CÓMO ME CONOCÍ A DIOS
Ciertamente fue así:
Primero, adquirí el hábito de meditar en silencio, sin música ni sonido de ningún
tipo, porque así aprendí a escucharme a mí mismo, a mi propia mente y a lo
demás. Desarrollé la clariaudiencia porque todo aquel que escucha lo voz de su
alma ha desarrollado esta facultad.
Después, meditando dos horas como mínimo al día, una de las veces entré en
Samadhi o estado de absorción con la totalidad, donde se percibe la unidad y al
sí mismo fuera del cuerpo y la mente, sin ataduras ni unión a ellos. En este
estado se vive ananda o la auténtica y real felicidad, que se halla en lo real y no
en lo fenoménico.
Más tarde, meditando reflexivamente sobre lo vivido, observé que hay algo o
alguien más allá del que tiene consciencia, o sea, que existe el que tiene
consciencia del consciente y esta es la clave: este es el Creador, el que está al
final, el que todo lo ve, quieto e inamovible, el inmutable, Dios. Y para mi
perplejidad este Dios soy yo mismo, el que está más allá del ego (cuerpo y
mente) y más allá del Ser. Es Dios, la energía primaria, la esencia de todo, las
completas potencialidades que todos somos.
En conclusión, no busquéis a Dios fuera sino dentro de vosotros mismos. Sois
Dios y lo experimentaréis a través de la meditación. Es maravilloso cuando
tomáis esta consciencia y percibís a Dios mismo, a vosotros mismos, como la
energía sin forma capaz de todo. La vacuidad, la energía suprema que todo lo
conforma y todo lo puede, sin límites, vosotros mismos. Todos somos uno, el
mismo, lo mismo, la Totalidad, la frescura cósmica, la felicidad suprema:
ananda.
Rafael García Estévez
28 junio de 2021