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jueves, noviembre 21, 2024

Recordando a Olga Guillot, reina del bolero

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En los años cincuenta del siglo pasado, las intérpretes latinas eran muy modosas, pero Olguita Guillot, se descolgó de esa compostura frígida y prendió fuego al micrófono con su voz y sus maneras apasionadas. Interpretaba dramáticamente los boleros, lo que unido a su timbre especial, algo ronco, y a su igual ductilidad en registros bajos que agudos, la convirtió en la favorita del público, que literalmente enloquecía de fervor durante sus actuaciones. En aquellos días existían tan grandes artistas en la ciudad de Habana, que la llamaban la París de América. Olga (Santiago de Cuba, 9 de octubre de 1922 – Miami, 12 de julio de 2010) era un ídolo en Cuba. “Cuba hizo a Olga Guillot”, declaró en numerosas entrevistas.

La Guillot” fue la primera cantante latina en actuar en el Carnegie Hall (1964) y  luego la pionera de la canción erótica. En 1976 grabó temas tórridos como Me muero, me muero y soy lo prohibido (hit parade, dicho sea de paso, en las discotecas “del ambiente”). Auténticos desgarros de la víscera cordial son sus interpretaciones de Soy tuya, Adoro, Contigo en la distancia, Sabor a mí, Piel canela, La noche de anoche, Tú me acostumbraste e infinidad de canciones maravillosas que construyeron una carrera de casi siete décadas, orlada de diez discos de oro, dos de platino, uno de diamante, dieciséis películas, telenovelas, su propio magazine televisivo “El Show de Olga Guillot” y un Grammy Latino a su trayectoria (2007). Actuó en los teatros y platós más importantes del mundo y cantó con leyendas como Sinatra y Edith Piaf. También con Lola Flores y con Celia Cruz, su amiga del alma. Aunque la prensa amarilla se empeñaba en presentárnoslas como adversarias, la realidad es que eran dos soberanas amigas. Olga, del Bolero y Celia, de la salsa.

Olga Guillot fue una personalidad arrolladora, divertida, disfrutona y buena compañera de sus colegas. Aun en su exuberante ancianidad (casi sin arrugas, vestida coloridamentes, alta, alegre y locuaz), continuaba apoyando con su presencia las actuaciones de compañeros del mundo del espectáculo. Dicen que su generosidad provenía de estar plenamente segura de su valía como artista y también del hecho de ser una mujer muy fuerte. “Tengo mis cobardías como todo el mundo, pero esas cobardías fueron cuando me enamoraba y tenía desilusiones de amor, pero para otros asuntos, sí, soy fuerte”. Fíjese lo que son las cosas…aunque sus canciones emparejaron a millones de personas, no fue afortunada en amores, a pesar de que vivió bastantes romances y se casó cinco veces. De una de las que no lo hizo, vino al mundo Olga María, su única hija. “Hay muchas frustraciones y problemas en la vida de una mujer artista. No encontré el amor de mi vida. A mí no me tocó esa suerte. A otras sí, las envidio. Mi amor fueron mi hija y mi carrera (…) Ser madre soltera me hizo ser mujer y ser grande como ser humano” 

Pero la pena mayor que marcó su existencia fue la añoranza de Cuba. Siempre decía que ella salió de su isla pero que su isla nunca salió de ella. El exilio fue un mal trance que vio acercarse poco a poco. “Empezaron primero a hostigar a los deportistas, después caímos los artistas” (…) “Me dijeron que estaba acusada de contrarrevolucionaria -mi hija tenía ocho meses de nacida- y que si no me marchaba, no iba a ver a mi hija. Y ese es mi exilio”. Palabra esta última, que en el caso de “La Guillot” bien podría escribirse con mayúscula porque fue en el exilio -y del exilio- una de las figuras constitutivas del núcleo duro no reconciliado y enfrentado radicalmente a “la dinastía de los Castro”. Desde los inicios de la Revolución, Guillot se posicionó contra ella y no se cortó en criticarla públicamente. Después de tres detenciones, tuvo que marcharse con el bolsillo vacío, dejando allá familia, propiedades y una fortuna ganada con su garganta. En el aeropuerto intentaron retenerle a la hija, pero la aparición providencial de una mujer venezolana, que pagó los cincuenta dólares (moneda prohibida) exigidos en el último momento para autorizar la salida de la criatura, supuso el golpe de gracia que le permitió huir a Venezuela y luego a México, donde la adoraban. Treinta y cuatro años más tarde, en 1995, Los Sabandeños grabaron un disco de Boleros que pretendía ser una Historia del género. Incluía canciones de artistas como Benny Moré, La Lupe, Olga Guillot y…Silvio Rodríguez. Olga se agarró entonces un disgusto monumental y pidió a los Sabandeños que escogiesen entre ella y “ese comunista”. Al final hubo un “arreglo”, geográfica y comercialmente asimétrico. Se hicieron dos ediciones: una para China y Cuba que incluía a Silvio Rodríguez, y otra para el orbe entero, en la que Silvio estaba tan ausente como un unicornio azul. 

Un infarto rotundo se la llevó el doce de julio de hace diez años. La enterraron en Miami en olor de multitudes y envuelta en la bandera cubana. Es imposible no echarla de menos. Imprimía tanta víscera a los boleros que en la voz de otros artistas resultan anodinos e insustanciales. Ay, Olga, tú me acostumbraste a todas esas cosas…

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