En principio, podríamos pensar que la libertad consiste en hacer lo que queramos, pero, claro, ¿quién es el que hace o cree hacer lo que quiere? Es el ego, quien no puede ser libre, ya que está condicionado tanto subconsciente como conscientemente.
El ego no es libre ni puede serlo. A poco que meditemos y nos autoobservemos nos daremos cuenta de que estamos dirigidos por nuestras tendencias innatas y adquiridas, las cuales no percibimos normalmente, sin embargo, están ahí, viviendo nuestra vida, mientras nosotros reclamamos más libertad cuando no sabemos ni siquiera lo que es…
La libertad es vivir desde el Ser, no desde el ego. No obstante, primero hemos de llegar hasta él, lo que sucede cuando aprendemos en la meditación a desidentificarnos con el ego. Hay que trascenderlo y anclarnos en el Ser y, allí, darnos cuenta de qué es lo que queremos hacer, sin influencias ni apegos ni inclinaciones sino discerniendo y manifestando la voluntad del Ser, no del ego. ¡Eh ahí la clave! Solo esto será válido y positivo.
Libertad es decidir, elegir, pero como estamos mediatizados por nuestro ego, confundimos ambos: voluntad y ego; así, creyendo que actuamos y queremos alguna cosa o situación, perdemos nuestra libertad de acción por un ego que nos suplanta y nos confunde.
Hemos de autoanalizarnos y darnos cuenta de que al igual que nuestra genética influye en nuestra salud física y heredamos enfermedades de nuestros ancestros, igualmente nuestro carácter también está influido o heredado.
Libertad, por tanto, significa ser libres de nuestra mente, porque ego y mente son sinónimos. El Ser actúa sin mente, sus percepciones son como destellos, intuiciones, abstracciones. El Ser no piensa ni siente, SABE. Traspasemos la mente y actuemos desde el Ser.
¡Liberémonos de nuestro ADN psicológico y actuemos en verdad con libertad!