El estudio, publicado este martes en la revista ‘BMJ Global Health‘, fue elaborado por Diego Alburez-Gutiérrez, del Instituto Max Planck de Investigación Demográfica (Alemania); Emily Smith-Greenaway, de la Universidad de Los Ángeles (Estados Unidos), y otros coautores.
«Ofrecemos las primeras estimaciones globales del número acumulado de muertes infantiles experimentadas por madres de entre 20 y 49 años en 170 países», recalca Smith-Greenaway. Los autores se basaron en encuestas públicas realizadas entre 2010 y 2018 para calcular la proporción de madres que alguna vez han perdido algún hijo en 89 países.
«La innovación de nuestro estudio radica en el hecho de que nos expandimos más allá de estos 89 países y proporcionamos estimaciones para aquellos que carecen de datos recientes de encuestas representativas a nivel nacional aprovechando un nuevo enfoque indirecto que combina modelos formales de parentesco y métodos de tabla de vida», recalca Alburez-Gutiérrez, que agrega: «Eso nos ha permitido ofrecer una mirada integral al duelo en todo el mundo». Las estimaciones generadas para 81 países adicionales son interpretables.
Las desigualdades internacionales en las experiencias de las madres sobre la muerte de un niño persistirán más allá de la mejora de las condiciones de mortalidad infantil, dada la variada historia demográfica de las poblaciones. Los siete países menos afectados, entre ellos Japón, Finlandia y España, menos de 5 de cada 1.000 madres de entre 20 y 44 años han perdido alguna vez un hijo menor de un año. En Alemania, sólo 6 de cada 1.000 madres han perdido un bebé.
En 34 países, la mayoría en África, más de 150 por cada 1.000 madres han experimentado la muerte de un bebé. Eso significa que las madres de estos países tienen más de 30 veces más probabilidades de haber tenido un hijo fallecido que las madres de los siete países con el número más bajo. Además, en hasta 16 países -todos ellos situados en áfrica subsahariana y Oriente Medio-, más de 200 por cada 1.000 madres han perdido un bebé.
Las mismas partes del mundo donde la carga acumulada de muerte infantil es más pesada para las madres son también los lugares donde menos se sabe de las implicaciones sociales, económicas, relacionales y sanitarias de la muerte infantil para las madres.
«Esperamos que este trabajo haga hincapié en que nuevos esfuerzos para reducir las muertes infantiles no sólo mejorarán la calidad y la duración de la vida de los niños en todo el mundo, sino que también mejorarán fundamentalmente la vida de los padres», concluye Smith-Greenaway.