Las divergencias geopolíticas entre Rusia y los países occidentales quedaron patentes esta semana durante las tres reuniones celebradas entre las partes en Europa, mientras la tensión sigue en aumento luego de que Ucrania fuese víctima de un ciberataque masivo y Moscú no descartara la posibilidad de un despliegue militar en Cuba y Venezuela si la OTAN desoye su rechazo a la adhesión de naciones exsoviéticas a la alianza.
La maratón diplomática pretendía rebajar las tensiones desatadas a fines de 2021 cuando Rusia comenzó a apostar a decenas de miles de tropas en su frontera con Ucrania, lo que motivó llamados de Estados Unidos y la OTAN a retirarlas por temor a una invasión rusa de ese país europeo.
Sin embargo, el Kremlin negó rotundamente esas intenciones y acusó a la alianza militar de desarrollar actividades hostiles cerca de su territorio y reclamó garantías para que no siga expandiéndose hacia sus fronteras.
Rusia rechaza cualquier nueva adhesión de los países del antiguo bloque soviético, especialmente Ucrania, al argumentar que la dejaría rodeada de enemigos y abriría la puerta a que la OTAN despliegue misiles que podrían llegar a Moscú en cuestión de minutos.
En ese contexto se iniciaron las conversaciones de esta semana, que dejaron en claro posiciones tan divergentes que hacen casi imposible imaginar una pronta solución a niveles de desconfianza con pocos precedentes desde la caída de la Unión Soviética y el fin de la Guerra Fría.
Todo comenzó el lunes en Ginebra en un encuentro de vicecancilleres de Estados Unidos y Rusia, acordado previamente entre los presidentes Vladimir Putin y Joe Biden, que no logró reducir la brecha entre las demandas de uno y otro lado, aunque dejó la puerta abierta a un diálogo futuro.
Moscú afirmó que no planea invadir Ucrania y Washington exhibió «acciones recíprocas que redundarían en los intereses de seguridad», en las dos ideas centrales que podrían resumir las conversaciones.
Mientras la subsecretaria de Estado norteamericana, Wendy Sherman, pidió a Moscú iniciar una «desescalada» con la retirada de sus soldados en la frontera con Ucrania, el vicecanciller ruso, Serguei Riabkov, reclamó a Washington y a la OTAN la garantía de que «nunca pero nunca» Kiev ingrese a la alianza.
Sin embargo, Sherman se mostró tajante y afirmó que «la política de puertas abiertas» de la OTAN continuará aplicándose pese a los pedidos de Moscú.
Una postura reivindicada dos días más tarde por la propia alianza militar en Bruselas durante la reunión del Consejo Rusia-Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), la primera desde 2019.
El diálogo expuso «un elevado número de desacuerdos en cuestiones fundamentales«, reveló el viceministro de Relaciones Exteriores y enviado del Kremlin, Alexander Grushko.
El cónclave permitió a los interesados discutir cara a cara las preocupaciones rusas sobre la seguridad en la zona de frontera, pero no parece haber abierto caminos concretos para desactivar la crisis en Ucrania.
En sintonía con Grushko, el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, había mencionado «diferencias significativas» en la discusión, y añadió que las mismas «no serán fáciles de salvar».
Algo similar sucedió el pasado jueves en la reunión en Viena del Consejo Permanente de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), uno de los pocos lugares de intercambio en el que participan tanto Estados Unidos como Rusia.
«No escuchamos de nuestros socios una respuesta adecuada o alguna reacción a nuestras propuestas, todo giró en torno a sus propias preocupaciones, al supuesto comportamiento agresivo de Rusia, especialmente en el contexto de los acontecimientos ucranianos», declaró el representante permanente ruso ante ese organismo, Alexander Lukashévich, según reportó la agencia de noticias Sputnik.
«Es cierto que nuestras posiciones están en las antípodas, pero eso no quiere decir que no podamos encontrar espacio de entendimiento», dijo, por su parte, el embajador de Estados Unidos ante la OSCE, Michael Carpenter, a la cadena de televisión independiente rusa Dozhd.
Pero la tensión volvió a dispararse horas más tarde cuando el vicecanciller ruso dijo en declaraciones televisadas que «no confirmaría ni excluiría» la posibilidad de que Rusia pueda enviar elementos militares a Cuba y Venezuela si las conversaciones fracasan y aumenta la presión de Estados Unidos sobre Rusia.
Un gesto que parece responder a la propuesta presentada en la víspera por senadores demócratas al Congreso estadounidense de imponer sanciones «paralizantes» a una docena de grandes bancos de Rusia y altos cargos del Gobierno, incluido Putin, en caso de una escalada de la situación en torno a Ucrania.
Un día más tarde, Kiev denunció un ciberataque masivo a sus sitios gubernamentales que no fue reivindicado aún, pero tanto el Gobierno ucraniano como sus aliados occidentales temen que pueda ser el prólogo de una acción militar rusa.
En consecuencia, la OTAN anunció que firmará un acuerdo de cooperación cibernética con Ucrania para reforzar sus defensas, mientras que la Unión Europea (UE) advirtió a Moscú sobre una respuesta robusta si la situación empeoraba.
Ucrania está en pie de guerra con Moscú desde 2014, cuando una revuelta popular -apoyada por Washington y Europa- derrocó al entonces presidente pro ruso y, ante la asunción de un Gobierno cercano a Bruselas, Rusia respondió invadiendo y anexando la península de Crimea.
Mientras Estados Unidos y la UE reaccionaban imponiendo sanciones a Moscú, grupos armados de separatistas pro rusos tomaron los Gobiernos de dos provincias orientales de Ucrania, fronterizas con Rusia, y pidieron ser anexadas por el país vecino.
Putin rechazó una nueva anexión, pero siempre apoyó políticamente a estas milicias y, según Washington y Europa, les transfirió armas y dinero para mantener vivo hasta el día de hoy ese conflicto.