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