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lunes, diciembre 23, 2024

Recordando la «Época dorada» de la radio en España.

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De entrada, puede sonar extraño que la «época dorada» de la radio se asocie a la España en blanco y negro de la posguerra (la década de los años 40-50) aunque es muy explicable, si tenemos en cuenta que la radio fue la única fuente de expansión lúdica de las familias. La realidad social no daba para más, y esta paradoja se prolongaría hasta bien entrada la década siguiente, cuando su reinado ―el de la radio―, se vio relevado por la televisión, que comenzó a emitirse oficialmente en 1956, eso sí, solamente para unos 600 televisores madrileños. Una década después se convertiría en la principal opción de ocio.

Durante esta época dorada (las primeras emisiones de radio en España se produjeron en Radio Ibérica de Madrid, a finales de 1923), hasta mediados de los años 50, las familias escuchaban cuplés, pasodobles, serenatas, boleros, música de orfeón y tunas, música regional o folclórica, y también clásica y zarzuela. Géneros como la copla, el flamenco y la música folklórica se convirtieron en nuestra seña de identidad, tanto para consumo interno como para los cientos de miles de emigrantes desplegados por toda EuropaLa radio y la mesa camilla familiar (con brasero incluido) es un binomio de referencia para muchos de nosotros, los más veteranos. Tras la victoria franquista, en 1940 la Unión Radio republicana se reconvirtió en la Sociedad Española de Radiodifusión (SER), presidida por Antonio Garrigues Díaz-Cañabate (padre del abogado y político Antonio Garrigues Walker). Como responsable de programación se incorporó en 1942 Manuel Aznar Acedo (padre del expresidente José M. Aznar).

Por otro lado, no está demás detenernos un momento sobre lo que supuso la radio por su capacidad de audiencia. Finalizada la guerra, el nuevo régimen tenía muy claro que era un medio muy poderoso para llegar a la población, una población con alto grado de analfabetismo y mayoritariamente rural (se decía que la radio “había ganado batallas”). Abundando en ello reproducimos literalmente una de las circulares dirigida a las autoridades provinciales, sacada de un artículo de los profesores Salvador Gómez y José Cabeza, publicado en 2013: “Con objeto de estudiar el alcance de la propaganda radiada, te ruego que de acuerdo con el director de la emisora de esa capital, procedas a realizar una lista de propietarios de aparatos receptores de toda la provincia”. Lo que venía a decir, en otras palabras, que estaba claro que, ya que “no se podían controlar las ondas”, se intentaría controlar a los que navegaban por ellas.

Todos los que tuvimos la suerte de poder escuchar la radio (ya fuera propia o de cualquier amigo o vecino) recordamos las sintonías musicales que acompañaban a nuestras madres mientras trajinaban en las tareas de la casa; los discos dedicados; el llamado “el parte” (diario hablado de RNE) que nos acompañaba durante las comidas y las cenas, los seriales que amenizaban las sobremesas: “Ama Rosa”, “Lo que nunca muere” o los programas infantiles de la tarde, como “Diego Valor” (1953-1958), personaje inspirado en la serie de cómic inglesa Dan Dare, con Pedro Pablo Ayuso como protagonista, que la gente menuda escuchábamos con embeleso mientras dábamos cuenta del pan y chocolate (de algarrobas), aunque las más de las veces había que contentarse con un sobrio pan con aceite.

Otro de los espacios off the record (por el horario) que escuchábamos el mismo público era el serial costumbrista “Matilde, Perico y Periquín” (1955-1971), patrocinado por Cola Cao. Sus intérpretes, Matilde Conesa (Matilde), Matilde Vilariño (Periquín) y Pedro Pablo Ayuso (Perico), con Carmen Martínez, Agustín Ibáñez y Juana Ginzo, actriz de gloriosos 98 años (de quien recomiendo sus memorias: La pasión de vivir con un montón de años), casada con un gran periodista, Luis Rodríguez Olivares, quien vivió en primera persona la censura de la época. En una de las entrevistas decía textualmente: “Nos estaba prohibida las información nacional e internacional, económica, laboral, etc. Nuestro campo se reducía a lo que se conoce como sociedad, deportes, espectáculos y ciertas cuestiones municipales, nada que tuviera que ver con política”.

Ya por la noche, tras la cena, entre las 10.30 (que finalizaba “el parte”) y pasada la media noche, se escuchaban programas misceláneos (y larguísimos) de variedades y espectáculo como “Cabalgata fin de semana”, conducido por el locutor chileno Bobby Deglané desde 1951, acompañado por María Ángeles Herranz, locutora y actriz de doblaje. Tras la marcha de Deglané se hizo cargo José Luis Pécker. En este programa se estrenaron, entre otros, el meteorólogo Mariano Medina (“El hombre del tiempo”) o los humoristas “Tip y Top” (Luis Sánchez Polack y Joaquín Portillo). Otro de los programas en esta franja horaria fue “Ustedes son formidables”, de muy distinta factura que el anterior, que se iniciaba con la sinfonía del Nuevo Mundo de Dvořák, basado en un formato que Alberto Oliveras se trajo de París, que se mantuvo en audiencia entre 1960 y 1977. El objetivo del programa, con fines solidarios, apelaba a la solidaridad ciudadana. En su primera emisión se recaudaron 80.000 pesetas para ayudar a un grupo de mujeres que habían organizado un festival de música para financiar una guardería infantil.

Por otro lado, es necesario puntualizar que la radio en los años 40 no estuvo exenta de dificultades para popularizarse, es decir, para llegar a mucha gente. Problemas internos y externos lo propiciaban: la repercusión de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) y sus lógicos problemas de importación, altos costes y especialmente el afán fiscalizador impidieron que su uso se expandiera. A todo ello se sumaban los cortes de suministros, las transmisiones de baja calidad, etc. Lo que sí se puede decir es que durante la década de los 50 quienes mayoritariamente escuchaban la radio, mañana y tarde, eran las mujeres. Entre 1955 y 1960 se popularizó su implantación de forma general como “electrodoméstico del ocio”, si bien este aumento de audiencias tuvo su reverso negativo. A los dirigentes del Régimen se les complicó la cosa, y por ello se emplearon en una programación cargada de intentos de persuasión ideológica, tanto en el entretenimiento como en la práctica de su monopolio de la información. Y aquí un inciso para recordar a la famosa “Pirinaica” que, aún a riesgo de ser descubiertos, muchos ciudadanos (“no adictos”) escuchaban en privado, a pesar de las interferencias y ruidos intencionados, con las noticias que llegaban del extranjero.

Finalmente, tampoco queremos dejar de citar a uno de los humoristas que se convirtió en un hito de la radio en España. Se llamaba Pepe Iglesias, más conocido como “el Zorro” (“Yo soy el zorro, zorro, zorrito, para mayores y pequeñitos…”), un actor argentino, hijo de emigrantes españoles, que comenzó sus actuaciones en 1952 y que tenía una capacidad extraordinaria para interpretar distintas voces. A todo este entretenimiento se le sumaba las retransmisiones deportivas como “Carrusel Deportivo”, dirigido por Vicente Marco, para mayor esparcimiento de aficionados al fútbol y al boxeo, y concursos, muchos concursos, como “El Bazar de las sorpresas”, “Ustedes lo saben, pero ellos no”, “Busque, corra y… llegue usted primero”, “Su canción favorita” o “Avecrem llama a su puerta”.

Son unas pocas pinceladas que nos retrotraen a unos años y unos recuerdos que forman parte de nuestra memoria individual y también colectiva. Son, en definitiva, parte de nuestra cultura, rescatadas de esa memoria como forma de mantener vivos hitos y nombres que formaron parte de nuestra historia, en unos años en que la única evasión lúdica (y relativamente barata) con la que contaba la mayoría de la población era la voz de las ondas.

AUTORA: Rosa Ballesteros García, Ateneo Libre de Benalmádena

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