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Callejeando por el más allá

Callejeando por el más allá

En todos los pueblos y ciudades del mundo es normal que los nombres de muchas de sus calles fijen para siempre en la memoria colectiva el recuerdo de personas reales que una vez las transitaron, siendo larguísima la nómina de hombres y mujeres que fueron notables en su profesión, entrañables en su proceder, heroicos o admirables en la consecución de alguna gesta, algún descubrimiento, una obra artística, una conquista social, un hito histórico. Naturalmente, el callejero de Málaga también está plagado de nombres de personalidades, pudiendo encontrarse ejemplos de casi todos los gremios: políticos, escritores, doctores, arquitectos, cineastas, ingenieros, músicos, religiosos, militares, toreros, personas de carne y hueso que viven o vivieron, que fueron o son renombrados o famosos local o universalmente.

Sin embargo, no es tan frecuente que en los rótulos de las vías públicas se inmortalicen personajes de ficción, protagonistas de tramas literarias que no existieron más que en la imaginación del escritor o escritora que una vez los creó. Se dice de quien vive estrictamente la realidad que tiene los pies en la tierra, y por eso pisar determinadas calles con nombres de seres de existencia figurada parece que ayudara a situarse en una dimensión ultraterrena. Es como si uno estuviera destinado a cruzarse cotidianamente, con la máxima naturalidad, con fantasmas evocadores de latitudes que mezclan personajes e historias, libros soberbios que gozosamente han jalonado las vidas de tantos lectores a lo largo de generaciones.

Me he dado cuenta de que no necesito transportarme a playas o montes lejanos para conseguirlo. Aquí mismo, en Málaga, cualquiera puede perderse entre referencias a personajes narrativos o dramáticos con relativa facilidad. El filón del Quijote, por ejemplo, es inagotable, y permite incluso desdoblar la ficción dentro de la ficción, pues hay calles rotuladas como Alonso Quijano (en La Cerrajerilla) o Aldonza Lorenzo (en Los Morales), pero también otros rótulos recogen una segunda naturaleza fantástica de esas criaturas, la que de verdad los hizo inolvidables como pareja, nombrando las calles Don Quijote (en La Barriguilla) y Dulcinea del Toboso (en Pedregalejo).

El siglo XVI está representado en nuestro callejero, por ejemplo, con la calle Calisto y Melibea (en Cortijo Alto) o la calle Lazarillo (en Puerto de la Torre). Del XVII puedo destacar que ninguna vía malagueña está dedicada expresamente a William Shakespeare, y encontramos no obstante en el sector de San Jerónimo en Churriana la calle Romeo y Julieta, en Campanillas el Pasaje de Otelo, o, en el muy literario código postal 29006, la larga calle Hamlet, que incluye dos rotondas para posibles cambios de sentido, como si el príncipe de Dinamarca todavía dudara qué decisión tomar, qué dirección coger.

En ese mismo código postal nos saludan calles como las dedicadas a Sherlock Holmes, Quasimodo, Max Estrella o Shanti Andía. Cabe preguntarse si sus vecinos han reparado alguna vez en la borrosa naturaleza de quienes dan nombre a las calles donde viven. ¿Por qué no soñar con que algún residente en la última de las calles nombradas, por ejemplo, pueda haber descubierto a Pío Baroja porque quisiera conocer las andanzas de su inquieto personaje?

Una época triunfadora en nuestro callejeo por el más allá es sin duda el siglo XIX. Desde Fausto y la encarnación del diablo en Mefistófeles hasta Pepita Jiménez o Madame Bovary, pasando por los personajes galdosianos de Nazarín o Marianela, el tránsito al siglo XX viene servido de la mano de la llamada Generación del 98, bien representada con un segundo personaje valleinclanesco, el poco conocido Séptimo Miau (de Divinas palabras), o con los unamunianos de Abel Sánchez, en la urbanización Guadalmar, o La tía Tula, en Santa Rosalía.

Como pueden apreciar mis lectores, en este artículo comienzo una exploración de las vinculaciones que hay o podría haber entre la literatura y las calles de una ciudad (una realidad que puede pensarse y otra que puede pisarse), pero dejo ya de hojear nuestro callejero sin pretender, por supuesto, agotar todas sus posibilidades. Únicamente busco hacer notar a todos aquellos cuyo espíritu soñador les pueda hacer perderse de vez en cuando, como a mí, entre evocaciones literarias, que tienen la posibilidad de acabar perdidos también físicamente pateando diferentes zonas y distritos de nuestra ciudad, releyendo en su memoria, caminando por páginas invisibles, persiguiendo fantasmas.

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Carlos Pérez Torres (Málaga, 1958) es escritor y educador. Licenciado en Filología inglesa, ha trabajado muchos años dando clases de Literatura en institutos de Málaga y su provincia. Entre sus obras narrativas destacan títulos como «Nico y Aurora» (2008), «Relatos del impostor» (2016), “Círculos concéntricos” (2018), «Notas al margen» (2022) y «Mala conciencia» (2023). En poesía, entre otros libros, ha publicado «Temblor» (2000), «Razón de convivencia» (2006), o «Antología privada» (2019), y prepara actualmente «Horas de insomnio». También es articulista y autor de novelas de infantil/juvenil.

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