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jueves, noviembre 14, 2024

Amebas tecadas que actúan como ‘canarios mineros’ en la cueva Hundidero, en Málaga

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Las cuevas y sus habitantes siempre han sido un escenario fascinante de estudio para distintos investigadores. Disciplinas científicas como la espeleología, la topografía, la geología, la antropología, la paleoclimatología y también la biología nos han permitido averiguar qué sucedió en estos espacios millones de años atrás y ampliar nuestros conocimientos sobre la evolución de los seres humanos, de animales y otros organismos.

La cueva Hundidero, en el municipio de Montejaque, en plena Sierra de Grazalema de la provincia de Málaga, con sus más de cincuenta metros de altura y monumento natural de Andalucía, es un ejemplo de esa fascinación humana por este lugar sinuoso, situado en terrenos cársticos, con caprichosas formas y la existencia de una vida frágil y escondida que allí se cobija.

En la entrada de la cueva, con temperatura y humedad constantes, gracias a una tenue iluminación permite el desarrollo de unos auténticos jardines microbianos, las esteras cianobacterianas, en los que crecen múltiples y coloridas especies de bacterias fotosintéticas, según se revela en un estudio llevado a cabo por investigadores del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) que trabajan en el Real Jardín Botánico (RJB) de Madrid publicado en la revista European Journal of Protistology.

En estos “céspedes” de la cueva crecen también variedades tóxicas, como el género Symploca que secreta compuestos que impiden el asentamiento de los pocos organismos que se abrieron el paso hasta las paredes en las que viven. Sin embargo, el estudio desvela que hay habitantes en las esteras cianobacterianas, las amebas tecadas (Arcellinida), pequeños organismos unicelulares protegidos por un caparazón microscópico cuya forma permite identificar las especies, que sobreviven a Symploca.

La importancia de dos amebas en una zona afectada por la desertificación

“Durante el estudio hemos localizado dos nuevas especies del grupo de protistas o amebas lobosas con testa Arcellinida, Difflugia alhadiqa, del árabe ‘del jardín’, y llamada así en referencia al pasado andalusí y a las coloridas esteras en las que vive, y Heleopera baetica, de la antigua provincia romana de Baetis, ambas muy importantes porque pueden usarse como bioindicadores del cambio climático en una zona de nuestro país, el Sur, muy afectada por la desertificación como consecuencia de ese cambio climático global”, señala Carmen Soler-Zamora, una de las investigadoras del estudio.

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