Por Yakov M. Rabkin*
En febrero de 2022, comenzó el conflicto militar más largo de la historia europea posterior a la Guerra Mundial. Pero, ¿cuáles fueron sus principales causas? Aunque la guerra de Ucrania ha exaltado los ánimos en todo el mundo occidental como nunca, la respuesta requiere un enfoque realista y tranquilo.
Aristóteles, ciertamente neutral en lo que respecta a este conflicto, esbozó tres elementos de la comunicación: ethos, pathos y logos. Ethos es credibilidad; la gente cree lo que se dice debido a la experiencia, autoridad y fiabilidad demostradas. El pathos establece una conexión emocional, causando un impacto profundo, a menudo indeleble. El logos apela al sentido de la razón y la lógica.
Los portavoces ucranianos encarnan el pathos. El Presidente (un actor profesional) junto con uno de sus asesores, Arestovich (un actor que solía dar clases de manipulación emocional) -así como agencias de relaciones públicas y psyop de varios países- han desarrollado estrategias de comunicación eficaces. Estos profesionales crearon la imagen de una democracia asediada provocando simpatía a nivel emocional. Y no se ha descuidado ningún detalle, incluida la emblemática camiseta del presidente. Según un reciente artículo de Newsweek, estas emociones exacerbadas hacen que la gente ignore lo que realmente está ocurriendo en Ucrania. En resumen, la posverdad ha triunfado.
Por el contrario, el portavoz militar ruso, que aparece de uniforme en la televisión oficial, encarna el ethos. Ha permanecido impasible durante toda la guerra, citando cifras de objetivos alcanzados, mostrando mapas y vídeos aéreos de los combates mientras mostraba tanta emoción como la de un robot. Este mensaje puede parecer tranquilizador a gran parte de la audiencia rusa pero, dado que el Occidente democrático ha prohibido los medios de comunicación rusos, no llega a Europa ni a Norteamérica.
La lógica, que escasea en los medios de comunicación dominantes, es necesaria para comprender lo que ha provocado este enfrentamiento militar: en primer lugar las emociones generan un doble rasero. Según la ONU, las víctimas civiles en Ucrania ascienden a 6826 a fecha de 18 de diciembre de 2022. Según un artículo de 2013 de la revista Lancet, las víctimas civiles resultantes de la invasión estadounidense de Irak, un país a medio planeta de distancia, se estiman en unos 200.000, aunque algunas estimaciones superan el millón. Sin embargo, no se aplicaron sanciones económicas a Estados Unidos, no se prohibió actuar a los músicos estadounidenses y las aerolíneas estadounidenses siguieron volando por todo el mundo. Paradójicamente, la condena funcionó en sentido contrario. En Estados Unidos, las papas fritas pasaron a llamarse Freedom Fries (papas de la libertad) y los vinos franceses se vertieron en las cunetas porque Francia se negó a apoyar la invasión.
Ucrania y Rusia no sólo son vecinos, sino que han pertenecido a la misma unidad política durante la mayor parte de su historia. Cuando los antiguos apparatchiks soviéticos, encabezados por Yeltsin, desmantelaron la Unión Soviética en diciembre de 1991, los gobernantes ucranianos optaron por basar su legitimidad política en el nacionalismo. La diáspora ucraniana, sobre todo en Canadá y Estados Unidos, volcó sus recursos intelectuales en fomentar el nacionalismo étnico, mientras que las agencias y ONG occidentales trabajaban asiduamente para desvincular a Ucrania de Rusia.
Aunque los nacionalistas tenían un peso electoral limitado, contaban con el apoyo estratégico de Occidente y fueron capaces de imponer su voluntad a una población en gran medida indiferente. Un sistema educativo drásticamente reformado produjo una generación desdeñosa de su propia historia soviética reciente y hostil a Rusia y hacia la lengua y cultura rusas.
Esta tendencia fue resentida por la mayoría de los ciudadanos, como se vio en la elección de líderes moderados que intentaron establecer un equilibrio entre Rusia y Occidente. Esto no era difícil ya que Rusia estaba integrada en la economía globalizada, y su comercio con Europa superaba ampliamente al de Ucrania. Pero políticamente, Ucrania se convirtió en un activo estratégico para Estados Unidos, cuya política exterior se inspiraba en la Doctrina Wolfowitz, que abogaba por una dominación sin matices en todo el mundo. El senador Edward Kennedy la describió como «un llamamiento al imperialismo estadounidense del siglo XXI que ninguna otra nación puede o debe aceptar». Y, de hecho, Rusia estuvo entre los que se opusieron.
Durante su discurso en la conferencia de seguridad de Múnich en 2007, el Presidente Putin abogó por un mundo multipolar más equilibrado. Criticó la expansión de la OTAN hacia el este, que violaba los compromisos verbales que los líderes occidentales habían contraído con Gorbachov durante la reunificación de Alemania.
Fue este discurso el que marcó un punto de inflexión en la historia de Rusia, convirtiendo a la «Rusia de Putin» en un enemigo público. Como resultado, los medios de comunicación occidentales desarrollaron una imagen siniestra del país y de su líder.
Un año después, Ucrania y Georgia fueron invitadas a ingresar en la OTAN.
Durante el otoño de 2013, Rusia convenció a Estados Unidos para que abandonara sus planes de bombardear Siria. Varios en Washington condenaron esto como un acto de apaciguamiento. Pocos días después, estallaron manifestaciones masivas en Kiev. Varios días después de que el presidente ucraniano firmara un acuerdo (atestiguado formalmente por Francia, Alemania y Polonia) con la oposición para celebrar elecciones anticipadas y un traspaso pacífico del poder, se produjo un golpe de Estado. Esto condujo a un violento derrocamiento del gobierno ucraniano en febrero de 2014.
Estados Unidos, que había gastado más de 5.000 millones de dólares en Ucrania, alentó activamente el golpe y participó en la elección del nuevo gobierno. Afirmó un nacionalismo étnico militante que antagonizó instantáneamente a millones de rusoparlantes, muchos de los cuales dominaban el industrializado sudeste del país. Varias ciudades y regiones se negaron a reconocer los resultados del golpe.
Esto llevó a los nacionalistas a utilizar la fuerza para imponer su dominio, lo que dio lugar a un conflicto militar en la región de Donbass. En un espantoso episodio, los nacionalistas quemaron vivos a cincuenta civiles en Odessa en mayo de 2014.
Rusia reaccionó con determinación integrando Crimea tras un referéndum popular. Lo hizo ante la perspectiva de que Ucrania entrara en la OTAN y Sebastopol se convirtiera en una base naval estadounidense. A pesar de ello, Rusia dio muestras de moderación ofreciendo únicamente apoyo encubierto a las milicias de Donbass y no interviniendo en la región costera de Mariupol a Odessa. Estos antiguos territorios otomanos fueron ocupados por Catalina la Grande (y bautizados como Novorossia) en el siglo XVIII. Sobre todo bajo su mandato se fundaron grandes ciudades, como Mariupol y Odessa, que se convirtieron en centros comerciales e industriales cosmopolitas.
Los críticos dentro de Rusia citan esta moderación como una de las principales razones del conflicto actual. Sostienen que un avance para ayudar a los rusoparlantes asediados en Novorossia en 2014, cuando los nacionalistas estaban todavía ganando fuerza, habría evitado la actual guerra masiva. La iniciativa rusa de negociar un nuevo sistema de seguridad colectiva en Europa fue desestimada por Estados Unidos y la OTAN en diciembre de 2021 y enero de 2022. Este fue el último intento de evitar la guerra.
Otra causa de este conflicto fue la no aplicación por parte de Kiev de los Acuerdos de Minsk 2, firmados también por Francia y Alemania, que habrían permitido al Donbass mantener cierto grado de autonomía dentro de Ucrania. La ex canciller alemana, Angela Merkel, admitió con franqueza que los constantes retrasos de Kiev en la aplicación de los acuerdos contribuyeron a que Ucrania recibiera armas y entrenamiento militar occidentales para ayudar a reconquistar el Donbass.
En última instancia, la causa exagerada de esta guerra fue la entusiasta aceptación por parte de Kiev del papel de ariete estadounidense contra Rusia. Imagínense la reacción de Washington si Rusia hubiera organizado un golpe antiestadounidense en Ottawa y colocado sus armas y asesores militares en todo Canadá.
Este conflicto se ve a menudo como un juego de moralidad entre el bien y el mal. Un análisis racional de sus causas debería ayudar a evitar nuevos derramamientos de sangre. Para evitar futuras tragedias, en los debates públicos sobre problemas políticos potencialmente explosivos se necesita más el logos que el ethos y el pathos.
*El autor es profesor emérito de Historia en la Universidad de Montreal (Canadá).
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