Por Eduardo Serrano Muñoz*
Recuerdo que cuando empecé a trabajar en el proyecto del parque del Oeste me hice algunas preguntas elementales: ¿qué es un parque urbano?, ¿Qué sentido tiene un parque en ese lugar y en Málaga?, ¿Qué beneficio puede reportar a los habitantes de los barrios cercanos? y otras similares. Ahora puedo hacerme esas mismas preguntas y las respuestas serán parecidas pero con seguridad también diferentes, porque estamos en otro tiempo.
Según dicen, los jardines fueron inicialmente huertos que además de alimentos, proporcionaban bienestar y placer, hacían posible la imaginación y el capricho, y hasta refugio para el diálogo filosófico: así el Jardín de Atenas, como se conocía la escuela filosófica fundada por Epicuro. Los más pudientes (reyes y nobles, burgueses enriquecidos, eclesiáticos…) se aventuraron con iniciativas ambiciosas, a veces de gran extensión. Algunos de estos objetos espléndidos son ahora valiosísimos parques urbanos. No es el caso de Málaga pues los jardines históricos que permanecen, como la Consula, la Concepción y San José, son parques periurbanos, alejados de los espacios más poblados y necesitados de zonas verdes, sobretodo la parte oeste de Málaga.
Como toda dotación urbanística para nuevas áreas residenciales, es necesario que el planeamiento prevea su localización y después obtener los terrenos. Bien puede decirse que el parque del Oeste empezó a existir cuando fue aprobado el Plan General de 1983. Gracias a la visión de los redactores y el trabajo posterior de los gestores urbanísticos, pudieron juntarse en una sola pieza las cesiones obligatorias de suelo para zonas verdes de diversos sectores de planeamiento. Se consiguió así un espacio que doblaba en extensión al único parque urbano de Málaga digno de ese nombre, justamente por ello conocido como el Parque, el que se levantó en las postrimerías del siglo XIX.
La pregunta inicial sobre qué es un parque se transforma entonces en esta otra: ¿qué es un parque en ese sitio concreto y en ese momento histórico? Es cuestión que puede parecer obvia, pero que infortunadamente no siempre se hacen los responsables políticos y técnicos de su promoción. La respuesta automática y fácil se parece demasiadas veces a lo que decía en 2018 un concejal: «(…) los vecinos lo que quieren son parques infantiles, pistas deportivas, un skatepark, una fuente, que esté cerrado, que tenga espacios para la gimnasia de mayores (…)». con esas cosas, más unos caminitos, árboles y césped muy verde ya tenemos el modelo del parque genérico aplicable a cualquier caso. La tentación simétrica sería buscar la originalidad de lo que se suele denominar «diseño de autor», a menudo limitado a los aspectos meramente formales.
Personalmente creo que una buena manera de escapar de esas dicotomías estériles es plantear con radicalidad (o descubrir) cuál es el problema al que nos enfrentamos, que siempre gira en torno al modo en que la actuación dialogará con sus futuros usuarios. Es decir como van a coevolucionar ese parque (o ese edificio, o ese espacio urbano) y quienes lo usen o habiten.
El criterio expuesto es aplicable a todo espacio y tiempo. Al respecto es elemental tener en cuenta que jardines y parques exhiben dinámicas que no son las de los edificios y urbanización, siendo la materia viva extraordinariamente plástica y con sus propias leyes evolutivas. El parque, sin embargo no tiene la extensión necesaria ni las cualidades para que pueda considerarse un ecosistema autosuficiente; mejor dicho, el ecosistema del parque del Oeste es, sin duda alguna, la ciudad de Málaga. Por ello requiere un seguimiento y cuidados continuos, además de la adaptación del conjunto a los cambios climáticos que ya empiezan a notarse y a las necesidades de todo tipo en cada momento. Por lo tanto puede afirmarse que el parque es un «haciéndose» permanente y sus características y aspecto forzosamente serán, cada vez más, diferentes del que fue en sus comienzos o el momento actual.
Los terrenos reservados para el futuro parque del Oeste forman una franja ancha, perpendicular a la línea de costa. En su simplicidad y rotundidad gran acierto, invitando a un diálogo con el entorno geográfico y urbano, explorando la transición entre tierra y mar, entre la densa ciudad (barriadas de la Paz, parque Mediterráneo, Santa Paula) y la amplitud del horizonte marítimo. De modo que también puede decirse que la particular lógica de la geografía litoral orientó algunas decisiones de diseño. Sin usar metáfora alguna el propio territorio instruía como prolongar su potencia en ese híbrido de naturaleza y artificio que ahora es el parque del Oeste.
En un futuro el parque del Oeste se me antoja que podría estar conectado con otras zonas verdes de Málaga por una red de corredores ecológicos a través de las calles, las cubiertas verdes de los edificios y otros dispositivos espaciales. Y a más largo plazo (aún más improbable), el parque podría ser una pieza importante (¿un laboratorio y banco de pruebas ecosocial?) de un verdadero ecosistema litoral de nueva naturaleza, hoy todavía por (auto)crear, aprovechando la subida del nivel del mar. Para lo que se requeriría hacer complicidad con la naturaleza, en vez de tenerla como un enemigo del que hay que defenderse.
Y así recuperamos la idea antes expuesta del jardín como un pedazo de naturaleza insertado en la ciudad. Yendo más allá, las zonas verdes urbanas, sobre todo las que tienen una extensión suficientemente grande, intentarían ser algo así como oasis de no-ciudad en la ciudad, compensando y a la vez contrastando con lo que ésta tiene de feo, poco saludable, agobiante, estresante. Y efectivamente ese fue el papel que se le confió al nuevo parque en ese entorno urbano de calles sólo para circular, llenas de coches, edificios altos y apretados y pisos demasiado pequeños, como han demostrado los efectos de la reciente pandemia.
Detrás del concepto todavía vigente de ciudad, está la noción de que hay una radical separación entre lo humano -la ciudad- y lo no humano -la naturaleza-. Es el principio epistémico y a la vez operativo que impregna la cultura occidental desde hace cuatro o cinco siglos. Que sigue el mismo movimiento mental que opone conflictiva o seductoramente, según convenga, la cultura -y su expresión la ciudad- y la naturaleza.
Pero también he mencionado que el jardín sería un huerto evolucionado. Si relativizamos la mera dimensión de recurso utilitario -proporcionar alimentos-, podemos entender los jardines y parques como lugares especialmente propicios para que surja una suerte de segunda naturaleza, de nuevo nada metafórica. Y en correspondencia para que también emerja la nuestra, es decir el propio y olvidado cuerpo. Esa era una de las premisas del diseño del parque del Oeste, no tanto una burbuja a salvo de la ciudad opresiva (aunque también válido porque en efecto ése era y es todavía su contexto urbano) como un activador de nuestro cuerpo y muy especialmente de los niños.
Entonces resulta que el parque nos cuida a través de ese nodo privilegiado que conecta el mundo de la naturaleza con el mundo humano, el cuerpo de cada quien, desmontando la ficción de la separación entre ambos. Y a la inversa, sus usuarios también le cuidan, no sólo evitando ensuciarlo o maltratarlo, sino de una manera activa como puede ser participando en su gestión, promoviendo iniciativas de mejora, organizando actividades, contribuyendo a su difusión, etcétera, para lo que es muy importante una gestión municipal basada en la participación de la ciudadanía. Es más, aunque sólo sea paseando y disfrutando de sus cosas buenas, la gente son parte fundamental de su paisaje. Y de su devenir, puesto que el parque es el parque más su gente, del mismo modo que una casa debe estar habitada para ser una casa. El parque entendido como medio físico con sus criaturas vivas, por una parte, y por otra el conjunto de las personas que lo pueblan, forman dos planos diferentes pero entrelazados, ese es el verdadero parque.
Podría extenderme más, pero esta cuestión, igual que otras apenas esbozadas, desborda mucho la extensión de este artículo. Para terminar sólo quisiera señalar otro espécimen de habitantes que hacen de este un caso bastante singular. Son las esculturas y obras de arte, especialmente las que debemos a la imaginación artística de Stefan von Reiswitz y a su generosidad para con esta ciudad. Desde antes que se inaugurara, y después en numerosas ocasiones, el artista recorrió el parque, entrando en resonancia con él, podríamos decir, encontrando los sitios más adecuados para algunas de sus obras y recibiendo sugerencias de nuevos inventos en otros lugares.
Algunos inventaron el parque del Oeste para los habitantes de Málaga y Stefan inventó otros habitantes para el parque del Oeste. Ya no era un mero escenario para sus obras, ni estas eran piezas decorativas. Tan importante son las obras como su entorno y eso lo percibe el paseante, que a su vez entra en un particular diálogo con lo que se va encontrando, es posible que en diferentes términos de los imaginados por su autor original, pues toda obra de arte tiene su vida y adquiere autonomía apenas el artista se retira. Se recupera y pone al día así la tradición de los jardines con grupos escultóricos, que tuvo en el laberinto de Versalles (1665 a 1677) un ejemplo notable, donde se jugó con otra versión del doble plano que hemos mencionado antes: el del medio físico y biótico es el de los múltiples recorridos entre altos setos de vegetación, mientras que los motivos en las encrucijadas, referidos a las fábulas de Esopo, forman el plano cultural, a la vez literario y moral.
Salvo que en el parque del Oeste el referente temporal ya no es el pasado mitificado, sino un futuro problemático que Stefan lo muestra por su lado afirmativo y más atractivo, a menudo juguetón, a través de sus criaturas híbridas de humano y no humano. Anuncian una nueva relación con la naturaleza en donde parques y jardines están llamados a ejercer un nuevo protagonismo en la ciudad, desbordando su convencional función de ocio y esparcimiento.
* Eduardo Serrano Muñoz (Toledo, 1950). Doctor arquitecto. Ha trabajado en México, Estepona, La Línea y Málaga en planeamiento urbanístico y proyectos de espacios urbanos (entre ellos el del parque del Oeste). Miembro del grupo Rizoma desde sus inicios en 1994 y de Rizoma Fundación. Participa en proyectos de investigación sobre turismo (UMA). Redactor de numerosos artículos, conferencias, ponencias, libros, etc. Colaborador permanente de la Casa Invisible de Málaga.
Enviado por José Antonio Sierra
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