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El próximo 2 de Octubre, el pueblo brasileño tiene ante sí un desafío de enormes implicancias. Ese día la población dirimirá en las urnas buena parte de su futuro inmediato, eligiendo en su faz ejecutiva a quienes ocuparán los cargos de presidente y vicepresidente de la república federativa y a quienes serán los gobernadores y vicegobernadores de los 27 estados (incluyendo el distrito federal de Brasilia).
No menor es la importancia de la elección en el aspecto legislativo, en el que se renovará un tercio de los 81 miembros del senado federal y la totalidad de los 513 integrantes de la cámara de diputados. También se modificará la composición completa de las Asambleas Legislativas Estatales y de la Cámara Legislativa del Distrito Federal.
Alejado en el tiempo y el espacio, otro 2 de Octubre, pero de 1869, nacía en la ciudad costera de Porbandar, en el estado de Gujarat, Mohandas Karamchand Gandhi, quien lideraría el movimiento no violento que permitiría la emancipación de India del imperio británico.
En homenaje a la lucha del considerado “padre de la nación” india, Naciones Unidas ha instituido ese día como Día Internacional de la No Violencia.
A estas alturas, las y los lectores se preguntarán si es posible comparar la figura del Mahatma (Gran alma o Alma grande en sánscrito) con la de Luiz Inácio Lula da Silva, actual candidato progresista a la presidencia del Brasil.
Las comparaciones son siempre odiosas, indica el saber popular. Sobre todo aquellas que intentan conectar tiempos históricos y culturas tan diferentes. Sin embargo, es posible establecer ciertos paralelismos simbólicos entre ambas situaciones.
Vidas paralelas
En su libro “Vidas paralelas”, Plutarco reseña las biografías de protagonistas célebres del mundo griego y romano, comparando aquellas características en las que encuentra similitudes. Esta obra fue fuente de inspiración para los humanistas del Renacimiento, quienes buscaban modelos individuales de virtud en la antigüedad grecolatina, anteriores al milenio de oscurantismo eclesiástico medieval en Occidente.
Sea entonces lícito para un humanista de esta época, intentar encontrar alguna leve conexión, situada temporal- y espacialmente, entre Gandhi y Lula, cada uno en su contexto sujetos históricos relevantes.
Gandhi, hijo de un funcionario relativamente acomodado, emigró de su lugar natal tempranamente para estudiar abogacía en Londres. Aunque de un origen social muy diferente, proveniente del pobrísimo Nordeste brasileño, también Lula debió migrar, como millones de connacionales hacia el cinturón industrial paulista y adquirió destrezas metalúrgicas en una fábrica de autopartes.
Ambos comenzaron a desplegar una fuerte sensibilidad social en los primeros años de su práctica profesional. Gandhi, quien luego de una breve estadía en su país natal, se asentó en Sudáfrica y horrorizado por la discriminación que sufría la comunidad india, inició allí su lucha colectiva por la igualdad de derechos. Lucha en la que Lula destacó tempranamente en defensa de los derechos de los trabajadores en el sindicato de trabajadores de la industria metalúrgica.
Tanto Gandhi como Lula sufrieron la feroz represión del régimen establecido. Mientras el Mahatma y su pueblo sufrieron la violenta severidad del imperialismo inglés contra el movimiento descolonizador, el dirigente obrero desafió la feroz dictadura instalada en Brasil en 1964 organizando huelgas masivas, siendo ambos encarcelados por sus actividades.
Mientras a su regreso a la India, Gandhi comenzó su militancia activa en el Partido del Congreso, liderándolo a partir de 1920, Lula pasó a la acción política sumándose a la fundación del Partido de los Trabajadores en Febrero de 1980. En ambos casos en resistencia, de uno al persistente colonialismo inglés, del otro a la dictadura militar brasileña.
Tanto Lula como Gandhi propugnaron la masiva organización popular como respuesta a la violencia armada de los regímenes opresores.
A pesar de las disímiles ideologías de las que estaban impregnados, la igualdad de derechos, la disminución de las brechas entre clases y castas, la decidida acción contra el racismo, la afirmación de la soberanía nacional y una fuerte cuota de compasión por sus congéneres, fueron elementos motores en sus luchas.
Al tiempo que Lula y el PT organizarían en 1984 la masiva campaña Diretas Já!, exigiendo voto popular directo en las siguientes elecciones, Gandhi impulsaría la Satyagraha con métodos no violentos hasta lograr, tres décadas después de la finalización de la I guerra mundial, la emancipación nacional de la India. En Brasil, el éxito de la campaña por elecciones directas llegaría en 1989, luego de 29 años de impedimentos a la voluntad popular.
Luego de dos derrotas electorales, Luiz Inácio llegaría a la presidencia en 2003, aventajando – en una curiosa parábola histórica – a su actual candidato a vice, Geraldo Alckmin. El PT de Lula gobernaría Brasil durante 13 años, logrando importantes mejoras en la vida de millones de personas, siendo derrocada su sucesora constitucional, Dilma Rousseff por un golpe parlamentario en 2016.
Gandhi fracasaría en su pionera intención de una India unida, pacífica, tolerante y multiconfesional, viendo la expansión de la violencia religiosa y la secesión de Pakistán poco antes de ser asesinado en 1948. También cierto fracaso parcial se evidenciaría en el proceso progresista del gobierno de izquierdas en Brasil. La regresión volvería con la proscripción de Lula y el ascenso al poder político del ex capitán del ejército Bolsonaro, con quien se harían del poder nuevamente los uniformados, en una repetición de democracia tutelada por los militares, los principales grupos de poder y la corriente neopentecostal fundamentalista.
Futuribles
Mientras la India continúa gobernada por el nacionalismo integrista y derechista que cumplirá 10 años en la próxima elección de primer ministro en 2024, también el Brasil llega a esta elección exhibiendo como jefe de estado a un exponente retrógrado y violento, que aspira con su reelección a la reiteración del ciclo de enorme retroceso social.
En la India, un poderoso alzamiento campesino en 2020-2021, numerosas marchas de mujeres, una serie de huelgas nacionales de las centrales obreras y protestas contra el maltrato gubernamental hacia los creyentes musulmanes, lograron dar voz al clamor de amplios sectores del pueblo contrario a las políticas del gobierno y el parlamento. Sin embargo, el partido de Modi parece conservar todavía una fuerte dosis de apoyo, quizás debido al fuerte desprestigio y la carencia de liderazgo consistente en el otrora invencible Partido del Congreso.
En el Brasil, la escena se presenta favorable a un cambio de rumbo. Según la predicción de las principales consultoras, Lula aventaja en la intención de voto a su rival por alrededor de 10 puntos, estando muy cerca de conseguir la victoria en primera vuelta con más de la mitad de los votos válidos.
De confirmarse este resultado en el país sudamericano, esto significaría un gran alivio para los millones de brasileños azotados por el hambre, la desocupación, la discriminación y la violencia creciente.
En términos geopolíticos, la victoria de Lula hará que Brasil retome su lugar fundamental en el seno de Latinoamérica, fortalecerá el rumbo hacia la integración regional, al tiempo que reforzará la esencial posición del bloque BRICS como pilar del nuevo esquema de multilateralismo y multipolaridad a nivel mundial.
Es de esperarse entonces que la No Violencia pueda ser celebrada este 2 de Octubre con ese triunfo y marque la continuidad de una inflexión que ayude a dejar atrás la ola de irracionalismo conservador que hoy surca el planeta.
Pero más allá de la coyuntura, para que un Nuevo Humanismo se afirme en el horizonte vital de los pueblos, será menester una importante transformación interna en su seno, que coloque a la superación de toda forma de violencia social e individual como el paradigma principal de un nuevo tiempo.
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