Este lunes 8 de noviembre se cumplieron dos años de libertad del ex presidente de Brasil Luiz Inácio Lula da Silva, condenado por el juez Sergio Moro en un procedimiento que más tarde fuera anulado por el Supremo Tribunal Federal de ese país. La condena a Lula allanó el camino para que el ultraderechista Jair Messias Bolsonaro se haga con la presidencia de Brasil en una elección en la que Lula estaba inhabilitado.
La detención y proscripción de Lula fue parte central de un entramado que se había originado antes, con el impeachment sin crimen de responsabilidad contra la entonces presidenta Dilma Rousseff. Es imposible pensar en ese golpe parlamentario express, tal como se lo catalogó por la ausencia de material probatorio para eyectar a Rousseff de Planalto, sin dar cuenta de que significaba apenas el primer paso en una estrategia claramente delimitada, que buscaba finalizar la experiencia petista en el gobierno.
Se dijo y vale la pena repetirlo: Lula aceptó la injusta condena. No se exilió. No se refugió en Embajadas, aún cuando tenía numerosas ofertas para hacerlo. Juntó a la militancia en el Sindicato de Metalúrgicos del ABC paulista, allí donde inició su carrera sindical, y transmitió tranquilidad a los suyos. “Yo voy la cabeza erguida. Voy a probar mi inocencia” dijo mientras la multitud coreaba el clásico “Lula guerrero, del pueblo brasileño”. Era abril de 2018. Muchos pronosticaban que Lula pasaría larguísimas temporadas en esa prisión: a fin de cuentas la larga condena e inhabilitación para ejercer cargos públicos fungía también como una especie de “muerte política” para el pernambucano.
En abril de 2019, exactamente un año después de su ingreso al edificio de la Superintendencia de la Policía Federal de Curitiba, Lula brindó su primera entrevista en la prisión. Fue a El País (España) y Folha de Sao Paulo (Brasil). “Podré seguir preso 100 años, pero no cambiaré mi dignidad por mi libertad. Quiero probar que todo es una farsa. Tengo una obsesión, pero no siento odio, no guardo rencor porque, a mi edad, cuando uno siente odio se muere antes”. Había allí varias ideas en simultáneo: el no entregar convicciones, la búsqueda de lograr una efectiva justicia y, lo más importante, la necesidad de sobrevivir. Porque es precisamente esta condición -la supervivencia- la que permite la posibilidad a futuro.