Por Allan Astorga
En esta cuarta entrega de los documentos de SALVETERRA desarrollamos el tema del suelo y la enorme relevancia que tiene para la vida en la Ecosfera terrestre, incluyendo a la humanidad misma. Desafortunadamente, también tenemos que hablar del tema de la degradación del suelo.
Al momento de escribir este artículo (13.02.2023) la cantidad de hectáreas perdidas de suelo superan las 840 mil, solo para lo que llevamos en este año.
Algo sumamente grave, pues se trata de un efecto acumulativo dado que el daño ambiental a los suelos es irreversible en tiempos humanos, debido a que su restauración, cuando es posible, dura cientos de años.
Aunque el panorama no es alegador, todavía hay esperanza y existen soluciones que requieren ser implementadas a escala local, por todos y cada uno de los gobiernos locales del mundo y en los próximos años. La primera gran tarea es cobrar conciencia de lo que hay que hacer y este es el objetivo de este artículo.
El suelo y su función vital: el suelo es un recurso natural no renovable del que depende la vida en nuestro planeta. Representa la base que sirve de fuente de alimento, fibras textiles y madera. Es la red más amplia de purificación e infiltración del agua superficial hacia los acuíferos y un hábitat en el que proliferan los microorganismos que mantienen en funcionamiento los ciclos biogénicos que permiten mantener la vida.
La generación de tan solo 3 milímetros de nuevo suelo superficial, por meteorización química, requiere, en promedio, un siglo, por eso es un recurso no renovable dentro de nuestra escala de tiempo. El suelo está sometido a una enorme presión de producción, ya que es el principal sustento para alimentar a los más de 8.000 millones de personas que pueblan la Tierra en la actualidad.
El suelo es un sistema dinámico con importantes equilibrios físico-químicos y biológicos; el conjunto de reacciones que tienen lugar en el mismo constituye el mayor reactor de nuestro planeta, necesario para la depuración de las aguas y la recarga limpia de los acuíferos subterráneos.
En relación con el cambio climático el papel de las plantas en la captura del CO2 atmosférico es crítico; menos conocido es que cerca del 20% del carbono capturado se almacena en el suelo en forma de materia orgánica. Por esta razón, las Naciones Unidas aconseja conocer y manejar correctamente los suelos para que las prácticas de laboreo (como el arado) no promuevan la emisión de otros gases de efecto invernadero.
La biodiversidad en nuestro planeta comprende no solo una vertiente macroscópica, visible, sino también otra microscópica, una parte significativa de la misma se encuentra en los suelos. Así, un solo gramo de suelo de cualquier lugar de la Tierra alberga millones de microrganismos. Esta biodiversidad es mayor en las zonas tropicales y es el motor para mantener activos los ciclos biogénicos de los elementos.
Por ello, preservar el suelo en estado saludable, o “recuperarlo” cuando se ha deteriorado, no solo es una vía para obtener alimentos seguros y disfrutar de nuestros paisajes (por los ecosistemas naturales que se desarrollan sobre el suelo), sino que es esencial para el mantenimiento global de la vida en el planeta. Es responsabilidad de todos conservar y utilizar el suelo, para darle el uso ambientalmente más sustentable.
Degradación del suelo: Más del 75 por ciento de la superficie terrestre del planeta está considerablemente degradada, lo que perjudica el bienestar de más 3.200 millones de personas, según el primer estudio global resumido por la Revista Nacional Geographic en el año 2018. En los últimos cinco años la situación de la degradación se ha incrementado.
Estas superficies que se han convertido en desiertos, están contaminadas o han sido deforestadas con lo cual se acelera el proceso de extinción de especies.
Si esta tendencia continúa, el 95 por ciento de la superficie terrestre de la Tierra estaría degradada para 2050. Los estudios advierten que esta situación podría obligar a migrar a cientos de millones de personas, a medida que la producción de alimento se desploma en muchos lugares.
La expansión rápida y la gestión no sostenible de tierras de cultivo (con uso de maquinaria para el arado) y de pasto son las principales impulsoras de la degradación del suelo, que provoca pérdidas importantes de biodiversidad y afecta a nuestra seguridad alimentaria, la purificación del agua, el abastecimiento de energía y otras contribuciones de la naturaleza fundamentales para las personas. También contribuye a este proceso el cambio no planificado del uso del suelo, sobretodo en zonas tropicales.
Como parte de esa gestión no sostenible del suelo, se incluye principalmente el arado de los terrenos y el uso intenso de agroquímicos a base de nitrógeno. Este tipo de prácticas agrícolas, junto con el uso de organismos genéticamente modificados ha transformado la agricultura extensiva e intensiva, en una agricultura “artificial” que lejos de mejorar las condiciones naturales del suelo, las deteriora. Así, los países se vuelven dependientes del uso de grandes cantidades de agroquímicos, con los que, además se contaminan las aguas subterráneas y se producen toda una seria cadena de impactos que tiene efectos negativos en los insectos, que a su vez son vitales para la agricultura debido a su función polinizadora.
Desertificación del suelo: se produce como producto de la pérdida de carbono y agua del suelo. Un suelo sano absorbe agua y carbono. Cuando hay plantas vivas hay agua en el suelo. Cuando no las hay, hay evaporación y se pierde el agua. Se rompe el ciclo. El 60 % del agua de lluvia proviene de un ciclo mayor desde la evaporación de los océanos, pero un 40 % proviene de ciclos más pequeños de evapotranspiración de las plantas. Lo suelos desnudos aumentan la temperatura de la atmósfera inferior y crean vórtices que alejan las nubes y las lluvias. Se intensifica así, la desertificación.
Casi dos tercios del suelo fértil de nuestro planeta se ha desertificado o en está en proceso de desertificación. Esta ha sido la principal causa de la extensión de civilizaciones humanas (casi 20 en la historia de la humanidad). Cuando no hay posibilidad de producir alimentos, la vida se termina. Según estudios de la ONU, en 60 años, todos los suelos fértiles del planeta habrán desaparecido si no se hace algo por detener este alarmante proceso.
Observaciones de la NASA muestras que durante los meses de arado en el hemisferio norte (marzo y abril) aumentan considerablemente las emisiones de CO2 a la atmósfera. En junio, cuando las plantas crecen, el contenido de CO2 de la atmósfera se reduce. Por tanto, las plantas tienen un enorme poder colectivo o acumulativo. Un planeta cubierto por vegetación sobre suelos ricos en carbono, es un planeta sano.
Los humedales son las áreas del planeta más afectadas por la degradación del suelo: el 87 por ciento se ha perdido en todo el mundo en los últimos 300 años. Desde el año 1900 se ha perdido el 54 por ciento. Todavía se destruyen humedales en el sureste asiático y la región africana del Congo, principalmente para plantar palma aceitera.
Las causas subyacentes de la degradación del suelo son los estilos de vida de alto consumo en las economías más desarrolladas, combinados con el aumento del consumo en las economías emergentes y en vías de desarrollo. El alto consumo per cápita, que sigue en aumento, amplificado por el crecimiento demográfico continuo en muchas partes del mundo, están generando niveles insostenibles de expansión agrícola, extracción de recursos naturales y minerales, y urbanización.
Aplicando soluciones: hay muchas soluciones probadas para revertir estas tendencias, como el ordenamiento ambiental y la planificación territorial de escala detallada, la reforestación con especies nativas, la construcción de infraestructura verde, la rehabilitación de suelos contaminados y sellados (por ejemplo, bajo el asfalto), el tratamiento de aguas residuales y la restauración de los canales fluviales.
El desarrollo de agricultura y ganadería regenerativa es vital, no solo por la posibilidad de convertir las tierras productivas en sumideros de carbono y de gases de efecto invernadero, sino por la posibilidad de crear suelos fértiles y altamente productivos.
Es urgente gestionar el suelo a escala del paisaje, donde las necesidades de la agricultura, la industria y las áreas urbanas pueden equilibrarse de forma integral. Además, las prácticas agrícolas deben modificarse sustancialmente.
Para las regiones en vías de desarrollo, como algunas partes de Asia y África, el coste de la inacción ante la degradación del suelo es al menos tres veces superiores al coste de la acción. Y los beneficios de la restauración son 10 veces superiores a los costes.
Muchos países ricos “descentralizan” sus impactos medioambientales importando grandes cantidades de alimentos, recursos y productos de otros países. La Unión Europea importa entre el 30 y el 40 por ciento de su comida, por ejemplo. De esta forma los problemas para el suelo se dan en otros territorios. Parece obvio que estos países deberían pagar el costo de la restauración y mejoramiento de suelos en los países productores.
Lograr restaurar ecosistemas que fueron convertidos a pastizales o espacios para agricultura tendría un doble beneficio: uno en la biodiversidad y otro en la mitigación del cambio climático. Esto concluyó un estudio publicado en la revista Nature y realizado por 27 investigadores de 12 diferentes países.
Un estudio mundial realizado recientemente, tras analizar 870 millones de hectáreas de ecosistemas en todo el mundo que se han convertido en tierras de cultivo, se concluyó que si se logran restaurar el 15% de estas tierras se evitaría el 60 % de las extinciones. Específicamente, el 54% de los ecosistemas analizados eran originalmente bosques, el 25% pastizales, el 14% matorrales, el 4% tierras áridas y el 2% humedales.
Pero los beneficios no paran ahí: el estudio también concluyó que restaurar el 15 % de las tierras del mundo implicaría absorber más de 463 mil millones de toneladas de dióxido de carbono. “Impulsar los planes para devolver grandes extensiones de la naturaleza a un estado natural es fundamental para evitar que la biodiversidad y las crisis climáticas se salgan de control”, explicó Bernardo BN Strassburg, autor principal del estudio.
Igualmente, para evitar el temor que la restauración de ecosistemas les quite espacio a los cultivos y, por ende, amenace la seguridad alimentaria, los investigadores calcularon cuántos ecosistemas podrían revivirse sin cortar el suministro de alimentos. Descubrieron que el 55% (1.578 millones de hectáreas) de los ecosistemas que se habían convertido en tierras de cultivo, podrían restaurarse sin interrumpir la producción de alimentos. Esto podría lograrse mediante la intensificación bien planificada y sostenible de la producción de alimentos, junto con una reducción del desperdicio de alimentos y un abandono de alimentos como la carne y el queso (salvo que provengan de la producción regenerativa), ya que requieren grandes extensiones de tierra y, por lo tanto, producen emisiones desproporcionadas de gases de efecto invernadero.
Como podemos ver, existen soluciones reales y efectivas. Un país como Costa Rica, además de implementar este tipo de acciones, podría convertirse en un líder mundial en el tema de restauración de suelos, producción regenerativa y lucha contra la desertificación y el Cambio Climático. La clave es el ordenamiento ambiental del territorio y la planificación territorial sustentable.
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