Buenos Aires, Argentina –
El contacto entre las mujeres, en conjunto, desde un estado de sensibilidad, hace que el mundo se transforme. Esta experiencia la vivo cuando nos reunimos, conversamos y empezamos a accionar en el mundo. Entonces comienzo a preguntarme: ¿qué es la sensibilidad para mí? Y ¿cómo se construye o se alimenta? ¿Ejercemos la sensibilidad más allá de lo que nombramos como “lo sensible”? ¿Cómo transformarnos en algo que no podemos imaginar aún?
Tengo el anhelo de que la sensibilidad nos lleve a revolucionar el mundo. Un anhelo que se siente con fuerza, palpitante, por dentro, grita. Quizás esa sensibilidad de la que hablo está escondida, tal vez no nos animamos a ejercerla. ¿Y si fuera que el mandato patriarcal es tan fuerte que creemos que es errado que nosotras lo visibilicemos y ejerzamos?
Esta civilización patriarcal nos afecta: aprendimos en un mundo de valores, competencias y jerarquías. Esas prácticas que tenemos instituidas entre las mujeres de ponernos en lugares de competencia y maltratarnos, son prácticas de supervivencia ya que si no hacemos el ejercicio de respetar el mundo patriarcal, somos brutalmente discriminadas. Peleamos con otras mujeres porque con los varones no podemos competir; pero en la intimidad, toda esa competencia, toda esa acción externa está relacionada con la propia falta de confianza y autoestima, que nos lleva a dudar constantemente de nuestro potencial. Estas actitudes nos hacen tener una mirada sesgada hacia las otras mujeres, dificultad para apreciarlas, ya que la mirada de las demás y las apariencias siempre están por encima. Convivimos en dos mundos, porque también tenemos que ser perfectas madres, amas de casas, mujeres maravilla, entre otros roles que el sistema nos enseña para esta vida. Entonces, las experiencias de vida se vuelven superficiales.
La falta de sensibilidad tiene que ver con el mundo patriarcal que nosotras también hemos ejercido con otras, inclusive con las niñeces. Hay siempre una actitud despectiva con respecto a los planteamientos de las mujeres. El miedo y el temor nos hacen perder la sensibilidad. Todo lo hacemos por temor, llevamos el temor adelante todo el tiempo.
Cuando una amiga hablaba criticando a otra mujer, yo intentaba sentir la falta de sensibilidad en los tratos personales. Creo que nos importa poco lo que sienta la otra, lo cual puede traer consecuencias de ruptura vincular. Esto que nos pasa tenemos que traerlo al diálogo para que aparezca entre nosotras, para que se manifieste un modo nuevo de sensibilidad entre las mujeres. Todas estamos inmiscuidas en esas conductas patriarcales occidentales competitivas y violentas. El ponerse en el lugar de la otra como una práctica intencional es, también, ponernos en el lugar que nos tenemos que dar.
Quiero comprender y ponerme en el lugar de las que transgreden, inconformes, hastiadas, incomprendidas, incómodas, insatisfechas, inoportunas, irreverentes, incorregibles e incontrolables, también el de las conservadoras, tradicionales y conformistas, cuando no quieren cambiar nada.
«La sororidad es poderosa». Podemos tejer sensibilidades abriendo los espacios, la mente, el cuerpo, el corazón, experimentar sin temor esa sensibilidad que están relacionada con nuestra historia, con nuestro registro perceptual, subjetivo y singular. Somos parte de una individualidad que crea comunidad, ya no nos registramos separadas, y eso es un sentir sensible ecológico del mundo del que somos parte.
Si soy sensible, estoy más abierta a la comprensión hacia las otras. La sensibilidad es una forma de inteligencia; un nuevo estado de la conciencia. Es posible la validación y habilitación de lo sensible en lo cotidiano como potencia y fuerza de lucha, incluso como herramienta.
Se siente más cuando hay diálogos intensos, abrazos profundos, cuando irradia alegría, amasa bondades, cuando hay coraje para mostrarlo y resistimos a las ofensas. No hay razones, hay sentires.
Hay que traspasar los límites permitidos.
Liberarse de los límites impuestos.
Es necesario, allí vamos, volando alegres, creyendo que es posible, que el mundo nos va a escuchar, que podemos mirar el sol y sentir su calidez cuando creemos en esto, que las estrellas nos alumbran con más brillo, que los girasoles se dan vuelta a vernos porque hay mucha luz, que los pájaros cantan y nos dicen que vamos por buen camino.
Vamos cambiándonos entre nosotras para que la compasión por todas esté siempre presente. Vamos, apresuradas, chocándonos unas con otras, queremos que sea ya. Irrumpimos, nos convocamos, construimos metáforas amables con la fuerza de nuestros deseos. Nos tejemos sin importar el color, la edad. Las diferencias no las vemos, pero tampoco las sentimos. La esperanza nos mueve a salir de este absurdo y grisáceo mundo. Vamos despeinadas, desarregladas, con zapatos rotos, como podemos acudimos, nos encontramos, cantamos, bailamos, nos disfrazamos. Presentes, nosotras dispuestas a todo. Sin rodeos ni vueltas ni miedos.
Un anhelo que viene desde el adentro profundo.