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domingo, noviembre 24, 2024

El orgullo y el miedo nublaron la razón

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Por Rafael Esteve Secall

Me niego a aceptar que en España haya siete millones de votantes socialistas que prefieran una reedición del gobierno Frankenstein o otro de derecha. Es más. Estoy convencido de que miles de ellos se están arrepintiendo ahora de su voto. Entonces cómo se explica el resultado. El título de estos párrafos lo resume y se refiere a quienes votaron al PSOE porque, en mi opinión, más allá de los reproches entre PP y Vox, ahí está la clave del resultado electoral del 23 J. Los fundamentos científicos de la estadística y la demoscopia están inermes ante fenómenos intangibles como la emoción que brota en un momento, apenas dura y después se diluye sin que nadie se explique cómo ha surgido, porque el desenlace sólo puede entenderse desde la emotividad con que votamos los españoles, de ahí el desconcierto actual.

Una sociedad como la nuestra, que viene transformándose con gran rapidez, encaja perfectamente en la descripción del mundo actual del sociólogo Zygmunt Bauman (1925-2017) que acuñara el concepto de “liquidez” aplicándolo a todas las dimensiones de la “modernidad líquida”. Una sociedad cuya economía líquida, está desregulada y globalmente liberalizada. Cuya cultura líquida no forma ni enriquece a los individuos sino que se limita a seducirlos para crear necesidades nuevas, estimular el consumo y garantizar la permanente insatisfacción en el individualismo rampante. Con una vida líquida marcada por la precariedad de unos vínculos humanos transitorios y volátiles, la ausencia de lealtad personal, el amor líquido… etc. En definitiva vivimos en una sociedad donde, frente a la seguridad que proporcionaba el estado del bienestar occidental de la segunda mitad del siglo XX, la incertidumbre se ha convertido en valor paradigmático que cuestiona todo fundamento de estabilidad social. Y como colofón esta modernidad lleva en su entraña la abolición del paso del tiempo porque los ciudadanos habitan siempre un perpetuo presente, lo que sirve para explicar políticamente lo sucedido.

Pues el “presentismo” significa que ni el pasado existe, ni el futuro importa. Aquél fue constante y paradójicamente recordado de forma ostensible y hemipléjica desde el gobierno durante la legislatura pasada abonando el miedo a la derecha. Éste ha sido escamoteado en la campaña electoral para borrar cualquier reflexión sobre las consecuencias del voto de cada cual. Ni siquiera pudimos digerir el resultado de los comicios de mayo. Un escándalo sucede a otro mayor. Así se vacuna a buena parte de la sociedad sin aparentes consecuencias para su protagonista.

En este contexto la semana anterior a la votación, cuando no se pueden publicar encuestas, se dieron una serie de circunstancias que movilizaron a muchos miles de socialistas abstencionistas en las pasadas elecciones de mayo. ¿Por qué y cómo?

  1. El error de la incomparecencia de Núñez Feijóo en el segundo debate televisado. Era lógica desde la perspectiva de la derecha, pero se utilizó subliminalmente por la izquierda como una prueba más de la tradicional soberbia del PP. Su candidato actuaba ya como presidente del Gobierno. ¿Era inevitable? Primera llamada para despabilar el ausente voto socialista.
  2. La habilidad de Sánchez para transformar el aborrecimiento personal que despierta en amplias capas de la sociedad española en un segundo despertador de la abstención de izquierdas. Muchos desconocen que, compensando el odio que suscita, su capacidad de resistencia genera una gran admiración en buena parte del socialismo hispano, para quienes los fines prevalecen sobre cualquier ética. El abandono de la responsabilidad institucional europea, para dar un par de mítines, fue el mejor ejemplo de su resiliencia por mantenerse en el poder al que todo se supedita. Y utilizar la burla de que era objeto el último as que se sacó de la manga para impulsar la “remontada” haciendo partícipes de ella a todos los socialistas. Sirvió para movilizarlos.

Pero, ¿cómo? Gracias al gran error de la derecha de asumir y propagar el eslogan: “Que te vote Txapote”. La imagen de carteles con ese eslogan hizo que el orgullo socialista lo convirtiera en un boomerang, volviéndose en contra de sus divulgadores; sobre todo cuando al “Te vote” se añadió el “Os vote”. La ofensa dejó de ser personal para transformarse en colectiva al extenderse a todo el PSOE favoreciendo la estrategia sanchista de la remontada. Ya había sufrido una gran derrota en las elecciones de mayo y se habían purgado las culpas del pasado; repetirla era demasiado. Así que muchos de quienes entonces censuraron a Sánchez con su abstención, se sintieron ellos mismos agraviados, y decidieron ir a votar en consecuencia. El gobierno Frankenstein y sus gravísimos escándalos habían desaparecido de las mentes socialistas. El miedo y el orgullo nublaron la razón.

  1. Finalmente, culminando la rapidísima movilización, también característica de la actual sociedad líquida cuyos resortes maneja tan bien la izquierda, en las 72 horas previas a la votación se lanzaron las “bombas de racimo” mediático en las redes sociales, perfectamente coordinadas para arañar cualquier voto potencial utilizando bulos, noticias falsas y exageraciones de hechos anecdóticos, exacerbando el miedo a la extrema derecha entre diferentes colectivos y sus familias, en especial, los LGTBI. Y funcionó.

El control y vigilancia a que inconsciente y temerariamente están sometidos los ciudadanos, gracias al narcisismo e impudicia con que se regala información personal, es el arma más letal de que disponen quienes mueven estos hilos para incidir en los resultados electorales en el último momento. Fue el remate de una increíble carambola política, cuyas efectos definitivos están en el aire.

Es evidentísimo el desconcierto existente tratando de explicar lo ocurrido. Que si las consecuencias de la ley d’Hont al repartir los escaños; que si el contenido de los mensajes del PP y Vox; incluso los errores tácticos durante la campaña, que los hubo en ambos lados. Sin embargo, mientras la derecha los cometió al final fue ese el momento en que Sánchez y los poderes que le apoyan dieron con la tecla para provocar el terremoto político en el que nadie creía. Cuando la polarización social se aviva desde el poder acaba por fomentar la emoción que explica el sorprendente resultado final. La razón había desaparecido temporalmente en muchos sobres con los votos.

Rafael Esteve Secall

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Enviado por José Antonio Sierra

 

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