La redacción de Pressenza Italia solicitó este artículo a Fidel Narváez, ex Cónsul del Ecuador en Londres para el libro sobre Julian Assange publicado por la revista Left en colaboración con Pressenza. Fidel Narváez participará en las 24 horas por la libertad de Julian Assange el próximo 15 de octubre
En el verano del año 2012 yo abrí la puerta de la Embajada del Ecuador en Londres para proteger a Julián Assange de la persecución del imperio económico y militar más grande de la historia. Los EE. UU. y, más concretamente, lo que se conoce como el “complejo industrial militar”, que es donde está el verdadero poder, quieren la cabeza de Julián como un trofeo de guerra. Lo quieren porque él es la persona que más lo ha avergonzado con las revelaciones de sus crímenes de guerra, de su tortura sistemática infringida como práctica estatal y de los trapos sucios de su diplomacia alrededor del mundo. No es posible tener un enemigo más poderoso, ni más vengativo. Por eso, desde que Julián Assange, a través de WikiLeaks, se atrevió a publicar lo que la prensa corporativa tiene miedo de publicar, su suerte estaba echada. Los criminales de guerra que Julián ha expuesto lo perseguirán hasta el final de sus días.
Cuando Julián golpeó la puerta del Ecuador, ya todas las demás puertas se le habían cerrado. Su propio país, Australia, lo había abandonado. Y el Reino Unido, el aliado más sumiso de los norteamericanos, claramente estaba actuando para complacer a la gran potencia. ¿Cuál es el deber de los hombres de bien cuando un periodista es amenazado de muerte, es amenazado con cadena perpetua, es torturado psicológicamente, difamado y perseguido por publicar la verdad? ¿Cuál es el deber de las naciones que dicen defender los derechos humanos y la justicia, cuando un inocente necesita, desesperadamente, de protección? ¿Por qué ningún otro país se atrevió a proteger a Julián Assange?
Julián no escogió al azar la puerta de la embajada del Ecuador. Para el año 2012, mi país tenía el gobierno más progresista de su historia. Nuestra política internacional había dado sólidas muestras de soberanía. El gobierno del presidente Rafael Correa ya había sacado a la más grande base militar estadounidense en Suramérica; había expulsado a varios diplomáticos americanos por su directo involucramiento en nuestra policía y sus servicios de inteligencia; nos habíamos plantado firme frente a las empresas transnacionales. Ecuador había expulsado del país a la embajadora americana, a partir de revelaciones de WikiLeaks en las que se evidenciaba su falta de respeto por nuestro país.
Mi país gozaba entonces de sólida estabilidad política y su presidente de gran popularidad y legitimidad democrática. El Ecuador fue el único en solicitar a WikiLeaks que se publicasen todos los cables diplomáticos referentes al país, sin excepción, en una demostración de transparencia que, seguramente, contribuyó a que Julián vea en el Ecuador un aliado de confianza.
Cuando los sistemas de justicia no funcionan para proteger derechos, el último recurso es solicitar asilo político, un derecho consagrado en la Declaración Universal de Derechos Humanos. El Ecuador, desde un primer momento, intentó conseguir de Suecia y de Reino Unido las garantías de que no se extraditaría a Julián a los EE.UU. Se intentó, además, involucrar a Australia en la protección de su ciudadano. Ninguna gestión tuvo efecto positivo entonces, como no lo tuvieron todos los esfuerzos que el Ecuador y los abogados de Julián hicieron en los siguientes 7 años, puesto que, simplemente, ninguno de esos países tuvo el menor interés de actuar en justicia.
El ex Relator de las Naciones Unidas contra la Tortura, Nils Melzer, después de haber analizado rigurosamente el caso de Julián Assange declaró: “En 20 años de trabajo con víctimas de la guerra, la violencia y la persecución política, nunca he visto a un grupo de Estados democráticos organizándose para aislar, demonizar y abusar deliberadamente a una sola persona durante tanto tiempo y con tan poca consideración por la dignidad humana y el imperio de la ley «
Yo me permito hablar, de primera mano, sobre el papel de mi país que a la larga se convirtió también en el país de Julián, quien vivió en mi embajada casi siete años. La embajada es un pequeño piso que no estaba diseñado para vivienda. No tiene más de 200 metros cuadrados en total, de los cuales Julián tenía asignados apenas un par de espacios para su uso exclusivo: una habitación que le servía de dormitorio; un baño que tuvo que ser equipado con una ducha; y un espacio de trabajo que compartía con otros diplomáticos. Además, Julián compartió con todo el personal de la embajada un pequeño espacio adaptado como cocina y un servicio higiénico que era de uso general. No hay un patio interior, ni un lugar para tomar el aire fresco. La de por sí escasa luz solar londinense, prácticamente, no ingresaba al lugar. Siempre sometido a luz artificial, Julián comparó su estancia en ese departamento como vivir dentro de una nave espacial. Es difícil imaginarse un encierro tan largo en esas condiciones.
Durante los primeros tres años, la embajada estuvo rodeada por policías en los exteriores y en el lobby de entrada del edificio. En los siguientes cuatro años, la vigilancia fue encubierta, pero no menos intrusiva. Los británicos siempre tuvieron cámaras y micrófonos de alto alcance desplegados en los edificios aledaños, para tratar de captar nuestro menor murmullo. Nuestros teléfonos siempre fueron intervenidos. Mi embajada fue, sin duda, el lugar más supervigilado del mundo. En primera instancia vigilados por los británicos y demás agencias de inteligencia, pero en el último año del asilo, cuando el gobierno del Ecuador cambió, también por los servicios de inteligencia ecuatorianos que, más allá de protegernos, terminaron por convertirse en un mecanismo de espionaje contra Julián.
Con el tiempo aparecieron los problemas de salud para Julián. La falta de sol y de las vitaminas que éste proporciona, afectaban la ya de por sí pálida coloración de su piel. Uno de sus hombros requería ser escaneado con equipos médicos, imposible de ser introducido en la embajada. Tampoco todos sus problemas dentales podían ser atendidos. Producto del encierro, Julián pronto mostró problemas de la vista pues no podía ya distinguir colores con facilidad. Los británicos nunca permitieron que pudiéramos llevarlo a un centro de salud para un chequeo adecuado. Una de las doctoras que lo visitaron, Sondra Crosby, envió un diagnosticó al Concejo de Derechos Humanos de la ONU, indicando que, en términos de su cuidado de salud, la situación de Julián en la embajada era peor que en una prisión convencional y que su encierro indefinido e incierto incrementaba el riesgo de estrés crónico, así como riesgos físicos y psicológicos, incluido el suicidio. La doctora aseguró que al final de su asilo Julián presentaba “trauma psicológico agudo, comparable a los refugiados que huyen de zonas de guerra… corre un riesgo muy alto de suicidarse si fuera extraditado… Él está en el mismo estado psicológico que alguien que fue perseguido por un hombre con un cuchillo y luego se encierra en una habitación y no sale»
Bajo esas condiciones, resulta increíble el nivel de resistencia, tanto física como psicológica de Julián, así como su fuerza de voluntad para no rendirse y entregarse por su cuenta a las garras de la policía británica. Durante los primeros 6 años, cuando el Ecuador lo protegía de verdad, su relación con el personal diplomático y el resto de los funcionarios siempre fue de respeto mutuo. Juntos compartimos infinidad de celebraciones, cumpleaños, despedidas, comidas, o simplemente, un café para comentar la política y las injusticias de este mundo. Julián siempre tuvo gratitud con el Ecuador.
En todos los años que el Ecuador sí lo protegió, con las limitaciones propias de un encierro, Julián pudo ejercer su derecho a trabajar y a expresarse libremente. No recuerdo una sola ocasión en que yo haya visto a Julián aburrido, o sin saber qué hacer. Siempre estaba ocupado; siempre trabajando. Durante su estancia, editó varios libros y WikiLeaks siguió publicando con la misma vehemencia de siempre. Recibió cerca de mil visitas de todo el mundo, de todos los perfiles posibles: intelectuales, artistas, disidentes, periodistas, políticos, activistas… Dio cientos de entrevistas y decenas de conferencias vía internet.
En el año 2015, el Grupo de Trabajo sobre Detenciones Arbitrarias de las Naciones Unidas sentenció en contra del Reino Unido y Suecia, calificando la situación de Julián como una detención arbitraria, solicitando a esos dos países a permitir su libertad, e incluso compensarlo por los daños causados.
En diciembre de 2017, el Ecuador le concedió la nacionalidad ecuatoriana, algo a lo que tenía derecho luego de vivir más de 5 años en nuestra jurisdicción como persona bajo protección internacional. En mayo de 2018, la Corte Interamericana de Derechos Humanos (el equivalente a la Corte Europea de Derechos Humanos), instruyó al Ecuador sus obligaciones en materia de asilo diplomático, sentenciando que mi país no podía permitir la extradición de un refugiado político.
Pero el Ecuador soberano y progresista bajo la presidencia de Rafael Correa cambió radicalmente cuando fue traicionado por el nuevo presidente, Lenin Moreno. Paulatinamente, Moreno empezó a destruir todo lo construido por su predecesor y cambió en 180 grados la política internacional, entregándose por completo a los Estados Unidos. Julián se convirtió, por tanto, en una “piedra en el zapato” y su cabeza materia de rastrera negociación.
La estrategia de Moreno fue tan burda como cruel. Durante 8 meses a partir de marzo de 2018, Julián estuvo incomunicado por completo. Sin internet, sin teléfono y sin visitas, salvo sus abogados. Lenin Moreno convirtió la embajada en una prisión. Los diplomáticos fuimos cambiados paulatinamente, comenzando por aquellos que éramos incompatibles con la nueva política del gobierno y fuimos reemplazados por nuevos funcionarios que tenían la consigna de hostigar y de provocar a Julián, a fin de generar incidentes que le sirvieran al gobierno como pretexto para expulsarlo de la embajada.
El último año de Julián en la embajada, bajo el gobierno de Lenin Moreno, fue un verdadero infierno. La única nación que hasta entonces lo había protegido, se convirtió también en su perseguidor. Como la estrategia de quebrar a Julián para obligarlo a salir por su propia voluntad, evidentemente, fracasó, el gobierno secretamente entabló conversaciones con los americanos y los británicos para la entrega del asilado. En uno de los más vergonzosos capítulos en la historia de mi país, el 11 de abril de 2019 Lenin Moreno permitió la entrada de una fuerza extranjera a mi embajada para secuestrar, por la fuerza, al refugiado político más importante del mundo y entregarlo así a sus perseguidores.
Si es extraditado, Julián sería juzgado bajo la Ley de Espionaje y se convertiría en el primer periodista en la historia en ser juzgado con esa ley. La Fiscalía norteamericana ha advertido, además, que en su calidad de extranjero Julián Assange no podría ampararse en la Primera Enmienda estadounidense. Es decir, en EE.UU. para un extranjero aplican los castigos, pero no las protecciones de la ley. El juicio sería en la “Corte de Espionaje” donde recaen los casos de «seguridad nacional». La misma corte que en 2010 abrió la investigación “secreta” en contra de Julián, por la cual éste solicitó asilo político al Ecuador. La corte está en el distrito este del Estado de Virginia, donde la CIA y los mayores contratistas de seguridad nacional tienen sede. El jurado proviene, por tanto, del lugar con mayor concentración de la “comunidad de inteligencia” de los EE.UU., donde Julián no tendrá ninguna oportunidad de un juicio justo. De hecho, nunca ningún acusado por espionaje ha sido absuelto en esa corte.
Al ser acusado de espionaje, Julián Assange sería encarcelado en confinamiento solitario, bajo lo que se conoce como «Medidas Administrativas Especiales», esto significa, prácticamente, ningún contacto humano. Tales condiciones son una sentencia de muerte en vida. Los EE.UU. proponen un castigo de 175 años de cárcel, no para un criminal, sino para quien ha expuesto a los criminales.
El famoso profesor Noam Chomsky, en su testimonio escrito le dijo a la corte en Londres: “Julián Assange … ha prestado un enorme servicio a todas las personas del mundo que atesoran los valores de la libertad y la democracia y que, por lo tanto, exigen el derecho a saber lo que hacen sus representantes electos. Sus acciones, a su vez, lo han llevado a ser perseguido de manera cruel e intolerable.”
Y un mundo donde los criminales están impunes y los valientes que develan los crímenes son castigados, es un mundo que debe ser combatido. Y Julián ha sacrificado su libertad porque quiere que todos tengamos un mundo diferente. Por eso, la libertad de Julián es la libertad de todos.
Ahora que ya ninguna nación protege a Julián Assange, es cuando más depende de nuestra solidaridad.
Fidel Narváez, ex Cónsul del Ecuador
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