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miércoles, noviembre 27, 2024

Los genes y la contaminación del aire elevan el riesgo de depresión en personas sanas

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Una predisposición genética para la depresión combinada con la exposición a la contaminación del aire con un alto contenido de partículas eleva en gran medida el riesgo de que las personas sanas experimenten ese trastorno emocional.

Ésta es la conclusión de un estudio único en su tipo realizado por neurocientíficos del Instituto Lieber para el Desarrollo del Cerebro Humano, de la Universidad Johns Hopkins (Estados Unidos), y la Universidad de Pekín (China), y publicado este lunes en la revista ‘Proceedings of the National Academy of Sciences’.

El trabajo sintetiza datos científicos sobre la contaminación del aire, la neuroimagen, la expresión génica cerebral y datos adicionales recopilados de un consorcio genético internacional de más de 40 países. «La conclusión de este estudio es que la contaminación del aire no sólo afecta al cambio climático, sino que también afecta la forma en que funciona su cerebro», apunta Daniel R. Weinberger, director ejecutivo del Instituto Lieber y coautor de la investigación.

Weinberger añade que “los efectos sobre la responsabilidad por la depresión pueden ser sólo la punta del iceberg en lo que respecta a la salud del cerebro”. “El mayor desafío en la medicina actual es una comprensión más profunda de cómo los genes y el medio ambiente interactúan entre sí. Este estudio arroja luz brillante sobre cómo sucede esto», añade.

Hao Yang Tan, del Instituto Lieber, subraya que “el mensaje clave de este estudio, que no se ha demostrado antes, es que la contaminación del aire está afectando a importantes circuitos cognitivos y emocionales del cerebro al cambiar la expresión de genes que conducen a la depresión”. «Más personas en áreas de alta contaminación se deprimirán porque sus genes y la contaminación en su entorno exageran los efectos individuales de cada uno», añade.

Según los investigadores, todas las personas tienen una cierta propensión a desarrollar depresión, pero algunas tienen un mayor riesgo escrito en sus genes. Esta predisposición no significa que alguien desarrolle depresión, pero eleva el riesgo por encima de la población media. El estudio muestra que la depresión es mucho más probable que se desarrolle en humanos sanos que tienen estos genes clave y que viven en entornos con altos niveles de partículas en el aire.

«Nuestros resultados son los primeros en mostrar un vínculo neurológico directo entre la contaminación del aire y cómo funciona el cerebro en el procesamiento de la información emocional y cognitiva y en el riesgo de depresión», recalca Zhi Li, investigador en el Instituto Lieber y autor principal del estudio, que añade: «Lo que es más intrigante es que los dos factores están vinculados de tal manera que tienen un efecto multiplicador en el riesgo de depresión. Es decir, juntos, los genes de riesgo y el mal aire, aumentan el riesgo de depresión mucho más que cualquiera de los dos factores de forma aislada».

Los circuitos cerebrales involucrados en los efectos del riesgo genético y la contaminación del aire controlan una amplia gama de razonamientos importantes, resolución de problemas y funciones emocionales, lo que sugiere efectos cerebrales potencialmente generalizados de la contaminación del aire.

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