Hasta ahora se había hablado de síndrome del nido vacío, para explicar una situación donde se genera una dificultad de aceptar que los hijos se vayan de casa. Puede haber un periodo de duelo y, en algunos casos, incluso conllevar a la depresión, por la incapacidad de sustituir el rol que se ha venido desarrollando y no producir una vida más allá del papel de la reproducción y del cuidado de los hijos.
El síndrome del nido lleno es un término coloquial que se usa para denominar una situación donde los adultos con edad de emanciparse aún persisten en el primer núcleo familiar. O jóvenes y no tan jóvenes que, tras un periodo de independencia, vuelven al hogar donde les vio nacer. Hijos que vuelven también tras una separación, añadiendo a ese primer núcleo a los nietos. Aparece un “efecto boomerang” y una serie de consecuencias. Lo normal debiera ser que los hijos sean capaces de desarrollar su propia vida, independiente de sus padres, como ocurre en el reino animal, de la especie, pero vemos cómo en el ser humano este fenómeno del síndrome del nido lleno, está acaparando focos de atención.
El síndrome del nido vacío y el del nido lleno hablan, al fin y al cabo, de una situación de dependencia y de incapacidad de sustitución. Pero ¿Por qué ocurre el síndrome del nido lleno? ¿Qué factores entran en juego?
Podríamos hablar de un problema complejo, donde hay varios focos que generan esta situación y que hace que se ancle en un infantilismo a una parte de la población, y en una imposibilidad de acceder a la comunidad y al mundo. En primer lugar, y la más importante, es la posición psíquica. ¿Cómo se educan a los hijos? ¿Se les educa para que puedan tener un criterio propio y emanciparse de la familia? ¿Hay una dificultad en separarse de esos primeros amores infantiles, los padres, y de tomar responsabilidades, generar la propia vida más allá de la familia primera? ¿Podríamos hablar de incapacidad, de neurosis? En la frase “un problema complejo”, se habla del Complejo de Edipo también, indirectamente. Vamos a verlo un poco más adelante.
Habríamos de tener en cuenta la sobredeterminación económica y social. ¿Estamos frente a un sistema donde no conviene que haya personas pensantes, decididas y dispuestas a que haya ciertas transformaciones, a un reparto mejor de la riqueza, a producir sociedades más justas? La globalización conlleva mayor flexibilidad en lo laboral, donde antes una persona iniciaba su andadura profesional en una empresa y era habitual jubilarse en ella, ahora hay otras amplitudes. Se apunta también a una inestabilidad en el mercado laboral. La flexibilidad trajo mayor inestabilidad. Condiciones precarias, unidas a la dificultad de accesibilidad a la vivienda, hacen que se dificulte la emancipación. La especialización de los jóvenes profesionales data de años para adquirir habilidades y técnicas adecuadas y esto hace que también se retrase la edad de autonomía. También el progreso económico, y la llamada “sociedad de los bienes” donde a una valorización de productos, de bienes materiales, de experiencias hedonistas donde se fomenta la obtención de placeres inmediatos y de comodidad sin límites.
Cada situación es particular y el camino no es el mismo para todas las personas. Hay padres sobreprotectores, que además de cuidar de su prole, quieren dirigir sus vidas o establecen un vínculo de interdependencia, como si de la propia vida se tratara. Hacen lo que pueden, pero están sumidos en una prolongación de ellos mismos, padeciendo, en esa crianza del nido lleno, de unas consecuencias. Pueden generar vacíos emocionales e ir en contra de una adecuada salud psíquica. Terminan siendo víctimas de ese posicionamiento, padeciendo de ese lugar de dependencia y de incapacidad. Se crea una situación disfuncional, atípica. Es esperable que a la edad adulta los hijos vuelen. Es necesario para la sociedad y para ellos mismos.
En ocasiones es para negar la mortalidad. Los eternos adolescentes y eternos padres jóvenes, donde parece que el tiempo se detuvo en aquella época, o en los entramados del Complejo de Edipo, donde al amor a la mamá, la ambivalencia al papá, o viceversa, rigen las vidas. Hay una complicidad inconsciente, una incapacidad de sustituir, de avanzar. Con la seguridad del hogar pierden la incertidumbre del mundo, también el goce. Un estilo de vida basado en la inmediatez, en el hedonismo, donde se eluden las responsabilidades de la vida adulta, despreocuparse como si fuesen eternos niños/as, acarrea repercusiones negativas para todos los implicados. La cultura conlleva poner límites al narcisismo para que se pueda ingresar en la sociedad, donde hay otros, y vendrán otros. Interrumpe el ciclo de la vida familiar. Todas las familias atraviesan cambios pero en la situación del “nido lleno”, se quedan estancados en una etapa que no les corresponde. Hay que denunciar un cierto egoísmo.
Es un problema cuando se convierte en una lucha de poder en la que los hijos más jóvenes invaden, dominan y demandan de sus padres, mientras que estos, ya mayores, sufren una merma en su calidad de vida y se doblegan a los hijos. Se convierte en una relación de dominación. También es fruto de una sobrevaloración de los lazos de consanguinidad: la sangre tira. Es como si se establecieran unos compromisos inquebrantables y dar la espalda al compromiso con la vida, una traición a los hombres y las mujeres que lucharon para que disfrutáramos de los beneficios actuales. El respeto, las normas de convivencia, al fin y al cabo, la Ley, ha de estar presente. Los mayores maltratos acontecen el ámbito familiar, también a través del silencio, de las palabras que no se dicen o las que se dicen que hieren, de la sobreprotección y permisividad, de la tiranía. Es necesario una ética para la vida y el trabajo, desarrollar habilidades sociales y afectivas fuera de esas raíces. Hay situaciones donde en esa complacencia, y a pesar de quejarse de la mala situación del hogar y de comportamientos irresponsables, mantienen la misma situación, no se transforman posiciones, no se presentifican acciones resolutivas. Es necesario una atención profesional, que interprete esa situación y les ayude a transformar esa situación psíquica. Mejor consultar con un psicoanalista.
Laura López, psicóloga-psicoanalista
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