A veces la literatura nos sorprende fuera de juego, en la calle, a la vuelta de una esquina, en medio de un pensamiento distraído o una animada conversación. De pronto una fachada rotulada en alguna institución cultural nos destaca una cita, o una pintada improvisada entre grafitis nos deslumbra con una idea, un aforismo, la belleza de una metáfora, algún contrapunto que nos hace pensar o sonreír. No se trata de la apelación que una consigna o un eslogan nos haga, empujándonos a una actitud de rebelión o inconformismo, sino de una oportunidad inesperada para el encuentro de dos sensibilidades.
Podrían inventariarse los fragmentos de textos literarios que por todo el mundo han sido trazados en muros de universidades, caligrafiados en patios de colegios o institutos, reproducidos en umbrales de bibliotecas, rotulados en esquinas o en paneles de avenidas o bulevares, enmarcados en fachadas de hoteles, serigrafiados en camisetas, carteles o pancartas. En mis viajes, también a mí me han acompañado ocasionalmente la música o el aroma de unas letras, en puentes y plazas he interiorizado recitales a la intemperie; he pisado o palpado citas de Cervantes, Quevedo, Juan Ramón, Shakespeare, Joyce, Ibsen, Neruda, Pessoa…, referencias literarias que van tejiendo una urdimbre de sentimientos compartidos por tantas personas, en tantos lugares y en tantos momentos.
Deambulando por mi ciudad de Málaga también me he topado en placas o azulejos, por parques y jardines, con versos de Aleixandre o de Canales, con un pensamiento de Alcántara o una coplilla de Lorca, o, como ayer, con un delicado poema de Rafael Pérez Estrada en mitad de la calle de su nombre, junto al árbol protagonista de un triste aislamiento en el asfalto, ocasión que ejemplifica perfectamente unos de los temas favoritos en mis añoradas clases de comentario de textos: el de la conexión entre el paisaje anímico interior -del escritor o el paseante- y los datos objetivos del paisaje exterior que súbitamente se postulan como ingredientes para la creación literaria o para su degustación.
No hablo sólo de grandes nombres y de gestos de reconocimiento: cualquier ciudadano anónimo que experimente el impulso de compartir una reflexión o una imagen, un giro de expresión, un sentimiento de exaltación, una invitación a la utopía…, podría saltar de lo privado a lo común trasladando sus propios latidos al corazón del día a día, y este gesto lo hemos leído en relatos y visto en películas, pero también lo hemos descubierto algunas veces, materializado en paredes o fachadas. No está mal que las evocaciones literarias se escapen a ratos de los libros y se conviertan en elementos urbanos. No está mal que de pronto un conductor (sin ir más lejos, ayer, yo mismo) detenga el coche en la isleta central de una calle y se apiade de ese árbol que sufre de tristeza, abandono, olvido y soledad.
Repito con Juan Mata (de cuyo texto «Literatura ambiente» he tomado prestada la idea para este artículo) que «me gusta comprobar que las palabras en las ciudades no sólo sirven para anunciar, prohibir u ordenar, sino para recrear la vista y hacer más grato el paseo». Yo, desde luego, hoy siento que necesito una gran página respirable donde escribir mi mensaje, y pienso que en lugar de la tecla y este espacio virtual podría elegir el spray y cualquier espacio público para celebrar los dos ejes de mi aventura: mis puntos de llegada y de partida, una temática y un escenario, literatura y Málaga.
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