Situaciones incómodas deben estar pasando algunos de nuestros dirigentes en estos días con el descubrimiento de la nueva cueva en La Araña, la que han denominado como de las Estegamitas, antes Maravilla Blanca, y que ha sido calificada como “única en el mundo”. Una muestra de ello lo refleja una noticia publicada hace unas semanas en El Español, titulada con este mensaje: Guerra de informes sobre la cueva de La Araña: «única» para UMA y CSIC, una entre 700 para la Junta. Una situación así no es nueva para Málaga, no al menos en su provincia. Hace ya bastantes años, en 2014, pudo leerse un titular parecido: Un informe de la Junta de Andalucía indigna a prestigiosos científicos. El contexto de esta noticia enraíza en una subvención otorgada por la Diputación Provincial al ayuntamiento de Júzcar, cuando entonces era reino pitufo, que permitió hacer unas obras en un manantial sin ninguna clase de permiso, ni autorización, ni valoración ambiental. La consecuencia catastrófica fue la desaparición de una especie nueva para la Ciencia antes de su descripción formal. La Junta de Andalucía, en ese momento, emitió un informe con datos de dudoso rigor, más propios de los que se encuentran en Wikipedia, y que permitió legalizar aquellas obras sin ninguna clase de reparación ambiental. Aquel insecto no ha vuelto a encontrarse en ese lugar desde entonces, perdiendo el pueblo el prestigio de tan notable hallazgo, pese a que presume (o presumía) de “respeto” al medio ambiente.
Una situación similar se vivió también unos kilómetros más abajo con una de las mal llamadas limpiezas de cauces, en el Río Genal, a su paso por el término de Gaucín, en los años 2010 y 2011. Mal llamadas porque no recogen la basura sino que consisten en introducir maquinaria pesada y eliminar toda la vegetación natural de ribera, que es un hábitat protegido. Este tipo de actuaciones requieren de un estudio medioambiental previo, más aún cuando se trata de un espacio protegido, como lo es la Red Natura 2000 en este caso. Sin embargo, y pese a carecer de cualquier clase de estudio ambiental, contaba con la autorización otorgada por la entonces Consejería de Medio Ambiente. Estas razones motivaron una denuncia a Europa, y ésta se limitó a pedir justificación al agente responsable, es decir, a la misma Junta de Andalucía, que presentó un informe tan falto de rigor que ignoraba completamente el funcionamiento de los ecosistemas fluviales y que era incapaz de reconocer ni una sola de las especies del lugar. Sin embargo, como un insulto a cualquier atisbo de inteligencia, Europa lo aceptó. A pesar de ello, durante 10 años no volvieron las máquinas al cauce y un frondoso bosque de ribera se recuperó en aquel lugar, hasta este mismo año, en el que han vuelto a meter las máquinas, evidenciando la fragilidad de estos ecosistemas y la impunidad con que se cometen estas actuaciones.
La capital, como buen reflejo de la provincia, no está exenta de toda clase de daños medioambientales y culturales con todas las bendiciones de las distintas administraciones. Desde los plátanos del Parque, talados allá por 2006, cuando el ayuntamiento encargó un informe a una empresa catalana que reconoció que la mayoría de aquellos árboles se podían salvar tras realizar un análisis minucioso con técnicas punteras. Como este resultado no le gustó al ayuntamiento, volvió a encargar otro informe a la Academia Malagueña de Ciencias que, sin realizar ningún análisis de este tipo, concluyó que aquellos árboles había que eliminarlos y sustituirlos por almeces, tal y como evidencia la realidad de todo aquél que se dé una vuelta por la zona.
Hasta el Arraijanal, donde se está “construyendo”, sobre la última playa sin urbanizar del municipio, una academia de fútbol en un proyecto fragmentado para eludir la evaluación de impacto ambiental. Tan sólo cuenta con un escueto informe que viene a decir que allí sólo hay “malas yerbas”, aunque algunos documentos científicos han revelado una importante flora litoral, que resiste al estado de abandono al que está sometido tanto por los dirigentes políticos como, también, por la sociedad malagueña. No obstante, muchos de los que despreciaron aquél lugar como “tierra de malas yerbas”, bien tendrían que haberse tragado sus propias palabras cuando “descubrieron” que sí había especies amenazadas, y desplegaron todo un dispositivo más mediático que real para su “rescate”. Claro, nunca lo reconocieron porque maquillaron el lugar como Guadalmar, para evitar mencionar El Arraijanal. Y tampoco “rescataron” todas las plantas, ni mucho menos todas las amenazadas, sino a una sola especie, por conveniencia, Muscari parviflorum, y evidenciando para el resto del mundo que este tipo de prácticas no conservan la biodiversidad y sí destruyen hábitats, como ha quedado plasmado por escrito.
Por concluir, hay muchas razones para desconfiar que se vaya a proteger la Cueva de las Estegamitas, a pesar de haberse lanzado un sesudo informe que la demuestra como única en el mundo, puesto que hay sobrada experiencia de que aquí, en Málaga, cualquier documento presentado por dirigentes políticos o altos cargos técnicos, por mediocre que sea, prevalece antes que cualquier estudio serio o artículo científico válidamente publicado.
Y para apoyar la protección de la cueva sigue siendo importante participar en esta recogida de firmas: