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domingo, noviembre 24, 2024

La eutanasia

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Conocemos por la mitología griega que Artemisa es la diosa de la muerte natural y Tánatos el encargado de transportar a los muertos al Hades o inframundo, y posiblemente por ello Tánatos ha quedado asociado a la muerte como parte esencial de su paso desde la vida.

DEFINICIÓN.-

La eutanasia significa pues la muerte natural, en el sentido de conformidad con ella, como parte de la misma vida, formando la base esencial del “ars moriendi”, es decir, el arte de morir.

Es indudable que a todos nos gustaría morir de una forma consciente, digna y feliz, despidiéndonos con una completa conformidad de nuestros seres queridos y con todos nuestros asuntos arreglados. Es lo que significa “eutanasia”, una buena muerte, el equivalente al religioso “requiescat-in-pace” o descansar en paz.

EVOLUCION DE LA IDEA DE LA MUERTE.-

Los avances conseguidos en el progreso de las ciencias de la salud, están dando lugar a una nueva valoración del principio y del final de la vida que involucra en mayor grado las decisiones individuales

La concepción y la contracepción de la vida depende ahora mucho más de la responsabilidad de los progenitores que de la inevitabilidad de un acto irresponsable. De la misma forma estos mismos avances retrasan constantemente el momento final de la vida y pone en manos de una decisión individual y responsable el momento y la forma de decidir el tránsito a la muerte. Hace 1000 años la esperanza de vida alcanzaba como máximo a cuatro décadas y ahora estamos aproximándonos a alcanzar el siglo de existencia.

No todas nuestras estructuras orgánicas envejecen o degeneran por igual, pero sí estamos en condiciones de prever el deterioro y el alcance de las limitaciones conscientes no compatibles con el concepto que tenemos de la vida, basado esencialmente en el mantenimiento de nuestra capacidad cerebral de mantener nuestras aptitudes cognitivas, y cuya merma o desaparición está en nuestra mano prever.

LA DIMENSIÓN RELIGIOSA DE LA MUERTE

Para los profundamente religiosos, creyentes en la existencia de otra vida en el más allá, incluso en la posibilidad de una vida eterna, el tránsito a la muerte tiene un significado diferente. Es la esperanza de acceder a una vida mejor, a una felicidad eterna en el cielo y supone por tanto el abandono o liberación de los problemas terrenales y su molesta carga. En definitiva acrecentaría el deseo de morir en un tránsito feliz y confiado.

La Iglesia aceptó, e incluso bendijo, la auto-privación de la vida como un acto heroico de entrega, en aquellos cristianos que lo prefirieron antes que poner en peligro su fe. Pero La Biblia tan sólo condena el suicidio de Judas Iscariote, y a su través ha convertido todo suicidio en una traición a la fe cristiana, pero el resto de los que se refieren en la extensa obra son vistos con indulgencia, como puede comprobarse en los curiosos casos de Abimelec, Saúl y Sansón.

HACIA UNA MUERTE DIGNA

Lo inevitable desde cualquier punto de vista es la existencia de la muerte y la necesidad de organizarla en la medida de nuestras mejores posibilidades.

La medicina paliativa se encarga de mitigar los dolores y padecimientos de los que no tienen recuperación posible y supone por tanto un esfuerzo por suavizar los padecimientos finales. Su actuación alcanza cada vez a más pacientes y debiera alcanzarlos a todos, pacientes y no pacientes, porque todos tenemos derecho a una muerte indolora o lo menos dolorosa posible, concepto que no debe de entrar en competencia ni enfrentarse a la eutanasia.

Los deseos de morir pueden justificarse en aquellos pacientes que ya no desean seguir un tratamiento sin fin, que no desean prolongar sus sufrimientos ni sus dolores insoportables, e incluso a aquellos que no desean seguir viviendo aunque no padezcan ningún dolor, ni ninguna enfermedad simplemente porque son mayores y dan por terminado su ciclo vital. Todas ellas son motivaciones que plantean la posibilidad o necesidad de una muerte que debe de ser digna, feliz e indolora, y a ninguna persona se le debe privar de su derecho a morir dignamente.

Desde este punto de vista todos tenemos el derecho a disponer en todo momento del control sobre nuestra propia muerte, conociendo y entendiendo lo que debemos esperar de este acto, asegurándonos de su dignidad y privacidad. Asiendo la posibilidad de elegir el lugar adecuado con todas las informaciones necesarias y previendo los deseos que deben de respetarse, así como a decidir quién queremos que nos acompañe en nuestros últimos instantes.

Derecho a tener una correcta asistencia médica con un buen tratamiento del dolor y de cualquier otro síntoma. Y, por supuesto, derecho a disponer del apoyo espiritual y material precisos. Y, por último, a tener tiempo para despedirnos, o sea, a morirnos en el momento oportuno sin prolongaciones absurdas.

LA ÉTICA MÉDICA

La salud del enfermo es la norma suprema del médico y, en su defecto, su bienestar su primera preocupación. El paciente debe de ser entendido como persona, es decir, un conjunto de un ente físico y espiritual. El inválido como enfermo, enfermo grave, enfermo terminal, irrecuperable, sigue siendo una persona y tiene derecho a una asistencia médica en su muerte y el médico debe de ayudarlo a tener una muerte digna, una muerte plácida e indolora.

Todo ser humano debe de ser tratado humanamente y no debe de ser sometido a ningún tipo de tortura o violencia encarnizada aunque esta sea de carácter terapéutico. Y esto es válido tanto en una coyuntura religiosa como sin ella. El paciente tiene derecho a una orientación y asistencia en su muerte por su médico.

La eutanasia, o ayuda a morir, es un acto médico más, que, pasivo o activo, representa una última ayuda con la que el médico trata de beneficiar a su paciente.

RESPONSABILIDAD EN LA MUERTE

En cualquier caso la muerte, lo mismo que la vida, son una responsabilidad del ser humano. Toda persona tiene derecho de autodeterminación, a justificar y defender en la etapa postrera de su vida sus designios sobre su muerte. Y esta etapa postrera es hoy perfectamente identificable, tan reconocible como lo es la vida, algo que ya no podemos considerar ni como un misterio, ni una suerte, ni una casualidad.

En los casos en los que el paciente no pueda expresar claramente esta voluntad, debe de recurrirse a consultar los testamentos vitales o últimas voluntades, expresadas previamente, que debieran ser reconocidos como jurídicamente vinculantes.

De esta forma la organización de la muerte, se convierte en un interés de la persona, es decir, en un derecho que nos lleva a una eutanasia organizada y a la postre a la consideración de una eutanasia liberalizada.

Recordemos a este respecto el consejo de un oráculo de la edificación moral, e incluso cristiana, del siglo I de nuestra era:

“Lo importante no es vivir,

sino vivir bien.

Por eso la gente responsable,

vive lo que debe,

no todo lo que puede”

(Lucio Anneo Séneca)

 

Jesús Lobillo Ríos

Presidente del Ateneo Libre de Benalmádena

“benaltertulias.blogspot.com”

 

Bibliografía.-Hans Küng. “Una muerte feliz”. Edit. Trotta, 2016

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