Siempre que se produce un incendio ocurre lo mismo, toda una marea humana se vuelca sobre las zonas quemadas para su reforestación, a veces, como ha sucedido con el incendio de Sierra Bermeja, mucho antes de que quede controlado. Es digno de admiración este sentimiento de solidaridad pero las razones por las que la sociedad actual ha olvidado la dinámica natural es algo que merecería estudiarse. Ciertamente, el monte mediterráneo está perfectamente adaptado al fuego y tiene la capacidad de regenerarse después de una catástrofe como un incendio, ya sea a partir de semillas (como los pinos), o ya sea por rebrotes de las partes subterráneas (como las quercíneas) o, incluso, de brotes en partes aéreas que tienen una cubierta aislante frente al fuego (el alcornoque). No hay peor acción que se pueda realizar en un ecosistema mediterráneo que reforestarlo después de un incendio, porque puede dañar todo este proceso de regeneración que es mucho más eficiente que lo que nosotros, como humanos, podamos hacer. Efectivamente, un brote del primer año de una encina quemada puede alcanzar 1 metro de altura ya que cuenta con todas las reservas acumuladas en la raíz de lo que era un árbol mucho más grande, está perfectamente enraizada en el terreno, en simbiosis con hongos y otros microorganismos del suelo (micorrizas y rizosfera), lo que supone una ventaja considerable frente a cualquier planta que queramos introducir. Ni qué decir tiene mencionar los peligros de introducir plantas de vivero o de otros lugares que puedan contaminar genéticamente la población original (lo que supone una pérdida de biodiversidad), llevar plagas y enfermedades, o crear combinaciones artificiales y caprichosas de especies que nada tienen que ver con los bosques autóctonos (la originalidad de un bosque radica en su naturalidad). Sin olvidar el daño a la biodiversidad que se puede ocasionar cuando se plantan árboles en un ambiente no forestal pero en el que se encontraban especies endémicas y/o amenazadas, pudiendo llevar a la desaparición de tales especies.
Y, pese al sobrado conocimiento existente sobre la capacidad de regeneración del monte después del fuego y que es mucho más efectivo que por medios humanos (si hubiera que reforestar las miles de hectáreas calcinadas en los grandes incendios nos llevaría décadas acometerlo), lo cierto es que está instalado en el imaginario colectivo la idea de que el bosque no puede regenerarse. El problema no es el daño puntual que puedan ocasionar una asociación o un pequeño grupo de personas (que, hay que insistir, producen daño pese a su buena intención) sino cuando este discurso es asumido por políticos e instituciones, creando un círculo vicioso que se retroalimenta entre sociedad y clase política, y que es difícil de romper. Y la situación se vuelve realmente alarmante cuando se destinan partidas presupuestarias públicas para reforestación, puesto que la superficie a intervenir es considerablemente mayor. A esto se viene a sumar otros trabajos forestales que buscan facilitar las labores de ingeniería y que conllevan la introducción de maquinaria para hacer abancalamientos tanto para reforestar como para extraer la madera quemada, y que destruyen completamente el suelo en un momento en el que el ecosistema se encuentra más vulnerable.
Sierra Bermeja no ha podido pasar desapercibida de este interés por reforestar puesto que, no en vano, ha sufrido uno de los incendios de mayor intensidad, habiéndose calificado como el primer incendio de sexta generación de España. Al margen de los motivos de este incendio (para el que todo el mundo ha querido dar su opinión sin conocer la singularidad de esta sierra), antes de que quedara controlado, tanto la sociedad como las instituciones, ya estaban hablando de reforestación. Sin embargo, hay que reconocer que una campaña muy bien orquestada, por parte de Ecologistas en Acción y de la Plataforma Sierra Bermeja Parque Nacional, ha contenido en buena medida este ímpetu intervencionista hasta el punto de que la Junta de Andalucía ya no habla de reforestación en Sierra Bermeja sino de recuperación y restauración ambiental (habrá que ver en qué se traduce). A lo mismo alude la Diputación Provincial de Málaga, que no ha tardado en anunciar 8 millones de euros para la recuperación ambiental y económica de la zona. Sin embargo, hay motivos para recelar de este organismo provincial puesto que ya tiene antecedentes de provocar graves daños a la conservación de la biodiversidad en el Valle del Genal, destacando los casos de Júzcar y Genalguacil. El caso más preocupante es quizá el del alcalde de Estepona, que no ocultó su satisfacción por que no se hayan afectado los campos de golf ni otros focos de producción importantes asociados al turismo, y que ha abierto una cuenta bancaria para recaudar fondos, sugiriendo incluso la posibilidad de abancalar el terreno para reforestar, una acción que habría que evitar a cualquier precio. A recaudar fondos se han sumado muchas iniciativas y organizaciones, como la de los equipos Unicaja Baloncesto y Málaga C. F., conciertos como el de Celia Moya, Gisela Hidalgo o José Manuel Soto, obras de teatro como el de La Extraña Pareja o, incluso, cofradías como la del Sepulcro. Y es que cuando hay dinero de por medio, la actuación parece inevitable. Pero no es malo que se destine dinero a territorios que han sufrido catástrofes como los incendios forestales, sino que el problema radica en cómo se use ese dinero. Para el caso de Sierra Bermeja, qué duda cabe que lo prioritario son las fincas afectadas y los daños a las infraestructuras. Y en cuanto a la recuperación medioambiental, los esfuerzos deben enfocarse más en el cuidado y no tanto en la reforestación, vigilando encarecidamente que no se introduzcan pinsapos de fuera de Los Reales, puesto que es la población más aislada geográfica y genéticamente, y de no respetarse podría desaparecer todo este patrimonio genético importante para la conservación de la biodiversidad. Y continuando con el cuidado, el cuidado del suelo, sería muy conveniente abrir en otro momento la discusión sobre la extendida obsesión por retirar la madera quemada.