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viernes, noviembre 8, 2024

Una ciudadana poco habitual, por Antonio Álvarez de la Rosa

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Cuando se cerró la puerta del ascensor, permanecimos un buen rato en silencio, entre asombrados y admirados. Nos sentamos en el balcón y, sin más preámbulos, reconocimos que Mary es una ciudadana poco habitual. Acabábamos de vivir una tarde casera, acampados en el espacio de felicidad que proporciona el diálogo con una mujer que, además de saber leer y escribir, solo pudo estudiar cómo alimentar y educar a tres hijos limpiando casas. Con Mary, que nos visita con cierta frecuencia, no recordamos haber comentado nunca el último telediario ni asfixiarnos en la burbuja morbosa de Antena 3, Telecinco y similares pantallas despistantes. En esta última ocasión, Mary nos sorprendió, de repente, cuando comentó que le entusiasman las charlas de divulgación científica que ve en youtube (Nos detalló una sobre el lenguaje y el cerebro). Mary no practica la cultura de la queja, aunque sabemos que está hipotecada por el perverso euríbor bancario. Le preocupa, eso sí, el arrollador triunfo del individualismo que observa en el entorno de su barrio modesto. Está inquieta, desde luego, por la parálisis neuronal que advierte en su tienda, sobre todo cuando oye hablar de la trinidad civil -ciudadana, madre y abuela- de una farandulera, pero apenas escucha nada de los crujidos de la Sanidad o de la enseñanza públicas deterioradas. La curiosidad de su inteligencia innata y el oído, atento a su voluntad de conocer, han conseguido que su capacidad léxica y sintáctica estén por encima, muy por encima, de tanto Atila de la palabra y abusador de micrófonos periodísticos. Por si fuera poco, que en absoluto lo es, no solo sabe, sino que le encanta escuchar. Ella misma, todo hay que decirlo, es muy consciente, pero no se echa flores vanidosas (como malagueña ensolerada, le gusta la calle, pero la herencia de su raíz humilde le impide ir sola a escuchar una conferencia o visitar un museo por más gratuito que sea). Con el instinto de su perspicacia, Mary nos lo resume: “Cuando estoy en vuestra casa es como si estuviera en otro planeta”.

Pocos días antes, habíamos leído la muy recomendable y pequeña -solo en su continente, no en su contenido- obra de teatro de Enrique Girón Entre los hunos… y los hotros (Ediciones del Genal, 2023, prologada por Miguel Moreta-Lara y con ilustraciones de Juan García de la Coba), que cuenta ya con un buen puñado de premios entre ellos el “Juan Mayorga” en 2022. Visto desde la inquietante actualidad de España, el diálogo entre don Manuel Azaña y don Miguel de Unamuno, al principio tenso, a veces agrio, incluso con invectivas mutuas, pero siempre respetuosas, va alumbrando a dos figuras que pudieron haber sido dos sólidos pilares que nos hubiesen permitido, hace ya más de ochenta años, haber formado parte del edificio europeo o, como dice, el prologuista, “un toma y daca entre dos intelectuales, quizá los más señeros del siglo XX español, protagonistas y testigos de ese primer tercio del siglo en que la sociedad española se vio inmersa en un proyecto políticocultural de un alcance antes nunca intentado, pero abortado violentamente por un golpe militar que desencadenó la guerra civil y la implantación de una feroz y duradera dictadura”.

Leída y digerida la obra de teatro Entre los hunos… y los hotros, Mary se nos aparece como el ejemplo del desprecio que en este país se ha fomentado hacia la escuela y hacia la cultura, ambas en su sentido amplio. ¿Cuántas Mary, hoy ella a la altura de su sesentena, podrían haber gozado de la educación y de las perspectivas laborales y sociales que de ella se derivan? ¿Cuántas mujeres -también hombres, claro, pero hoy toca subrayar en rojo a las que durante demasiadas décadas fueron la pieza esencial y peor considerada de la sociedad española- se quedaron en la cuneta de sus posibilidades individuales?

Cabe imaginar que, sin pasar por nuestra tragedia colectiva, entre todos los españoles hubiésemos podido construir lo que pudo haber sido y no acabó siendo. Nos lo confirma el desvelo de Azaña, la ambición suprema de su ideario político: “Yo quería reformar -acaso era una pretensión por encima de mis posibilidades- la sociedad española, confiriéndole un carácter moderno, democrático; quería igualdad para hombres y mujeres sin diferencia alguna. Una sociedad de ciudadanos responsables y civilizados…” (p. 48).

ANTONIO ÁLVAREZ DE LA ROSA

Catedrático de Filología Francesa es, además, autor de artículos en revistas literarias o en suplementos culturales, traductor y prologuista de, entre otros, Victor Hugo, Flaubert, Maupassant, Michelet, Julien Gracq, Gustave Le Rouge, Dominique Fernandez, Manchette, Marcel Schwob, Michel del Castillo, Albert T’Sertevens, Abdellatif Laâbi, Michel Schneider…

Conferencias en múltiples Universidades e Instituciones Culturales como, por ejemplo, en la Fundación Juan March. Durante una decena de años, publicó artículos de opinión en La Opinión de Tenerife.     

Premio de Traducción 2010 «Rafael Cansinos Assens» de la Junta de Andalucía.

 

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