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El color púrpura

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Rosa M. Ballesteros García

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El púrpura es el color más escaso en la naturaleza y su obtención, muy difícil[1], hizo que su valor se disparase hasta el punto que su valor superar al del oro. En principio, los moluscos (Murex) de los que se extraía este precioso tinte (una mezcla de azul y rojo que genera una diversa gama que oscila entre el morado y el lila) fueron utilizados por los cretenses, si bien quienes realmente “internacionalizaron” el producto fueron los fenicios.

Los tejidos, teñidos de este color tan exclusivo, fueron en principio utilizados, es obvio, por la realeza (Ciro el Grande, Alejandro Magno o los faraones egipcios) y posteriormente por los romanos en sus togas color púrpura. Por otro lado, su uso no era solo prohibitivo por el precio, sino que también en ocasiones se limitó por Ley, de forma que hacia los siglos III-IV solamente el emperador podía llevarlo: una capa púrpura con hilo de oro.

En otro orden de cosas, aprovechamos la ocasión para introducir un inciso que nos lleva a repensar el abuso que hacemos con demasiada frecuencia de lo que la naturaleza nos ofrece. Esto viene de muy antiguo y en el caso que nos ocupa: la esquilmación de las fuentes naturales libanesas obligaron a los espabilados fenicios a buscar nuevos centros productivos, tanto en el norte de África como en el sur peninsular: el granadino Almuñecar o el emplazamiento malagueño de Toscanos (Vélez-Málaga) entre otros. Baste decir que para teñir una prenda hacían falta centenares de miles de estos pequeños moluscos. No es de extrañar, pues, que este color exclusivo fue desde tiempos antiguos asociado a la realeza, ya lo hemos adelantado, y también al prestigio y la sacralidad: soberanos, papas y las élites del poder se apropiaron de su uso hasta el punto que su color dio nombre a una dinastía real bizantina: la Porfirogeneta. Las emperatrices esa dinastía daban a luz en una cámara especial donde las colchas eran púrpura claro y el color de paredes y suelo eran de pórfido (roca púrpura oscuro). También reinas como Isabel de Inglaterra o Catalina de Rusia lo reservaron para su uso y la Curia Romana adoptó el púrpura de Tiro para las vestimentas del Papa y los cardenales convirtiéndose en el color litúrgico de la cuaresma y el adviento hasta la toma turca de Constantinopla (1453). También era color de culto en otras culturas, como la preincaica, la maya, la china o la japonesa, donde tenía una simbología real con valores de prestigio y virtud. Y su culto se siguió extendiendo hasta la Europa del siglo XIX, la llamada “Década Malva”, cuando el químico inglés William Perkin descubre el primer tinte sintético de la historia[2], facilitando su producción industrial. Fue una locura, permítanme, teñida de malva, entre la aristocracia europea, especialmente en la corte inglesa. En 1858, la reina Victoria asistió vestida de malva a la boda de su hija Victoria de Prusia. Y el color malva se encontraba también entre el vestuario de la emperatriz Eugenia de Montijo, nacida en Granada[3], y casada con Napoleón III.

Y el color simbólico púrpura aún lo podemos rastrear en títulos de películas, como el drama dirigido por Steven Spielberg (El color púrpura, 1985) asociando ese color morado a un simbolismo muy significativo: al cambio y la transformación que experimenta Celie (Whoopy Goldberg), donde el color morado adquiere el significado de independencia. La protagonista, una chica afroamericana, después de obtener su independencia de los hombres y su felicidad, pinta su cuarto de morado. Y con hilo púrpura, aunque esto nos retrotraiga a la mitología griega, la desgraciada Filomela tejió en su solitaria prisión sobre un lienzo blanco la triste historia de su vida.

Finalmente, el color morado o violeta, como símbolo de representación de una idea, ha sido catalizado por el movimiento feminista para transmitir el conocimiento trascendente y para hacer perdurables las ideas que lo sustentan. Los símbolos, en este caso el color morado o violeta, son seleccionados por este movimiento social con el fin de transmitir determinadas ideas y ayudar a crear una sensación de orden, continuidad y compromiso. Como parte de la mitología del feminismo, el color morado o violeta ocupa buena parte de los comienzos de este movimiento, si bien en sus primeras manifestaciones se combinó con el blanco y el verde cuando en 1903 la Women’s Social and Political Union (WSPU), liderada por Emmeline Pankhurst, inició la lucha feminista con esos tres colores: el morado, el blanco y el verde. El primero, como el color de los soberanos, simboliza la sangre real que corre por las venas de cada sufragista, su conciencia de libertad y dignidad; el blanco simboliza la honradez en las vidas privada y política, y el verde simboliza la esperanza por un nuevo comienzo.

Sin embargo, se ha generalizado el color morado o malva para representar al feminismo. Hay varias teorías al respecto del porqué se utiliza este color. Una de las teorías más generalizadas se asocia al gran incendio de 1911, ocurrido en la fábrica textil Triangle Waist Co., en Nueva York, donde trabajaban en pésimas condiciones cientos de obreras en jornadas semanales de 52 horas y donde se cerraban las puertas cuando comenzaban las jornadas. Nunca se aclaró la causa del incendio, pero lo cierto es que murieron cientos de obreras y, según algunas fuentes, el humo que salía por la combustión de las telas era de color morado. Otra teoría, más simplista, se asocia con la mezcla de los colores rosa y azul que se asocian, a su vez, respectivamente, a los dos géneros.

Lo que no es una teoría, sino una certeza es que, por primera vez, el 28 de febrero de 1909, a instancia de las mujeres socialistas, se celebró en Nueva York el Día Nacional de la Mujer en conmemoración de las trabajadoras textiles fallecidas en la huelga de 1908. Para la ocasión se utilizaron los colores morados, violetas o púrpura como símbolo de protesta. En la II Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas de 1910 en Copenhague, Clara Zetkin propuso el 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer.

Por otra parte, otra de las cuestiones que podíamos proponer, referente a los símbolos o mitos, es la manipulación o el uso, a veces interesado, a veces por la ignorancia de la historia de los mismos. Dos ejemplos: la utilización del morado en la guerra de los comuneros contra Carlos V, o la manoseada cruz esvástica que se apropiaron los nazis cuando esta era un símbolo de veneración del sol (como fuerza natural y principio de vida) cuyo origen se hunde en la prehistoria. Pero esta es otra historia.

EL ATENEO LIBRE DE BENALMADENA

“benaltertulias.blogspot.com”

            

[1] La extracción del color púrpura se hacía a través de las secreciones de caracoles marinos. Los orígenes se sitúan en Creta unos 2.000 años a.C.

[2]Realmente fue un error de laboratorio, porque lo que se estaba investigando era una alternativa sintética a la quinina, que era muy cara. Tras varios intentos fallidos, decidió partir de un compuesto conocido como anilina. En lugar de hallar la solución, se encontró con una especie de polvillo morado que había teñido el tubo de ensayo. De este modo nació el primer tinte sintético de la historia.

[3] Su abuelo materno fue un escocés llamado William KirkPatrick que fue cónsul de los EE.UU. en Málaga. Su padre, Cipriano Portocarrero, Grande de España y militar, liberal, masón y afrancesado.

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