Lápiz y papel, dos palabras sencillas, dos elementos simples. Sencillos, pero para mí importantes, pues constituyen herramientas que contribuyen al estudio, que ayudan a reflexionar y que posibilitan la calma. Son viejas palabras, y por ello de un fuerte calado en nuestro interior.
Como decía, contribuyen al estudio. Pensemos en una mesa clara con pocos objetos, un ambiente en silencio, una buena luz y nada de prisa. Pues bien, encima de esa mesa, junto a lo que leemos tenemos colocado un lápiz y una hoja en blanco para ir tomando notas, a veces sin orden aparente, otras de forma más estructurada, y de este modo lo que vemos con los ojos lo complementamos con otra lectura que hace nuestro cerebro: la del movimiento de nuestra mano al escribir, dejando una huella en nuestra mente que aumenta nuestra retentiva sobre lo que leemos. A veces son simples notas, otras son esquemas, resúmenes, que si son buenos nos hacen prescindir del texto original. Y si añadimos color para subrayar lo imprescindible de recordar, tanto mejor.
Otras veces ayudan a reflexionar. Nos encontramos con la misma mesa, el silencio, la luz, el papel desnudo delante de nosotros y un problema a resolver. Vamos vistiendo ese papel mediante notas sueltas, listas, dibujos o lo que sea, mientras intentamos encontrar respuestas a ese problema. El papel y la escritura hace que nos centremos, pues lo que pasa por nuestra mente lo escribimos y así lo vemos en dos sitios: en nuestro interior y en el papel. Son dos entradas distintas que aceleran el encontrar la solución a la pregunta que nos hacemos, llegando a verla con meridiana claridad ante nuestros propios ojos, escrita en el papel, y puede que nos sorprendamos por no haberla encontrado antes, ya que solo era niebla lo que nos la ocultaba.
También comentaba al inicio del escrito que posibilitan la calma. A mí me sirve. Yo no sé dibujar bien, pero me produce quietud trazar líneas en cualquier dirección: curvas, rectas o como sea, cruzarlas, constituir espacios y luego rellenar esos huecos utilizando lápices de colores, con lo que al final surgen dibujos abstractos repletos de sugerencias, que en mi osadía los bautizo con un nombre al azar, cual si fuera una obra de arte. Esto tan simple me tranquiliza, pues mientras dibujo de este modo mi mente vaga libre de un pensamiento a otro, de una imagen a otra, sin focalizar en nada concreto, solo en mi mano que colorea un espacio en blanco o lanza una nueva línea. Suelo hacerlo en momentos de inquietud, cansancio, cuando no me apetece hacer nada que obligue a mi cerebro a trabajar, cuando solo deseo dejarme llevar y sumergirme en los colores.
En suma, en estos tiempos en que la tecnología avanza a un ritmo vertiginoso, el lápiz y el papel, yo creo, son ayudas cercanas y muy útiles que nos permiten tomarnos el tiempo necesario, dejando atrás el vértigo de la prisa, para sacar más partido a nuestra mente. No estaría bien arrinconarlos ya que perderíamos algo de nosotros mismos, de nuestra esencia.
Autor: Francisco Marín Urrutia, ATENEO LIBRE DE BENALMADENA